Hay distintos tipos de libros de viaje, no solo por el entorno del que tratan sino por cómo lo tratan.
Hay autores que se centran en la historia, otros en la visión de lugares y paisajes, otros en las costumbres y formas de vida, y hay también quien prefiere relatar sus experiencias con las gentes que habitan los lugares por los que pasan. En función del autor y del lugar visitado, los libros suelen contener más o menos de esos cuatro factores básicos: Historia, Paisaje, Costumbres y Personajes.
Hay muchos libros de viajes sobre Grecia, probablemente por la atracción de la belleza de ese país, su historia, su rica mitología que impregna mucha de nuestra literatura y pintura, su cultura de la que nos sentimos descendientes, o por ese ambiente tradicional que en nuestro país ya hemos perdido. Hay varias Grecias y yo me voy a centrar en sus islas.
Se dice que hay más de 1000, pero todo es relativo según el tamaño que se tome para llamar isla a un trozo de tierra rodeado por mar. Si hablamos de islas habitadas son unas 170 según el Ministerio de turismo griego, pero tampoco es esa una cifra exacta ya que algunas solo lo son temporalmente. En cuanto a los autores de los libros voy a escoger tres españoles que han viajado por las islas griegas en los últimos años.
Xavier Moret, un viajero experimentado por muchas zonas del mundo, entre ellas Grecia que ha visitado muchas veces. Nos dice: "Siempre supe que escribiría un libro sobre Grecia, lo intuí desde la primera vez que la visité con solo 20 años. Se lo debía por los momentos de felicidad homérica que he vivido en sus islas, por lo mucho que he aprendido allí y por lo que he gozado en unos parajes de ensueño en los que reinan unas ruinas fascinantes que evocan el esplendor y la sabiduría del mundo clásico. En Grecia he descubierto la esencia del Mediterráneo y he escuchado el eco de unos prodigiosos seres mitológicos que transmiten la máxima grabada en el templo de Apolo en Delfos: Conócete a ti mismo".
Xavier nunca encontraba el momento de escribir sobre Grecia, quizá por aquello de que hay que apurar la experiencia antes de escribir sobre un lugar. Por fin lo ha encontrado en " Grecia. Viaje de otoño", donde rememora un viaje por toda Grecia en un reciente mes de octubre, con interesantes pinceladas de la historia y mitología de los lugares que visita y las personas con las que convive.
Rafel Nadal es un conocido periodista y escritor, pero "Mar de verano", publicado el pasado año, es su primer libro de viajes, en que rememora sus recorridos y estancias de muchos años por las riberas del Mediterráneo entre ellas las griegas. Su redacción es más caótica ya que recuerda y mezcla muchos viajes y anécdotas de todos estos años, ligadas por la presencia de ese mar común. Como Moret, Nadal atesora unos vastos conocimientos históricos y literarios que se traslucen en sus escritos. Nos dice, al empezar a hablar de Grecia: "Grecia es una exageración. La vida transcurre en una excitación intensa y permanente de los sentidos. En Grecia descubrimos una luz diferente, blanquísima, heridora, de una pureza tal que cuesta acostumbrar los ojos, y un azul intenso del cielo que se confunde con el azul del mar y se apodera del espíritu."
Elisabeth García Iborra, también es periodista y escritora y creo que este libro, escrito en 2009, "Sin Grecia, no habría más mundo (civilizado) por recorrer" es el primero de una saga, "La vuelta al mundo de Lizzy Fogg", en que la autora recorre el mundo y nos muestra en tono coloquial con toques de humor sus experiencias. Nos dice: "Mi vuelta al mundo no podría empezar por ningún otro lugar que no fuera Grecia porque para mí es la cuna de la civilización occidental. Yo bebo de sus aguas y salgo de sus raíces, traduje a sus clásicos y me imbuí de su cultura ya desde adolescente, aunque ahora, la verdad sea dicha, no me acuerde de una sola palabra. Durante demasiados años, fue una cuenta pendiente en mi atlas personal. Necesitaba ir y confrontarme con el Olimpo, dar las gracias a Zeus, Afrodita and company por los servicios prestados. Sobre todo, necesitaba pasearme por el lugar de los hechos de tantas hazañas como las que me da por protagonizar desde que tengo uso de razón, pero prefiero no usarla." En este caso se trata de un primer viaje en época primaveral (poco turística) de alguien de menor edad que se enfrenta al camino de una forma desenfadada y busca más la anécdota.
