Revista Comunicación

Las madres y la tecnología, ese amor imposible

Por Roales

Dicen que madre solo hay una y es cierto. Las madres lo saben todo acerca de nosotros: saben cuando estamos tristes solo con mirarnos, cuando hemos discutido con alguien, nuestra talla, nuestro peso, nuestro número de zapato...bueno, eso las vuestras, porque la mía tras un cuarto de siglo me preguntó si mi número de zapato era el 37. Es el 39. Con eso lo digo todo. Hacen de enfermeras, de psicólogas, de amigas...en fin, que son un pack de virtudes insustituible.

Pero cuando se compran un smartphone...ahí, ahí la cosa cambia. Se transforma en una especie de ser destructivo de configuraciones de móviles, que ni el hacker más malvado y experto del mundo puede hacer tantos estropicios intentando poner la alarma.

Mi madre es muy graciosa en este sentido. Tiene smartphone y tablet, eso te hace pensar que se le da bien estas cosas, porque de lo contrario no tiene sentido que se compre cosas que no sabe usar. Pero la realidad es que todo problema que pueda surgir con el sistema operativo Android, le sucede a ella. ¿Y a quién llama? Efectivamente, si le sale cualquier mensaje, lo recuerda para cuando me vea y le solucione la papeleta. Mensajes tan claros como:

- Sandra, me ha salido una cosa rara en el móvil. - ¿Qué te ha salido? - No me acuerdo, una cosa. - ¿Cómo no vas a saberlo? Si fuera para ti, seguro que lo sabrías.
Las madres y la tecnología, ese amor imposible

Porque claro, no les resuelves las cosas porque no te apetece; no porque no tengas ni idea o ella no sepa explicártelo. Eso nunca.

Otra cuestión es el cursillo de introducción que tienes que darle para que empiecen a manejar los dispositivos. El simple hecho de tener que explicarle la cuenta de Google ya es un mundo, instalar aplicaciones y actualizarlas otro mundo y cuando ya crees que más o menos saben manejarlo te viene con un:

- Ay, Sandra, que se me ha puesto en chino. - ¿A dónde le has dado? - A donde tú me has dicho, yo he seguido los pasos que me dijiste. He ido a buscar la calculadora y de pronto se me ha cambiado. Yo no he hecho nada. - Es imposible que le hayas dado a donde yo te dije porque en chino no sé ponerlo ni yo. - Pues yo he hecho lo que tú me has dicho.
Las madres y la tecnología, ese amor imposible

No solo te echan la culpa a ti,sino es que niegan rotundamente haber participado en el desastre. Pero bueno, tras resolverle el problema, ya sabes cómo se configura el idioma en los dispositivos Android. El saber no ocupa lugar.

Cuestión peliaguda es también cuando tienen que introducir contraseñas. Para empezar no se acuerdan de ninguna, te echan la culpa a ti porque la última vez que ella lo cogió, no tuvo que poner contraseña y ya tú se lo has tocado -porque te entretiene cerrarle las sesiones de las aplicaciones-. Así que no te queda otra que vértelas para crearle una nueva contraseña y cuando le preguntas cuál es su cuenta de Google para que la envíen, te sueltan:

- Ah, ¿pero yo tengo eso? Yo no recuerdo haber hecho ninguna cuenta en Google.
Las madres y la tecnología, ese amor imposible

Y a mí la parte que más me gusta es cuando empiezan a usar WhatsApp. Ahí ya pides que te cojan confesado. Esos "escribiendo" de cinco minutos que acaban siendo una frase o...¡nada! Que también se ha dado el caso. Esas abreviaturas que solo entienden ellas, esas opiniones sobre tu foto de perfil porque cuando no pareces tú, sales mal o se te ve desde demasiado lejos. Esos recordatorios sobre la comida, el médico o los estudios y como no, sus: "¿Por qué no me contestas? Anda que no habrás tenido tiempo en todo el día"

En fin, que ya era mucho pedir que también fueran unas máquinas con la tecnología, pero que aún así son las mejores.

¡Vivan las madres!


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