Alejandro Jodorowsky (Wikimedia).
En el diario en el que me formé como periodista desde los años 60 del siglo pasado, estuvo siempre prohibido publicar palabras altisonantes, simplemente porque ofendían las costumbres y el buen gusto de la gente. Con el tiempo se fue borrando esta prohibición y ahora se permite publicar palabrotas en la edición digital, aunque difícilmente puede hacerse lo mismo en la edición impresa.
Esto sucedía y sucede en un periódico típicamente conservador de Guadalajara. Sin embargo, en la mayoría de los medios de comunicación del país, y ya no se diga en Internet, es hoy de lo más común leer y oír palabras “gruesas”, dichas no sólo por periodistas “prestigiados”, con audiencias nacionales, sino también por intelectuales y políticos que han adoptado este lenguaje como una “moda juvenil”, evidentemente manipuladora.
Yo no tenía plena conciencia de esta manipulación política y periodística hasta que leí hace poco el libro “Psicomagia”, del distinguido cineasta contemporáneo Alejandro Jodorowsky, que tuvo a bien obsequiarme mi estimado colega y amigo Carlos Amaral. En esta interesante obra dice Jodorowsky que “las palabrotas son simpáticas porciones revolucionarias destinadas a romper moldes familiares, sociales y de todo tipo, pero su uso reduce el nivel de conciencia… Al principio, las palabrotas son útiles para liberarse, pero no conducen a ninguna mutación. El único lenguaje que eleva el nivel de conciencia es el arte y la poesía”.
Dicho en otra forma, las palabras altisonantes en el periodismo, en la política y en cualquier ambiente familiar o social pueden servir a quien las expresa para liberarse de algo, pero a nadie superan.
Artículo publicado por el periódico La Crónica de Hoy Jalisco en su edición del viernes 8 de abril de 2016.