En la antigüedad, las plantas que se recolectaban eran utilizadas tanto en la cocina como en la medicina. Luego, el aspecto decorativo tomó la delantera. Las pruebas escritas demuestran que la utilización de las plantas de interior datan del siglo III a. C. Se cultivaban en recipientes de arcilla y eran colocadas en los patios de los palacios con propósitos ornamentales.
Las plantas de interior existieron, incluso, en Pompeya. Así lo afirman los hallazgos arqueológicos obtenidos en las ruinas, los que demuestran que los romanos también utilizaban el cultivo en maceta para su uso en interior.
La recolección de plantas para el cultivo en interior era, también, propia de los viajantes, que las usaban como moneda de cambio de ciudad en ciudad.
A principios del siglo XIX en las expediciones europeas que se hacían a distintas partes del mundo, se descubrían especies que eran clasificadas y llevadas luego a Europa.
En ese momento, estaba de moda cultivar las plantas de interior por razones estéticas y prácticas. Esta tendencia condujo a que los ejemplares que tenían una bonita floración en estado silvestre, fueran cultivados en habitaciones específicas de las casas, donde sus flores eran cuidadas y prolongadas al máximo.
El cultivo de plantas de interior se convirtió en un elemento indispensable para la educación de las clases privilegiadas de toda Europa, especialmente en Inglaterra.
El negocio era enorme, y los precios que se pagaban eran altísimos. Así nació el comercio mundial de plantas exóticas, que no dejó de crecer hasta nuestros días. Fue en esa época cuando se construyeron los grandes invernáculos que aún hoy están en pie, donde se mezclaba el hierro y el cristal, logrando el recalentamiento típico de los invernaderos.