Ya he dicho que voy a centrarme en las partes de los libros que hablan de estancias en algunas islas griegas. Además, las compararé con mis experiencias propias, ya que en los últimos 25 años he visitado más de 70 islas griegas y he escrito bastante sobre ellas. Al respecto, hace pocos meses he publicado "Por las islas griegas" una guía poética con poemas que reflejan lo que "he visto y sentido" en mis viajes, con anotaciones al pie de página sobre los lugares y establecimientos que prefiero.
Soy consciente de que me dejo en el tintero a muchos otros que han escrito sobre Grecia. Sin ir más lejos, hace pocos meses publique aquí en "Las nueve musas" un artículo "Recordando a Enrique Badosa", sobre este gran poeta, fallecido el pasado mayo, y sus poemas sobre Grecia. Para mí, Badosa, ha sido el mejor poeta español que ha descrito ese entorno en su magnífico libro "Mapa de Grecia" publicado en 1979. En su homenaje copio su poema "Los límites de Grecia", trece endecasílabos blancos que resumen maravillosamente el contorno griego:
Al Norte, las cavernas del melteni,
el encumbrado viento del Egeo.
Al Sur, el mar de Creta, que sostiene
el inicio del mundo en una isla.
Al Este, los joyeles de islas plácidas
en creación amor y vinos cálidos.
Al Oeste, Corfú, Ítaca, Zante...,
las bien bordadas por las aguas jónicas.
Y en el Centro, las Cícladas alzadas
para llegar al centro de la luz.
¡Y toda Grecia es centro de la luz!
Y más que nunca pregunté, pregunto
qué comienza y qué acaba en la belleza.
Otros libros de viaje sobre Grecia, referencias imprescindibles para mí, son: "Las islas griegas" de Lawrence Durrel, "Mani. Viajes por el sur del Peloponeso" de Patrick Fermor, "Verano griego" de Jacques Lacarrière, o "Corazón de Ulises" de Javier Reverté. Tampoco debo dejar de mencionar los libros de Lluís Ferrés, "Secretos del Mediterráneo" y "La isla olvidada" en que recorre el Mediterráneo en su velero y va recalando en puertos y bahías, muchos de ellos griegos, describiéndonos el entorno y los personajes que lo habitan, pero dejaré los periplos de Ferrés para otra ocasión en que narre la visión de un navegante.
Vamos a recorrer cinco de las islas griegas, Naxos, Amorgós, Santorini, Folégandros e Ikaría que aparecen en esos tres libros que he citado anteriormente de Moret, Nadal y García Iborra, con el contrapunto de mi opinión y algunos de mis poemas sobre esas islas.
Empecemos por Naxos, la isla más grande de las Cicladas en el centro del Egeo, que se cita en esos tres libros. Moret hace una breve descripción, ya que solo pasa un día y una noche en una obligada escala entre otras islas. Este es un tema importante en los viajes por el islario, poder coordinar los ferries, si no hay uno directo, lo que no siempre es posible. Moret solo tiene tiempo para visitar la capital de la isla (la Jora), con su barrio castillo de origen medieval veneciano (el Kastro), y la parte turística adyacente. Trasluce su interés por volver para poder ver los pueblos del interior o las costas menos afectadas por el turismo; además, nos deja referencias mitológicas e interesantes conversaciones con el dueño del hotel donde se hospeda.
Nadal cita a Naxos en una excursión por su interior en busca de un "kuros" (grandes estatuas yacentes de la civilización arcaica helénica) de los varios que hay en esa isla. La excursión da pie al autor para relatar muy bien los paisajes y huertos, y su encuentro con un campesino que comparte con ellos su comida en un entorno homérico, antes de encontrar y maravillarse con las esculturas, me he sentido caminando con él y compartiendo esos higos recién cogidos. Asimismo, hace unas interesantes referencias mitológicas sobre Zeus, Ariadna y Dionisios y sus andanzas en esta isla.
