El ser humano es el único animal capaz de engañarse a sí mismo. Mark Twain escribió en su día que “Todo el mundo miente, todos los días, a cada hora, dormido, despierto, en sus sueños, en su alegría, en su duelo”. Aunque unos tiren de la mentira más que otros, asumamos que es una condición innata en los seres humanos.
Todos mentimos alguna vez en nuestras vidas, ya sea porque conveniencia, por educación, para dar una primera buena impresión o para evitar ser interrogados sobre un tema en concreto. La pregunta es ¿por qué no podemos ser siempre sinceros? En los animales, el engaño está asociado a un mecanismo genético de selección natural, y aquel que engaña y consigue lo que realmente perseguía es el que sobrevive. El ser humano ha ido evolucionando hasta la actualidad porque ha destacado en ciertos aspectos más que otros seres vivos. Estamos en un mundo donde el éxito es la llave de cualquier puerta y nos hace avanzar, ya sea a nivel personal, profesional o incluso económico; y la mentira nos ayuda a alcanzarlo. Es lo que llamamos el “engaño creativo”, lo creamos según el objetivo que queremos alcanzar para ser superiores a algo o a alguien.
Una gran cantidad de investigadores considera que la mentira está íntimamente ligada a la autoestima. Esto hace que cuando una persona siente que su autoestima está bajo amenaza, recurre a la mentira para escudarse (y más concretamente, acostumbran a hacerlo más los extrovertidos que lo introvertidos). Esta afirmación puede ser justificada mediante un estudio que se llevó a cabo en la facultad de psicología de la Universidad de Massachusetts, que gravó conversaciones informales entre dos personas desconocidas durante 10 minutos. Antes de empezar con el experimento, ambas personas afirmaron que serían honestos con lo que decían, pero tras escuchar la conversación grabada, se demostró que en apenas diez minutos un 60% de los sujetos mintió en al menos una ocasión.
El concepto de mentira va mucho más allá de las propias palabras, también lo hacemos con nuestro físico y nuestro aspecto. Nos ponemos la ropa que mejor nos sienta (aunque a veces sea un tanto incómoda), nos compramos fragancias y perfumes para enamorar (sea en el aspecto que sea), en el caso de los hombres os matáis en el gimnasio para poder ir enseñando torno mientras que nosotras, las mujeres, tiramos de maquillaje para disimular granos, puntos negros hasta el extremo de ir más pintadas que una mona.
Pero no todas las mentiras sirven para protegernos a nosotros mismo y salir victoriosos. Usamos la “mentira piadosa” por respeto a una persona y cuando la verdad podría dañarle en exceso. Otras veces mentimos para proteger nuestra intimidad y evitar preguntas realmente embarazosas que preferimos guardarnos para nuestros adentros o simplemente para quedar bien.
Voy a seguir alabando a Mark Twain en este tema y terminaré con otra de sus frases a modo de reflexión: “Hay tres clases de mentiras: La mentira, la maldita mentira y las estadísticas”. Decidir en qué “campo” de la mentira nos queremos mover ya es otro tema.