Revista Arte

Las Palabras y las Cosas

Por Peterpank @castguer

Las Palabras y las Cosas

La teoría de la moneda y del comercio responde a esta pregunta: ¿Cómo pueden caracterizar los precios, en el movimiento de los cambios, a las cosas —cómo puede la moneda establecer entre las riquezas un sistema de signos y de designación? La teoría del valor responde a una pregunta que se cruza con ésta, al interrogar, como en profundidad y a lo vertical, el nivel horizontal en el que se cumplen indefinidamente los cambios: ¿por qué hay cosas que los hombres tratan de cambiar, por qué unas valen más que otras, por qué ciertas de ellas, que son inútiles, tienen un alto valor en tanto que otras, indispensables, tienen un valor nulo? Así, pues, no se trata de saber de acuerdo con qué mecanismo pueden representarse las riquezas entre sí (y por medio de esta riqueza universalmente representativa que es el metal precioso), sino por qué los objetos del deseo y de la necesidad tienen que ser representados, cómo se da el valor de una cosa y por qué se puede afirmar que vale tanto o tanto más. Dicho de otra manera, para que una cosa pueda representar a otra en un cambio, se requiere que existan ya cargadas de valor; y, sin embargo,el valor sólo existe en el interior de la representación (real o posible), es decir, en el interior del cambio o de la intercambiabilidad. De allí dos posibilidades simultáneas de lectura: la primera analiza el valor en el acto mismo del cambio, en el punto de cruce entre lo dado y lo recibido; la otra analiza con anterioridad al cambio y como condición primera para que éste pueda tener lugar.

En la génesis real de las lenguas, el  recorrido no se hace en el mismo sentido ni con el mismo rigor: a partir de las designaciones primitivas, la imaginación de los hombres (de acuerdo con los climas en los que viven, las condiciones de su existencia, sus sentimientos y sus pasiones, las experiencias por las que pasan) suscita derivaciones que son diferentes según los pueblos y que explican, sin duda, además de la diversidad de las lenguas, la relativa inestabilidad de cada una de ellas. En un momento dado de esta derivación, y en el interior de una lengua particular, los hombres tienen a su disposición un conjunto de palabras, de nombres que se articulan unos en otros y recortan sus representaciones; pero este análisis es tan imperfecto, permite que subsistan tantas imprecisiones y tantos entrecruzamientos que, con las mismas representaciones, los hombres utilizan palabras diversas y formulan proposiciones diferentes: su reflexión no está a salvo del error. Entre la designación y la derivación, los deslizamientos de la imaginación se multiplican; entre la articulación y la atribución, prolifera el error de la reflexión.

La estructura y el carácter aseguran, en la historia natural, la clausura teórica de lo que permanece abierto en el lenguaje y da nacimiento, en sus fronteras, a los proyectos de artes esencialmente inacabadas. Así el valor que de estimativo se convierte automáticamente en apreciativo, la moneda que por su creciente o decreciente cantidad provoca pero limita siempre la oscilación de los precios, garantizan en el orden de las riquezas el ajuste de la atribución y de la articulación, el de la designación y de la derivación. El valor y los precios aseguran la clausura práctica de los segmentos que permanecían abiertos en el lenguaje. La estructura permite a la historia natural encontrarse de pronto en el elemento de un arte combinatoria, y el carácter le permite establecer, a propósito de los seres y de sus semejanzas, una poética exacta y definitiva. El valor combina las riquezas entre sí, la moneda permite su cambio real. Allí donde el orden desordenado del lenguaje implica la relación continua con un arte y con sus tareas infinitas, el orden de la naturaleza y el de las riquezas se manifiestan en la existencia pura y simple de la estructura y del carácter, del valor y de la moneda.

Los códigos fundamentales de una cultura —los que rigen su len­guaje, sus esquemas perceptivos, sus cambios, sus técnicas, sus valo­res, la jerarquía de sus prácticas— fijan de antemano para cada hombre los órdenes empíricos con los cuales tendrá algo que ver y dentro de los que se reconocerá. En el otro extremo del pensamiento, las teorías científicas o las interpretaciones de los filósofos explican por qué existe un orden en general, a qué ley general obedece, qué prin­cipio  puede dar  cuenta  de él,  por  qué razón se establece  este orden y no aquel otro. Pero entre estas dos regiones tan distantes, reina un dominio que debido a su papel de intermediario, no es menos fundamental: es más confuso, másoscuro y, sin duda, menos fácil de analizar. Es ahí donde una cultura, librándose insensible­mente de los órdenes empíricos que le prescriben sus códigos prima­rios, instaura una primera distancia con relación a ellos, les hace perder su transparencia inicial, cesa de dejarse atravesar pasivamente por ellos, se desprende de sus poderes inmediatos e invisibles, se libera lo suficiente para darse cuenta de que estos órdenes no son los únicos posibles ni los mejores; de tal suerte que se encuentra ante el hecho en bruto de que hay, por debajo de sus órdenes es­pontáneos, cosas que en sí mismas son ordenables, que pertenecen a cierto orden mudo, en suma, que hay un orden. Es como si la cultura, librándose por una parte de sus rejas lingüísticas, percepti­vas, prácticas, les aplicara una segunda reja que las neutraliza, que, al duplicarlas, las hace aparecer a la vez que las excluye, encontrán­dose así ante el ser en bruto del orden. En nombre de este orden se critican y se invalidan parcialmente los códigos del lenguaje, de la percepción, de la práctica. En el fondo de este orden, conside­rado como suelo positivo, lucharán las teorías generales del ordena­miento de las cosas y las interpretaciones que sugiere.

 El valor estimativo no se convierte en apreciativo sino por una transformación; y la relación inicial entre el metal y la mercancía sólo se convierte poco a poco en un precio sujeto a variaciones. En el primer caso, se trata de una superposición exacta de la atribución y de la articulación, de la designación y de la derivación; en el otro, de un paso que está ligado a la naturaleza de las cosas y a la actividad de los hombres. Con el lenguaje, el sistema de signos se recibe pasivamente en su imperfección y sólo un arte puede rectificarlo: la teoría del lenguaje es inmediatamente prescriptiva. La historia natural instaura de suyo, para designar a los seres, un sistema de signos y, por ello, es una teoría. Las riquezas son signos que se producen, multiplican  y modifican gracias a los hombres; la teoría de las riquezas está ligada de un cabo a otro con una política.

La audacia de Aquiles

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