García Iborra, también realiza una corta escala de una noche entre islas (en este caso en una lluviosa primavera). Después de recorrer la Jora, aprovecha la mañana siguiente para viajar a dos pueblos del interior, Jalkío y Apíranthos, conocido el primero por sus destilerías y el segundo por la abundancia del mármol en sus calles y edificios. Por lo que leo, las inclemencias y su escaso tiempo le impidieron disfrutar de los encantos de esas poblaciones; no obstante, sí que nos deja unos amenos comentarios en su estilo desenfadado sobre sus impresiones y encuentro personales. Yo os dejo algunas referencias poéticas sobre esos dos pueblos escritas en mi primera visita en 2003:
-
Al descubrir Apíranzos,
nos perdemos por calles tan estrechas
que su anchura la abarcan nuestros brazos;
cada rincón es un descubrimiento,
como aquella capilla
que visitamos cuando la barrían.
Escaleras de mármol laberínticas
llevan al mirador del viejo castro:
El pueblo, los bancales
y a lo lejos -flotando en el azul-
Amorgós nos espera.
Nuestros escritores viajeros o no han visitado o se han perdido el corazón de estos dos pueblos y esa visión de Amorgós, la siguiente isla que visitaremos, pero Nadal me ha descrito un atractivo paisaje del interior en busca del "kuros"; paisaje que desconozco y que pienso recorrer en mi próxima visita a Naxos.
Amorgós, al sur de Naxos, es una isla mucho menos turística, sobre todo si evitas el mes de Agosto, y que conserva en todos sus pueblos mucho más de ese sabor griego tradicional que es uno de los encantos de las islas. Moret alquila una casita en la Jora y al leerlo siento que retorno a ese lugar, uno de los pueblos y una de las islas que prefiero y a la que he vuelto muchas veces desde mi primera visita en 2003. Reconozco a su casera Evangelia, a la que también he alquilado casas, la plaza de la Loza con sus bares, sus iglesias y sus distintos árboles, los molinos de viento que presiden el pueblo, y el deambular por esas calles con capillas, pequeños restaurantes y tiendas que no rompen el encanto ni la turistizan.
Luego Moret prosigue su periplo por la alargada y montañosa isla, desde Eghialis al norte a Kalotaritissa al sur, con la visita en el acantilado suroriental del monasterio de la Jodsoviótissa. El monasterio está construido en una pared vertical 300 metros sobre el Egeo donde se venera esta virgen, y allí se mantienen aún algunas tradiciones de la vida monástica y se pueden contemplar las cicladas del sur, entre ellas Santorini que será la próxima de este viaje. Decididamente, Moret me ha sabido trasladar a este entorno que tan bien conozco y que nunca me cansa.
García Iborra llega a Amorgós a bordo del Express Skopelitis, un minúsculo ferry que soporta los embates del viento del norte, del "meltemi". El barco parte de Naxos y va haciendo escalas en las "Pequeñas cícladas", un subarchipiélago entre Naxos y Amorgós, que ella no sabe apreciar y no siente el deseo de visitar. Yo recuerdo que en mi primera travesía en ese barco tampoco descendí en esas pequeñas islas, "breves escalas que incitan a recorrer esas islas hechas a la medida de quien quiere descubrirse a sí mismo", pero sí se me quedaron las ganas y en los años siguientes recalé en todas.
García Iborra llega a Katápola, el puerto de Amorgós, y se va a cenar al "Muragio" un pequeño restaurante junto al muelle que es mi preferido por su pescado fresco y sus magníficos garbanzos guisados. Al día siguiente después de conversar con personas y locales que conozco sube en autobús a la Jora y su periplo por el pueblo me vuelve a trasladar a sus casas blancas y sus calles escalonadas y esos personajes que cantan y tocan la lira (un pequeño violín artesanal). Después en su viaje hacia el norte por la carretera que recorre lo alto de la montaña puede contemplar una de los mejores atardeceres griegos donde el sol se oculta tras un rosario de islas y si hay suerte puedes contemplar el "rayo verde", cuando a punto de esconderse el disco rojo produce una chispa verde por la refracción de la luz.
