Revista Cultura y Ocio

Las historias de 1.000 Avestruces

Por Igork
Sospecho que Chus A, agazapado tras las 1.000 avestruces, es un tipo antipático, casi amargo. Cansado del mundo y de sus toneladas de cemento. Harto de que nada brille en su belleza. Enfadado. Sutil. Un hombre que anda por callejuelas a la caza y captura de sombras. Sombras del pasado y del presente. A lo mejor se trata de un idealista tamizado por la realidad y el tiempo y a lo mejor, como decía mi abuela, hablo demasiado y proyecto sin lápiz.En cualquier caso, sí sé una cosa. Que escribe muy bien.
Enlace: http://milavestruces.blogspot.com/
mujer en la playaI rem
Dice X, que es fácil seguirme la pista después de tantos años porque ando metido en un montón de cosas. Yo a ella, y a otros de aquella época apenas les puedo seguir la pista después de tantos años, más allá de las fotos que de vez en cuando avivan las ascuas del recuerdo de la postadolescencia que demorábamos en aquel instituto junto al "Acacias", el bar que ejercía de orfanato de nuestras rebeldías acomodadas. Dos mil horas de vuelo en los futbolines, doma de cañas de cerveza entre arabescas y sempiternas melodías de El último de la fila que hablaban de sortilegios, de magias, de cartas escritas al viento, de aviones plateados, de la ciudad dormida y los fulgores del alba y del amor imposible de una tal Sara; eran días de traducciones de canciones de U2 y Blacksabbath, días en que nos empeñábamos en mandar a tomar por culo a aquella primavera remolona que aquel año repartió tan generosamente sentencias de expulsión escolar y para compensar, la vida (y no me cansaré de repetir lo mucho que me jode hablar de “la vida”) nos mostraba en una playa de Cubelles la incipiente vulcanología del cuerpo de X en top-less, tan arcana a nuestros ojos por culpa de aquellas modas ochenteras que se empeñaban en ocultar las curvas y entonces por fin sus brazos prematuramente bendecidos por el sol, sus muslos, pero sobre todo el interior de sus muslos, gloriosamente rebozados de fina arena sedimentada. X nos miraba desde el azul de sus ojos sabiendo que aquel día dejábamos de ser menos cachorros de lo que parecía que deseábamos seguir siendo. Menos cachorros, y quizá menos paletos. Me hubiera gustado relatar que sus pezones clavaron en mi espalda mientras jugábamos con aparente inocencia en el agua, que sus piernas se anudaron a mi cintura mientras emergían ostentosos sus pechos, como balizas blanquecinas por el tabú del bikini ocasional, y que su pelo se desplegaba en el mar como una anémona, y que al salir del agua, tras los juegos y el alcohol, me puse como para partir nueces, y al tumbarme de espaldas dibujé surcos y corazones en la arena, pero la memoria es frágil y casi siempre la cabalga la imaginación, o la mentira según les venga en gana, y ahora no podría dar cuentas de que nada de aquello sucediera realmente y lo más probable es que otro fuera el protagonista y no yo. Si por lo menos hubiera sobrevivido aquel cómic de seis páginas que dibujé y que tanto corrió por clase, aquel cómic tan emparentado con el estilo de Pedro y Paco, Pico y Vena, donde relataba todo lo sucedido, incluida la insolación de F. Todo aquello fue antes, mucho antes de que la noche nos alcanzara más allá de los bosques, antes de que quisiera cambiar mi reino por un caballo de trecientos centímetros cúbicos para poder encontrarme con aquella chica por las calles de Playa de Aro. Fue antes de las trescientas cervezas en un cámping, antes de que Candi muriera con las piernas cortadas, pero con la satisfacción de haber comido y bebido hasta reventar, aquello fue antes de que Javi robara de un apartamento aquel pantalón tejano de un guiri de la talla cincuenta y dos y que luego olvidó en mi coche porque se puso ciego de pippertmint. Antes de que aquella chica me pidiera que lo hiciéramos con dos condones y antes de que yo convenciera a otras para hacerlo a pelo. Todo eso siempre antes de las traiciones y las dagas que tiñeron el cielo de color púrpura, antes de que el óxido, que tiene pasos de gigante, royera las letras de una amistad que me dijeron que sólo podía entenderse si la escribíamos en mayúsculas; antes, antes de conocer a aquellos falsos exploradores de los abismos, antes de que aprendiera a volar cometas, antes de conocer a los vampiros tan sedientos de almas, antes de que nadie me preparase una fiesta para mi cuarenta cumpleaños, antes de que el amor se ocultara con bayoneta tras las barricadas, antes de que la sangre oscura de sus entrañas tatuara mi colchón, antes de que aquellos tacones empezaran a mentir y se rieran porque leía mientras caminaba, antes de que odiaran a Cayetana Guillén Cuervo porque intuían que a mí me encantaba; todo aquello fue antes de Hipólito, de Mil avestruces, de empuñar un arma, antes de que el imbécil de Bustamante se blanqueara los dientes y adoptara los movimientos de caderas de Elvis, fue antes de las cenas de escritores, y del 2666. Antes de que ejerciera el derecho a huir del peligro. Antes de que aquella buscona viniera a susurrarme al oído en tu presencia, y antes de dar la bienvenida a los vencejos que por fin emigraron a mi ciudad, fue antes de contemplar mi futuro en la arena que vertí en tu vientre en una cala de Begur , antes de desnudarnos cada una de las noches después de cenar, antes de las patatas felices y los morros de cerdo de una churrería de barrio. Antes de que abrazáramos el sol del tequila aquella noche. Todo fue antes de este blog, desde el que ahora, no sé muy bien con qué pretexto, la recuerdo.

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