Revista Arte

Las manos como obsesión, como reconocimiento, como locura y como Arte

Por Artepoesia

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Cuando el pintor del gótico medieval Hugo van der Goes 1440-1482 sufriera, a los treinta y cinco años de edad, una crisis profunda de conciencia, deseó por entonces recluirse en el monasterio agustino de Rouge Cloitre. Este cenobio flamenco, cerca del bosque de Soignes (actual Bélgica), ya era conocido por el artista, pues su hermano Nicolas van der Goes había profesado en él. El abad del monasterio acogió muy cordialmente al pintor flamenco, que, sin ser siquiera ordenado, le permitió habitar en las estancias de los monjes, pudiendo además recibir clientes, encargos y amigos. Seis años después, en 1481, saldría del mismo para viajar a Colonia, pero, a su regreso, no pudo controlar de pronto la enorme angustia que le sobrevino.
Una acceso de locura asolaría al pintor. Ahora, únicamente pensará en suicidarse. La idea obsesiva de creer firmemente estar destinado al Infierno, le llevará a una crisis personal y psicológica inevitable. En el monasterio consiguió prolongar tan solo un año más su vida. En ese tiempo no se sabe si creó o no alguna obra, aunque no existen datos de que pintara más allá de 1480. Finalmente, fallecería un día desconocido del año 1482, a los cuarenta y dos años.
Realmente, no se sabe incluso si pintara en los años previos al final de su vida. Si lo hizo, lo hizo muy poco, comparado con la gran producción desarrollada entre 1465 y 1478. A lo largo de la Historia otras obras le han sido atribuidas erróneamente. En la National Gallery de Londres existe una obra denominada La muerte de la Virgen, después de Hugo van der Goes, datada actualmente en 1500 y de autor desconocido. Había sido atribuida a él, después incluso de a otros posibles autores, pero, al final, la obra del National Gallery aún no ha podido ser relacionada con ningún autor conocido.
En la Colección Real de la corona británica existe el conjunto de los Paneles del Altar de la Trinidad, extraordinaria composición de Hugo van der Goes de 1479. En la representación de la Trinidad tiene la osadía de pintar a la primera persona -Dios- con los rasgos juveniles propios del Hijo. Posiblemente, este atrevimiento le hubiese costado un disgusto a su autor tan sólo un siglo después. Pero, es una realidad que la libertad artística  del siglo XV superó en estas cuestiones a tiempos posteriores; siendo, curiosamente, una etapa además demasiado subrayada por la representación religiosa.
Pero son las manos, las manos de sus personajes retratados, lo que obsesionará al pintor. En su auténtica obra Muerte de la Virgen, de 1480, todos los personajes dibujados en la pintura muestran sus manos, o las dos o una, pero todos la muestran. Algo extraordinario, difícilmente repetible -o abundante- en otras obras en toda la Historia del Arte. Para él debe ser el símbolo por excelencia del Hombre. Lo que le da su cualidad humana, y le permite, además, poder crear. Cuando se encontraron por primera vez los críticos con algunas obras parecidas a su creación, pero no supieron con certeza asignar su atribución, debieran entonces únicamente haber mirado bien la pintura, y si en ella hubiesen destacado la figura de muchas de las manos de sus personajes, seguro que no se hubieran equivocado, de ningún modo, al asignársela a él.
(Detalle de la obra central del Tríptico de Polinari, Hugo van der Goes, Uffizi, Florencia; Tabla central del Tríptico de Polinari, 1478, Hugo van der Goes, Uffizi; Representación completa del Tríptico de Polinari; Paneles del Altar de la Trinidad, 1479, Hugo van der Goes, Colección Real, Londres; Óleo La locura de Hugo van der Goes, 1872, del pintor belga Emile Wauters; Pintura Muerte de la Virgen, 1500, anónimo, National Gallery, Londres; Pintura sobre tabla Muerte de la Virgen, 1479-80, Hugo van der Goes, Brujas, Bélgica.)


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