Revista África

Las peores condiciones de vida

Por En Clave De África

(JCR)

Coincidiendo con las pasadas elecciones en la República Democrática del Congo, se ha conocido una noticia que a mí personalmente me ha llamado poderosamente la atención. Se trata de la publicación por parte de Naciones Unidas de la lista anual de países según su Índice de Desarrollo Humano. Nada nuevo sobre el país que encabeza este ranking: Noruega, el país mas desarrollado del mundo y donde supuestamente sus habitantes son también los más felices, o por lo menos los que tienen mejores condiciones de vida. Lo que me causa una gran tristeza, a la vez que sorpresa, es saber que el país que está en el furgón de cola es la República Democrática del Congo. Ocupa, para ser mas exactos, el puesto numero 189. El último de la fila.

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Creo que nuestros lectores sabrán a lo que nos referimos cuando hablamos de Índice de Desarrollo Humano (IDH). Se trata de un baremo relativamente reciente mucho más completo que la anticuada clasificación que distinguía entre países ricos y países pobres a base de calcular la 'renta per cápita', la cual a su vez se obtenía dividiendo el Producto Interior Bruto por el número de habitantes. El indicador de 'renta per cápita' tiene varios inconvenientes, el primero de los cuales es que puede dar resultados muy engañosos, como ocurriría, por ejemplo, con el caso de Guinea Ecuatorial, país productor de petróleo que teóricamente sería el segundo país más rico de África, pero cuya mayoría de habitantes viven en la pobreza porque los beneficios de su economía no alcanzan a la población ni de lejos. El IDH tiene la ventaja añadida de que tiene en cuenta otros factores como porcentajes de escolarización, acceso de la población a la sanidad, esperanza de vida, igualdad de la mujer, disfrute de la paz, respeto a los derechos humanos, etc.

Pues bien, según estos indicadores, la República Democrática del Congo es el país del mundo donde la vida es más difícil y donde la gente lo tiene más crudo para ser feliz. Yo, que viajo a este país con frecuencia por motivos de trabajo, me doy cuenta de que por lo menos la mitad de los niños no están escolarizados y miles de ellos están condenados a una existencia inhumana viviendo en las calles de sus ciudades, la mayor parte de la gente no puede pagarse un tratamiento médico cuando está enferma, la esperanza de vida apenas pasa de los 45 años, viajar de una ciudad a otra es una aventura imposible por las desastrosas comunicaciones del país, muchas zonas del país viven aun la resaca de dos guerras que costaron cinco millones de muertos y los derechos humanos tienen un precio de risa, como muestra el número de activistas y periodistas comprometidos con la verdad que cada año encuentran la muerte o la cárcel. No estoy hablando de datos que leo en informes publicados en internet, sino de personas con nombres y apellidos cuyos rostros conozco y con los que trabajo a diario, que comen una vez cada dos días y que tienen ante sí un futuro muy poco prometedor.

Lo que me causa más tristeza es pensar que esto no sucede en un país árido, falto de recursos y con superpoblación, sino en uno de los países más ricos del mundo en recursos. La R. D. Congo tiene una tierra fertilísima, excelente para la agricultura y la ganadería, tiene bosques que son un enorme pulmón para todo el continente africano, tiene lagos y ríos con abundante pesca, y en su subsuelo hay inmensas riquezas minerales como oro, diamantes, casiterita, bauxita, tungsteno y el preciado coltán, indispensable para la industria electrónica de última generación y de las que el 80 por ciento de sus reservas mundiales se encuentran en el este del país, sin olvidar las enormes bolsas de gas que se encuentran bajo las aguas del lago Kivu. El Congo tiene, además, algunos de los paisajes más espectaculares del mundo y su potencial turístico es inmenso. Toda esta riqueza sería más que suficiente para dar a sus 65 millones de habitantes un nivel de vida digno sin que ninguno de ellos pasara necesidad.

Sería muy largo indagar en el porqué de este contrasentido: Que uno de los países más ricos del mundo en recursos sea el menos desarrollado del mundo y el que tiene todos los ingredientes para ser el más infeliz. Como suele ocurrir con los problemas complicados, sus causas son múltiples, y en el caso del Congo habría que empezar por mencionar un colonialismo durísimo que esquilmó sus riquezas, trató a sus habitantes con una enorme dureza y dejó, en el momento de su independencia, apenas diez graduados universitarios. A partir de los años 60, Occidente jugó con Zaire - como se llamaba entonces -, para servir a sus intereses geoestratégicos y poner freno al comunismo en las vecinas Angola y Congo-Brazzaville, sin importarle que esto se hiciera a base de alimentar la dictadura cleptocrática de Mobutu, que arruinó el país. Y desde mediados de los años 90, la República Democrática del Congo (como fue rebautizada por Laurent Kabila a partir de 1997) fue el escenario de varias guerras de rapiña en la que llegaron a participar más de 20 grupos rebeldes de diverso pelaje y los ejércitos de ocho países africanos.

Pero la grave enfermedad que padece el Congo no se explica solo por intervenciones interesadas de países extranjeros y compañías multinacionales que esquilman sus recursos sin que sus habitantes se beneficien de ellos. Hay, además, un problema de fondo que no se resuelve, y que el periodista Jason Stearns explica magistralmente en su libro Dancing in the Glory of Monsters, publicado este año, 2011: El Congo es un país en el que sus habitantes no tienen un Estado que les proteja, y en el que la política no es una actividad centrada en cómo ofrecer servicios a sus ciudadanos, sino en cómo conquistar el poder para enriquecerse.

Me surge una última reflexión sobre este poco envidiable puesto 189, y es el hecho de que nadie que haya visitado este país habrá quedado indiferente ante la enorme vitalidad que derrochan sus gentes. Una de las paradojas del Congo es el contraste entre la impactante miseria de la mayor parte de sus habitantes y la oleada empuje y ganas de vivir que uno se encuentra por todas partes, y que se manifiesta en detalles que van desde el gusto por vestirse con colores brillantes, o el calor humano de sus gentes hasta la música congoleña que invade todos los aspectos de la vida cotidiana. El Congo es un país que puede dejar a uno quemado y deprimido, y al mismo tiempo ejercer una increíble fascinación envolvente difícil de explicar. Ojalá este empuje y ganas de vivir hagan que los congoleños se despierten y con sus esfuerzos transformen esta situación tan poco halagüeña y puedan un día dejar atrás este puesto 189 detrás del cual hay tanto dolor.

 


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