A los treinta te habrás repetido unas 1560 veces que los lunes son una mierda. Y eso, si sólo te los has dicho una vez cada lunes de tu vida...pero no, lo habrás dicho también los domingos por la tarde (que no me vayáis a negar que son aburriiiiiiiiidos), cuando ves que el fin de semana ha llegado a su fin y que, a pesar de las expectativas puestas en él, tampoco ha sido para tanto. También te lo habrás repetido una y otra vez los propios lunes, desde que te levantas hasta que te acuestas, como una letanía que te acompaña en la cama, en la ducha, en el colegio, en el instituto, en la universidad, en el trabajo...y aquí paro porque todavía no gozas de la etapa dorada de la jubilación (y, al paso que vas, seguro que no la gozas en tu vida).
No lo niegues, estarías mintiendo.
Voy a contarte un secreto: a los 30, los días de mierda pueden ser tanto lunes como sábados, que al final todo depende de los tontos que se crucen en tu camino, de las horas que hayas dormido y de que tengas o no resaca (ventaja de los treinta, puedes salir un miércoles porque has tenido un día de mierda y te mereces una cerveza...o dos...o diez que el día ha sido durísimo).
Porque si algo se aprende al alcanzar la tercera década es que la felicidad no depende del día de la semana y que un sábado puede ser una mierda igual que un lunes ser maravilloso (fijaos en mí, nací un lunes, tan malos no pueden ser). Es más, un día genial puede acabar como el rosario de la aurora y viceversa; al final, lo realmente importante, es ese momento absurdo que te hace sentirte bien contigo mismo y reconciliarte con la vida. ¿Por qué la felicidad no puede estar en hacer una olla de "papas guisás"?
Sí, ya sé que esta olla de papas las hice un martes...no os pongais exquisitos que la clave está en disfrutar ese pequeño momento de tranquilidad, ajenos al mundanal ruido, al estrés...tan solo tu bolsa de patatas; tu cuchillo; el refrito preparado; un poco de música; si es buena hora, un vinito (y si no también que ya dijimos que el vino y el café serán tus mejores amigos) y ¡a pelar papas que la vida puede ser completamente maravillosa cuando no nos la complicamos!
El problema es que, a los treinta, aún no hemos logrado quitarnos de encima las expectativas del todo. Vivimos para el día D y la hora H cuando la vida, que es así de cachonda, nos demuestra que no hay un "día más feliz en la vida" sino pequeños momentos de felicidad que forman la vida. Si vivimos sólo para un momento, ¿cuántos otros nos dejamos en el camino? Decid la verdad, ¿recordáis más las fiestas de fin de año con vestidos brilli-brilli o los paquetes de pipas y las risas con los amigos en un banco del parque un día cualquiera? Pues eso mismo.
Así que, amigo treintañero, baja a tu super de confianza, coge tu malla de papas y ¡a ser feliz!