Luego visita Eghialis y vuelve a la Jora, y nos cuenta sus conversaciones con un profesor griego sobre la Grecia clásica, pero para mí se pierde el sabor de esas calles e iglesias bajo las estrellas, quizá es que otras cosas que no nos narra le atrajeron más. Puede ser que yo sea un adicto a esta isla y a esta Jora, por lo que siempre pida mucho a los otros narradores. Estuve unos años en la primera década de este siglo sin visitar Amorgós, y escribí esto al volver a la Jora:
Otra vez en la Jora de Amorgós
con miedo de encontrarla diferente,
temiendo que los años transcurridos
la hayan turistizado. Pero no,
subiendo por la calle principal
los bares y tabernas son los mismos,
alguna tienda nueva de artesanos
se integra sin problemas, nada cambia
y lo que cambia no me desentona.
La Jora no renuncia a sus costumbres,
mantiene su pasado y no se vende,
vislumbra su futuro y no lo compra.
La Jora nos ofrece, como siempre,
su banderín de enganche, su equilibrio,
¡qué más podemos ser que admiradores
con ganas de pasar a residentes!
La siguiente isla que visitamos es Santorini, la famosa y turística isla volcánica. Moret prefiere llegar por mar en vez de por avión y tiene razón, la llegada a una isla navegando siempre es una mejor aproximación. Se aloja en el hotel donde lo hacía Lawrence Durrel, lo que le da ocasión para rememorarlo y para explicarnos algo sobre el origen volcánico, la historia de la isla y la explosión de hace 3600 años que le dio su forma actual, luego se va a cenar se mezcla con los turistas y en esas pocas páginas nos ha hecho un buen resumen del pasado y presente de esta isla que yo intento evitar, a pesar de sus magníficos paisajes, por su saturación turística.
Al día siguiente hace un recorrido por el sur y la enterrada ciudad de Akrotiri, que no puede visitar ya que las excavaciones estuvieron cerradas por un accidente entre 2005 y 2012. Yo he tenido la suerte de recorrer esas ruinas en 1997 y en 2018 y puedo constatar que fueron lentos en la reapertura, pero valió la pena porque el recorrido y la restauración ha mejorado mucho.
Luego Moret va a ver la tradicional puesta de sol desde el pueblo de Oía (que se pronuncia Ía), para mí el más bonito de la isla. Él comparte el paisaje espectacular con una cerveza en la terraza de un bar, y o se ha dejado algo en el tintero o tuvo suerte, ya que las hordas turísticas asaltan las terrazas de los bares y las estrechas calles están tan aglomeradas que hay que hacer un esfuerzo para abstraerse y disfrutar de la belleza de la puesta del sol. De cualquier forma, aunque yo soy más crítico, creo que las páginas que dedica Moret a la isla son un buen resumen de lo que Santorini puede ofrecernos. Aquí os resumo uno de mis últimos viajes a esa isla:
En tránsito a las islas que disfruto,
una corta parada en Santorini.
El puerto de los "ferris" es un caos,
el hotel no nos cumple expectativas,
al alquilar un coche te sientes un turista,
al poner rumbo a Ía se mejora,
pero surgen manadas que pasean
entre tiendas de lujo artificial,
y la puesta de sol la copan japoneses,
y eso que aún falta una hora y media.
Debo reconocer que ese día no esperé a la puesta de sol en Oía, y desandando parte del camino busqué un recodo menos fashion del acantilado, donde sí la disfruté contemplando como se ocultaba sobre Folégandros, la isla a la que iba a ir al día siguiente y de la que luego hablaremos.
García Iborra también viaja a Santorini, y tras alguna reticencia inicial por lo del hiperturismo, hace el tour por la capital Fira, por Oía y por Nea Kameni (la isla del centro de la caldera). En su línea, busca más lo turístico que lo realmente griego que pueda quedar en Santorini. Siendo sincero, me parece que esta joven no hace falta que recorra el mundo para hablar de él y podría hacer un bucle por unos cuantos resorts turísticos, extrapolarlo y ahorrarse los viajes restantes. Estos son algunos extractos de un poema mío sobre Santorini:
Ya brilla la luna sobre la caldera,
y en agua de plata fondean cruceros
que, al nacer el día,
soltarán su carga con más de lo mismo:
Miles de turistas, meros transeúntes.
