Tenemos una invasión de moscas que me ha hecho pensar en el orden del cosmos. La mosca, incluso la menos invasiva, la que ocupa una periferia admisible, incordia al punto de que descrees de que el mundo esté bien hecho y haya una inteligencia detrás, un demiurgo sostenible, una especie de daimon casi sindicalista, al que se le encomienda la tarea de contarnos la trama invisible de las cosas, la textura de la realidad, las junturas del tiempo y del espacio. Odio las moscas como otros odian que Falete suene en Canal Fiesta Radio. Hablo de un odio inargumentable, que es como funciona de verdad el odio. El amor planea por la realidad como Dios planea por sus nubes, pero no sabemos entender a Dios. Ni a Dios ni a los jodidas moscas que ahora mismo, justo en este instante, se paran en la pantalla del ipad, conquistan la interfaz misma, colonizan el espacio narrativo de la aplicación que me permite manifestarme. La mosca pertinaz, la otra mosca, la mosca yanki, la que cree que su casa es el mundo entero, malogra la bondad misma del cosmos, ya digo. Hace que uno se irrite, prorrumpa en maldiciones que no había puesto antes en su boca, se convierta en un alucinado, en una criatura maligna, preñada de mal, consciente de que un cáncer con alas está corrompiendo el ánimo, la felicidad ilusoria, pero durable, de que uno es, en el fondo, un ser jovial, de poco afecto al conflicto, más o menos equilibrado, dotado de una armonía ganada con los años, edificada a través de lecturas, películas, conversaciones de bar y cariños de los que lo aman. Ahora mismo una mosca de las que hablo ha hecho residencia en una línea de texto igual que nosotros hacemos residencia en los libros o en una cama de hotel. Lo imperfecto del mundo se revela en estas pequeñas indisposiciones de orden doméstico. Luego está mi sensibilidad, que es lo único de lo que dispongo para entender el mundo. Mi irritación actual no la compensa ninguno de los recursos a los que suelo acudir. Quizá, en todo caso, la escritura, que es una vía para extraer el mal de adentro y dejarse crucificar por la limpieza de la gramática. Las moscas, las putas, no tienen gramática. Es lo que tiene un fin de semana, fantástico, por otro lado, en mitad de la naturaleza.