Es curioso cómo nos arrepentimos de cosas que no hemos hecho y, en cambio, nos cuesta un mundo reconocer que nos hemos equivocado en algunas de las cosas que sí hemos llegado a hacer.
Cómo echamos de menos lo que nunca tuvimos y cómo despreciamos cada día lo que siempre hemos tenido la suerte de tener. Cuando caemos en el vicio de hacernos los dignos, obligando a los demás a disculparse por faltas que, de seguro, no les consta que hayan cometido. Qué fácil nos resulta a veces culpar de lo que nos pasa a los demás, como si nuestras decisiones las hubieran tomado ellos y no nosotros.
Una cosa es lo que nos pasa cada día, lo que hacemos y lo que, supuestamente, nos hacen. Otra muy distinta es cómo interpretamos todos los implicados lo que nos ha pasado.
Cuando nos enredamos en la espiral ascendente del "ni contigo ni sin ti"; cuando caemos en las trampas de nuestra propia mente mientras se aburre; cuando sufrimos por las palabras no dichas y por los hechos no acontecidos, tenemos un serio problema de comunicación con los demás.
También es muy curioso que, en la era de la comunicación, las personas estemos más incomunicadas que nunca.
Basta aplicarle a la imagen de un árbol el filtro de un caleidoscopio para verla transformada enuna realidad completamente diferente.La forma cómo nuestra mente es capaz de interpretar lo que nos pasa actúa de la misma manera. Según el filtro utilizado nos mostrará una realidad u otra completamente diferente.
Jorge Luis Borges solía repetir el proverbio hindú "No hables si no puedes mejorar el silencio". Una cita que da mucho qué pensar, pues hablar, lo que se dice hablar, todos lo hacemos mucho y constantemente, pero no siempre lo que decimos nos sirve para acercarnos a los demás. Por el contrario, a veces nos alejamos con cada palabra. Tras esa imperiosa distancia llega el silencio, que cada uno interpreta como mejor le conviene.
El silencio es un arma de doble filo. Dependiendo de cómo lo interpretemos, puede resultarnos tan necesario como problemático. Hay muchas situaciones ante las que no sirven de nada las palabras porque estas no alcanzan para calmar ni para consolar a quienes, en ese momento, lo que menos necesitan son frases hechas ni cumplidos. En esos casos, es mucho más efectivo guardar silencio, respetar los tiempos que necesita la otra persona y, simplemente, acompañarla estando presente y prestándole toda nuestra atención. Pero hay muchas personas que no soportan el silencio y se esfuerzan por romperlo porque temen quedarse a solas con ellos mismos y con sus propios pensamientos.
Otras personas hacen del silencio su respuesta ante todas las situaciones que les sobrepasan. No se cansan de dar la callada por respuesta y deciden guardarse para sí sus preocupaciones y sus miedos, pero también el desprecio y la indiferencia que sienten ante aquellos a quienes han decidido apartar de sus vidas. Estas personas utilizan el silencio como una herramienta de manipulación y de chantaje psicológico, comportándose como niños de parvulario cuando, al enfadarse entre ellos, se amenazan unos a otros con su típico "Ya no te estoy amigo".
¿Cuántas relaciones de amistad y de familia no se habrán acabado rompiendo por silencios incómodos que se han acabado imponiendo por voluntad de una de las partes o por ambas?
Hay veces en que el silencio y poner distancia se convierten en las estrategias más útiles para escapar de relaciones muy tóxicas, no sólo entre miembros de una pareja, sino también entre padres e hijos, entre hermanos o entre compañeros de trabajo.
Todos somos dueños de interpretar lo que sentimos y lo que pensamos como mejor nos haga sentir. Ser capaces de encontrarle sentido a nuestro propio mundo interior es uno de los logros más importantes a los que podemos aspirar en la vida. Cuando lo logramos no tenemos por qué permitir que otras personas, por mucho que las queramos, nos intenten manipular con el objetivo de que demos marcha atrás en nuestro propio camino personal y nos quedemos rezagados en el punto del camino en el que ellas se han quedado bloqueadas. Los caminos son personales e intransferibles. No podemos resignarnos a vivir la vida de otra persona, por mucha implicación que tengamos con ella. No podemos sentirnos responsables de sus errores ni de sus miedos. Tampoco hemos de sentirnos culpables del rencor ni de la rabia que les inspiramos cuando nos miran con desdén y optan por guardar silencio. Deciden dejarnos por imposibles porque, en el fondo, no son capaces de decirnos lo que sienten ni lo que necesitan.
Que alguien esté convencido de algo que afecta a su relación con otras personas no implica que tenga que ser verdad. La misma experiencia, vivida por dos personas diferentes, siempre será interpretada de dos formas completamente distintas. Nuestras mentes son potentes procesadores de información, en los que se combinan los estímulos que captamos constantemente con la información que tenemos almacenada de la infinidad de experiencias que hemos vivido e interpretado con anterioridad, a lo largo de toda nuestra vida.
Teniendo en cuenta todo esto, la verdad se convierte en un constructo de lo más complejo cuya fiabilidad siempre resultará muy relativa.
Es sorprendente cómo todos nos llenamos la boca en algún momento gritando a los demás que lo que estamos diciendo "es la pura verdad". Y lo más curioso es que no mentimos, porque para nosotros sólo puede tener sentido esa versión de la verdad. Pero nos cuesta un mundo entender que el que haya vivido esa misma verdad desde la acera de enfrente, posiblemente, habrá captado detalles que a nosotros se nos han pasado por alto.
Cuando nos empeñamos en acorazarnos en nuestros propios mundos y cortamos lazos con los mundos de los demás, sin darnos cuenta, nos alejamos cada vez más de la verdad. Una verdad que sólo gana fiabilidad cuando se contrasta con las versiones de la misma que tienen los demás.
El silencio nos puede ayudar a reconectar con nosotros mismos y a sanar las viejas heridas, pero cuando se prolonga más de lo necesario puede desembocar en una desconexión de la realidad de los demás. Somos animales sociales. Necesitamos comunicarnos con otras personas, oír otros puntos de vista, discutir incluso para descubrir dónde nos estamos equivocando. Cerrarnos en nuestra propia mentalidad y apartarnos de aquellos cuya presencia nos remueve emociones de las que huimos es como esconder la cabeza debajo del ala. El mundo seguirá adelante por mucho que nos empeñemos en creer que se ha parado.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749