Al contrario que los españoles, los alemanes no suelen andarse con florituras a la hora de señalar una tara (sea del tipo que sea). Y, al contrario que los españoles, tampoco perderán su tiempo en señalar que algo les gusta – al fin y al cabo, lo que está bien está bien y ¿para qué más aspavientos?
Si te has cortado el pelo y/o renovado el vestuario no esperes saber cuánto les gusta el cambio. Si no te dicen nada, es que está bien así (al contrario que en España). Si no les gusta te lo dirán sin más tapujos (y sin ningún tipo de remordimiento).
Cuando tu marido es teutón, tienes 2 opciones: Aprender a valorar sus silencios o reeducarle. La opción 2 no siempre es la más recomendable, ojo, porque una vez que se acostumbran a tener que notar (¡Ach so!) y siempre siempre para bien (porque para algo le has forzado a abrir la boca ¿no?), no pueden evitar un aaaber (peeero)… Y sin ningún sentido del humor, eso sí.
Al resto de tus amistades, conocidos, compañeros de trabajo y demás no les puedes reeducar. Entre otras cosas porque el chantaje en forma de hoy-no-cariño-que-estoy-muy-triste-porque-no-te-gusta-mi-pelo-y-quiero-dormir sólo funciona con 1 autóctono (¿no?).
Con los otros sólo dispones de la opción número 1: valorar los silencios.
El otro día, sin embargo, lo que valoré enormemente fueron los pocos rodeos a la hora de señalar una tara. Enormemente.
Fue en la primera reunión de padres (Elternabend) de la guardería del niño.
La que hizo gala de poca delicadeza (y mucha mano dura) fue una de mis amigas (o sea, una Rabenmutter). En cada grupo de niños había que elegir a 2 representantes para el Elternbeirat (colectivo de padres y madres, aunque visto lo visto, podría llamarse Mütterbeirat a secas). Mi amiga, que lleva en el pueblo poco más de un año, desempeñó esa función el curso pasado recién horneadita (a.k.a. dejándose llevar por lo que se ha hecho toda la vida) y, como suele ser habitual, se le preguntó si querría volver a presentar su candidatura.
Cuál fue mi sorpresa cuando la tía saca las normas de la guardería (subrayadas y con apuntes) de su bolso y suelta sin más “¿Yo? Encantada, pero con una condición… No pienso hacer una sola tarta, ni un solo collage, ni tirarme una tarde entera fabricando Schultüten en todo el año.”
La cara de las Übermütter fue un poema. Pero en cuando empezaron a replicar, mi amiga blandió las normas autoritariamente delante de sus narices y las hizo callar “Me he leído las normas y las tareas que se describen para el Elternbeirat no incluyen ni repostería ni bricolaje. De hecho, las funciones asignadas son bastante más importantes: Iniciativas pedagógicas y organizativas, de manera que la guardería, tanto en su proyecto educativo como social, se adapte a las necesidades tanto de los niños como de los padres. Si yo me paso el año entero haciendo tartas o decorando la guardería, no puedo dedicarme a estas funciones (mucho más importantes). Las que quieran seguir haciendo tartas, que las hagan, pero para eso no hace falta formar parte del Elternbeirat.”
Me faltó ponerme de pie y aplaudir.
En contra de lo que me esperaba después de esa intervención, salió elegida en nuestro grupo (aunque teniendo en cuenta que todos los pobres hijos desgraciados de las malas madres del lugar están en él, era bastante posible… y deseable).
Cuando le transmití mi admiración absoluta (por tener los OOs de ser tan Raben) me miró extrañada. Por lo visto no estaba reivindicando nada más allá del cumplimiento protocolario de las normas (¡ja! ¡tócale eso a un alemán y verás!) y, casualmente, las normas esta vez no estaban de parte de las Übermütter.
Yo debo ser tonta (o no valer for President), pero a esas cosas no suelo atreverme. Se me da mejor contestarle “sí, con el electricista” a la Übermütter de turno que, tratándome de usted, lo primero que me suelta es un “Ha sido un accidente, ¿no?” cuando se entera de que los dos pequeños sólo se van a llevar 14 meses.