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Las Olimpíadas en el Mundo Antiguo: la verdad del elogio pindárico y un viaje a Olimpia.

Publicado el 25 agosto 2017 por Hugo Rep @HugoRep

De entre todas esta competencias, cuatro sobresalen por su prestigio y por su carácter panhelénico por estar abiertas a todos los griegos: los juegos píticos celebrados en Delfos, los ístmicos celebrados en el istmo de Corinto, los nemeos en un recinto situado al noreste del Peloponeso y, por cierto, los juegos olímpicos.

Píndaro, el gran poeta lírico del siglo V a. C. que se ganaba la vida componiendo himnos a los que vencían en cualquiera de estas competencias a cambio de un cuantioso honorario, proclama que de los cuatro, los juegos olímpicos son los más importantes y lo hace de una manera que refleja la ley de creciente complejidad del verso pindárico.

Las Olimpíadas en el Mundo Antiguo: la verdad del elogio pindárico y un viaje a Olimpia.

Su punto de partida es relativamente simple: entre los líquidos, el agua es lo más apreciado, entre los metales el oro, y entre los juegos, los olímpicos, pero al darle forma definitiva al elogio introduce dos subcomparaciones (oro-fuego, Olimpíadas-sol) que da como resultado el siguiente comienzo de uno de sus epinicios más hermosos:

Suprema es el agua, el oro brilla como fuego incandescente de noche por sobre toda arrogante riqueza, pero si juegos es lo que añoras cantar, alma mía, no busques, después del sol, otro astro que brille por el desierto éter con más calor en el día,ni llamemos a otro combate superior al de Olimpia.

Para confirmar la verdad del elogio pindárico los invito ahora a que viajemos a Olimpia, asunto nada fácil porque Olimpia no está junto al mar sino a unos 15 kilómetros al interior de la costa oeste del Peloponeso, en una húmeda y calurosa llanura flanqueada por dos ríos, el Alfeo y el Cladeo, en cuyo punto de convergencia se encuentra el Altis o recinto sagrado de Zeus.

Si hemos llegado por barco desde Agrigento o Corinto hasta el cerca-no puerto de Pirgos, haremos el camino a pie o a lomo de mula flanqueados por griegos de los más remotos rincones del Mediterráneo, de Asia Menor o del Mar Negro. Un artesano de Marsella caminará al lado de un mercader de Trebizonda o de Cirene, un siracusano compartirá con un corcirio o un ateniense, algo que sólo la tregua olímpica o ekejeiría hace posible, pues tal vez en este momento Atenas y Córcira están en guerra con Siracusa y sus aliados. Pero todos hablamos griego, pertenecemos a la nación helénica. Nos exalta el sentirnos, por unos días, parte de una unidad superior.

A poco andar se suma a la caravana un grupo procedente de la ciudad de Elis, la pólis que rige los juegos, situada unos 58 kilómetros más al norte. Este abigarrado cortejo ha recorrido la Vía Sagrada a lo largo de la costa y está formado por los Hellanodikai o jueces oficiales con sus largos mantos color púrpura, por los atletas y sus entrenadores, por carros y caballos, por sus dueños, aurigas y jinetes.

Esta es la comitiva de los que han estado obligatoriamente en Elis durante un mes antes de la competencia. Allí los atletas han entrenado rigurosamente bajo la supervisión de los "jueces de los griegos", conocidos por su probidad e imparcialidad.

Los grupos de competidores, delegados oficiales y peregrinos como nosotros han ido precedidos por equipos de trabajadores que ya están en Olimpia. Éstos han ido a preparar el lugar, a despejar la maleza, a enderezar algún muro o estatua, a limpiar las fuentes y bebederos, a levantar comedores provisorios y establos para los animales que serán sacrifica-dos. ¿Por qué? Porque Olimpia no es una pólis. Nadie o muy poca gente vive allí en forma permanente y han pasado ya cuatro años desde los últimos juegos.

Por eso mismo no podemos esperar muchas comodidades. Si no somos magistrados o embajadores de alguna ciudad importante, tendremos que dormir al aire libre y sufrir el embate del clima. Epicteto, un filósofo estoico del siglo segundo de nuestra era, lo dice en forma elocuente:

¿No ocurren cosas desagradables y duras en la vida? ¿No ocurren también en Olimpia? ¿No te quema el sol? ¿No te ahoga la multi-tud? ¿No es acaso difícil refrescarse? ¿No te empapas cuando llueve? ¿No te incomodan el ruido, los gritos y las demás moles-tias? Pero me parece que estás dispuesto a soportar todo esto y que lo haces con gusto al pensar en el magnífico espectáculo que vas a contemplar9.

El magnífico espectáculo al que se refiere Epicteto durará cinco jornadas y tendrá lugar después de las cosechas, durante los calurosos días de fines de agosto.


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