Unas pocas horas para recorrer
las tiendas, los bares y los callejones
que muestran lo falso,
lo que llaman típico que sale en las guías,
lo que quieren ver esos cruceristas
que bajan en barca,
que suben en burro por las escaleras del muelle hasta Fira,
y dan una vuelta diciendo "bonito",
y guardan en fotos
sus falsas imágenes de pura postal. (.../...)
Ya se van los barcos y llegarán otros,
hoy en Santorini y mañana en Mýkonos.
¿Y qué es lo que han visto?,
nada más ni menos que lo que han buscado.
Pero, qué me importa
si no hacen, por suerte, escala en Folégandros.
¿Fole qué? -preguntan-
y yo les respondo: Nada cosas mías.
¡Qué lujo de barco!, ¡qué suerte tenéis
que veis tantas cosas sin mover maletas,
qué envidia me dais! (.../...)
Y aprovechando el pie que me da el poema viajamos hasta la cercana Folégandros, una pequeña isla paradisiaca que está cayendo en las redes turísticas, aunque sigue mereciendo de sobras la visita. Moret dice que es "una isla abrumada por la belleza" y yo puntualizaría que sus visitantes, aunque hayamos aumentado mucho en los últimos años, no nos abrumamos sino que intentamos repetir cada año la visita. Coincido con Moret en que su Jora, en este caso llana, es uno de los pueblos más bonitos de Grecia. Situada en una meseta junto al acantilado, está cuajada de plazas donde cenar y tomar un "rakómelo", aguardiente "raki" con miel, especialmente en el bar "Astartí" (un minúsculo espacio interior con una larga mesa en la calle en la que confraternizamos personas de variados países) que lo sirve con una ración de guirlache. El autor hace el tour por la parte más rural de la isla, Ano Meriá, y la caleta de Angeli y sabe transmitir perfectamente las sensaciones de sentirnos unos privilegiados en ese entorno.
Nadal, también pasa por Folégandros y, en línea con Moret, nos dice que "su belleza es tan dura que llega a hacer daño". Se refiere a la inmensa cantidad de bancales abandonados que aterrazan sus pendientes hasta el mar, recuerdo de la pobreza de una isla que tenía que sacar partido a su poca tierra de cultivo. Él no tiene claro que esa decisión de los lugareños de dejar la agricultura por el turismo haya sido buena. A mí también me gustaría haber contemplado esta isla 50 años atrás, pero soy consciente de que no podemos culpar a quien quiere salir de la pobreza y vende sus tierras, porque sería muy egoísta que continuase igual para que nosotros la recorriésemos como un parque temático una semana al año. Creo que la isla ha sabido transformarse, pero no ha sido invadida y turistizada como Mýkonos o Santorini, y en eso reside el encanto que hace que yo y otros muchos seamos visitantes repetitivos y no nos canse bañarnos en sus pequeñas playas, cenar en las siete plazas de la Jora, ir a Ano Meriá a tomar la "matzata" (pasta casera con pollo o conejo de corral) y rematar la noche dialogando en la mesa del "Astartí" con "rakómelo" y guirlache.
En este inicio de un poema me pregunto: ¿Qué fue lo que me atrajo de Folégandros?:
¿El recorrer la Jora que no tiene peldaños,
la de las siete plazas entre viejas capillas
donde cenas y compartes las copas
con las flores y estrellas?
¿O fue el Kastro, el castillo habitado,
el de la calle-patio y estrechos pasadizos
del tiempo detenido e historias de piratas,
que tiene por muralla la roca vertical?
¿O esa bahía a la que llaman
"la estación de los barcos",
donde conviven ferries, veleros y bañistas
frente a la casa blanca que está rozando el agua
y la luna que crece con su estela en el mar?
¿O el blanco monasterio que preside la Jora
en la colina, junto al acantilado,
con su largo camino de zigzags y escalones
desde donde contemplo como se oculta el sol?
