Las marcas sobre el pavimento, o marcas viales, tienen por objeto regular la circulación y advertir o guiar a los usuarios de la vía y pueden emplearse solas o con otros medios de señalización, a fin de reforzar o precisar sus indicaciones.
Algo así leímos alguna vez en el Reglamento General de la Circulación o en cualquier manual del conductor de los que se usan para la obtención del permiso de conducir, no necesariamente para el aprendizaje de la conducción y mucho menos de la circulación. Sin embargo, las marcas viales son las grandes olvidadas de la dotación de la carretera pese a su importancia de cara a preservar el orden y la seguridad del tráfico.
¿Por qué no atendemos a las marcas con la misma pulcritud que atendemos a las señales verticales o a los semáforos? Es difícil dar respuesta a esta pregunta, por lo que quizá sólo podemos aventurar algunos indicios que nos llevan a concluir que bien se trata de un problema de destreza visual, bien de un problema de actitud. O bien un mix de ambas cosas, que no están reñidas entre sí.
Las marcas viales en la observación del entorno
De entrada, la ubicación de las marcas hace que estas queden fuera de nuestro campo visual cuando las tenemos demasiado cerca. Comoquiera que tantos conductores adolecen de una inadecuada gestión de la observación del entorno, si las marcas no se observan de lejos luego ya no es posible atenderlas. Además, si no estamos al 100 % concentrados en la conducción, es más que probable que cuando lleguemos al punto donde una marca nos impone alguna restricción no echemos cuenta de ella.
Por otra parte, hay un problema que tiene que ver con la configuración de algunas vías —y pienso en un ejemplo como el que vemos bajo estas líneas, la calle Valencia de Barcelona—, ya sea porque los carriles son estrechos para el tráfico que soportan o porque los conductores aspiran a mantener una velocidad de marcha superior a la que la vía permite.
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Las marcas viales y la actitud del conductor
Y entramos de esta forma, con el asunto de adecuar la velocidad a las posibilidades que nos dan las marcas viales, en la cuestión actitudinal. Las marcas viales ocupan, en la jerarquía de la señalización, el escalón más bajo. Pero son señalización al fin y al cabo. En ocasiones, el problema está en la cuestión de atajar camino, como cuando miramos a lado y lado y si nadie nos ve… ¿qué mal hay en saltarse esa línea? Como ya hablamos hace un tiempo de este aspecto, no vamos a darle más vueltas ahora.
En otras ocasiones, el problema es más de fondo y tiene que ver con la poca importancia que le damos a la señalización en general y, por lo tanto, al último peldaño de las señales. Pongo por ejemplo la siguiente escena, en la que un conductor aborda una isleta con su cebreado por la parte izquierda, pese a que la señalización vertical nos indica que hay circulación en ambos sentidos.
Podría haber elegido cualquier otra situación, como la de los coches estacionados sobre isletas, cambios de sentido sobre líneas continuas o demás escenarios análogos. Sin embargo, me quedo con esta porque refleja ese nivel de actitud que sobrepasa la picaresca del atajo para entrar en un terreno más peligroso todavía: la falta de conciencia.
Quizá el ejemplo sería más fuerte si se tratase de una calle con varios carriles y flechas de selección de carril para canalizar el tráfico, pero no la tengo a mano. La idea es la misma: si a este conductor le preguntásemos por su circulación en sentido contrario, seguramente se quedaría estupefacto. Tal es nuestro comportamiento ante la señalización que queda esparcida por el suelo.
Cuestión de actitud, cuestión de hábito
En este apartado, tanto los conductores como los titulares de las vías tienen mucho camino por recorrer. Dejando de lado la desidia que implica la falta de mantenimiento de no pocas marcas viales, tenemos casos como los de las carreteras locales, donde las marcas de separación de carriles, e incluso las que delimitan los bordes de las calzadas, pasan a un último plano en cuanto a preocupaciones por la conservación de la vía.
Alguien me dirá que ponga en un plato de la balanza los costes y en el otro los beneficios. Y tendrá razón, pero en el fondo, como hablamos de actitudes de los conductores, nos referimos a una cuestión de hábitos. ¿Qué hábito de respetar las marcas viales tendrá el conductor si desde los mismos titulares de las vías no se le acostumbra a que hay marcas viales, que están por algo y que por tanto estas deben respetarse siempre?
Una última cuestión. Cuando un aspirante a la obtención del permiso de conducir se come una marca vial, en la mayoría de los casos y si haciéndolo no comete una irregularidad mayor se le anota como mucho una falta deficiente —con lo que tiene medio examen perdido—, mientras que si se salta la mayoría de las restricciones, prohibiciones y obligaciones impuestas por señales verticales, y no digamos ya los semáforos o las señales impuestas por agentes, tiene prácticamente asegurada la falta eliminatoria. Es sólo un ejemplo de cómo se forman nuestros hábitos.