¿O el resto de la isla cuajada de bancales
en la que ves azul a babor y a estribor,
y donde aún quedan caminos empedrados
con burros que transportan la vida en sus alforjas? (.../...)
La respuesta la tendréis que encontrar vosotros. Yo mientras tanto voy a acompañar a Rafel Nadal en una visita a Ikaría; una isla que ya no es cíclada como las anteriores, sino que contempla junto a Samos el norte del Dodecaneso y con la que cerraremos este viaje.
Nadal nos habla dos veces de Ikaría, isla que impone por sus altas montañas y acantilados y lo revirado de sus carreteras y donde Ícaro cayó al mar (de ahí su nombre) al acercarse demasiado al sol, que derritió sus alas de cera, por querer remontar las altas cumbres. La primera vez es yendo en un ferry, que hace escala en la isla. Al continuar costeando el barco por la parte occidental de la isla, frente al perdido pueblo de Karkinagri, ve a dos niños que hacen reflejos de sol con unos espejos que son respondidos desde el pueblo. Al preguntar a los padres le dicen que es una despedida con el abuelo con el que han pasado las vacaciones de verano. Veinte años después, tras la citada visita a Folégandros, Nadal siente el imperioso deseo de investigar aquella historia y cambia el rumbo hacia Ikaría, desembarca en ella y la cruza de punta a punta por caminos revirados y pistas de tierra hasta llegar a Karkinagri, un pueblo aislado junto a los acantilados donde no hay casi nada más que tranquilidad y vida a la griega. Sus pesquisas dan un resultado relativo y probablemente sueña la respuesta, pero como tantas veces lo importante es el camino más que el destino o el éxito.
Cuando yo visité Karkinagri en 2011 no había aún leído su libro y no conocía esta maravillosa historia, pero al leer su viaje atravesando la isla y descubriendo ese pueblo, se revivió mi visita cuando llegué a ese Finisterre de Ikaría y quedé asombrado por el paisaje y el aislamiento de ese pueblo. Ese descubrir que otra persona ha sentido lo mismo que tú, hace que te sientas próximo al autor y que tengas la seguridad que será un buen guía de lugares que no conoces. Al leer su libro he añadido unos versos a un poema que escribí en esa visita y que creo que resume mi experiencia:
Desde Aghios Kírikos, llegar hasta el extremo
donde se pone el sol en Ikaría
puede llevar tres horas de curvas y más curvas:
Cruzar del sur al norte;
recorrer esa costa algo más dócil;
llegar hasta los pueblos que viven lo nocturno,
donde la vida alarga;
atravesar los bosques hacia el sur
y volver junto al mar en Karkinagri.
Son tres horas de coche,
pero mucho más tiempo, del presente al pasado,
donde dos niños desde un ferry
dirigían los rayos de ese sol, que aquí se pone,
a casa de su abuelo, despidiéndose.
Nuestro viaje toca a su fin, aunque estoy seguro de que lo reemprenderemos, cinco islas son muy poco para los centenares que tachonan los mares griegos.
Nos han acompañados tres autores; por lo escrito deduciréis que tanto Moret como Nadal han sido buenos compañeros y me encantaría compartir viajes con ellos. Si he de escoger un libro de cabecera para recorrer Grecia me quedo con el de Moret ya que efectúa un periplo por casi toda Grecia y leerlo me hace volver a reconocer y disfrutar de los lugares que he visitado, y desear viajar a los que no conozco. El libro de Nadal también se disfruta mucho al recorrerlo, pero en este caso son recuerdos recogidos por todo el Mediterráneo, más que la guía de un viaje por Grecia. En cambio, no puedo decir lo mismo del libro de García Iborra, ya que no ha sabido o no ha querido penetrar en el alma griega, pero queda ahí como otra visión más desenfadada y turística del entorno.
Los poemas de mi libro "Por las islas griegas" intentan ser un contrapunto a las descripciones de esos autores de lugares que conozco y sobre los que escribí "lo que veía y sentía" para que el tiempo no diluyese de mi memoria esas sensaciones. Espero que lo anterior haya despertado en vosotros el deseo de conocer esas maravillosas islas rodeadas de azul egeo.
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