Palau de la Generalitat, BCN, 2000. expatriadaxcojones.blogspot.com
Travesera de Gràcia, Barcelona
Desde los catorce años y, hasta los veintidós, estudié por las mañanas y trabajé por las tardes. Ayudaba en una de lastiendas de mi familia. Cada fin de mes, mi padre me daba el sueldo que yo, después, administraba como quería. Con la llegada del nuevo milenio esto iba a cambiar. Me tocaba trabajar gratis —tómatelo como un aprendizaje, me decía la gente —estaba a punto de terminar la carrera y empezaba la época de Las Prácticas.
En realidad, ya había hecho mis pintos el verano anterior. Primero, en los informativos de Televisión Española, de donde supliqué que me sacaran. Los becarios —éramos tres sólo de mi clase— no hacíamos absolutamente nada. Nos pasábamos el tiempo leyendo los periódicos,tomando café o simplemente mirando la pared. Era aburrido, desesperanzador y deprimente. Le pedí a mi tutor que me cambiara. Ya que no iba a cobrar, al menos quería aprender el oficio y estaba claro que en esa tele del Pleistoceno no iba a hacerlo. Me mandaron entonces a la delegación de Telecinco en Cataluña. Donde tampoco cobraba pero sí que aprendí. Lo primero, la diferencia entre la empresa pública y la privada. Al contrario de lo que sucedía en TVE, aquí la redacción la formaba gente joven, con muchas ganas de hacer cosas y, lo más importante, muy faltos de manos. Si fue por egoísmo o por pura necesidad lo desconozco, pero ellos me enseñaron muchas cosas. Me enseñaron a perder el miedo de preguntarle a la gente en la calle, a escribir una noticia para televisión, a locutar bien un texto y a editar las imágenes a contra reloj. En Telecinco aprendí mucho, sobretodo, lo que no debe hacerse, que es exactamente lo que todos conocen por periodismo.
Cuando regresé a la facultad el curso siguiente, que ya era el último, volví a presentarme ante mi tutor para pedirle más prácticas. Ese era mi billete al mundo laboral. Pensaba que en cuantos más sitios estuviera, cuanta más gente conociera, más posibilidades tendría luego de conseguir un puesto en el mundillo. ¿Qué era un año de trabajo gratuito comparado con la oportunidad de conseguir un contrato laboral?
Pedí las prácticas en fin de semana. Me las dieron en una emisora local de la ciudad. Aquí también aprendí, sobretodo, que el mundo de la radio no era lo mío. Y entonces, por una casualidad, otra vez, nada casual, uno de mis profesores —el que nos daba periodismo político y el que nos llevó, como se aprecia en la foto, al mismísimo Palau de la Generalitat a conversar con el entonces President, Jordi Pujol — llegó a la clase quejándose que en su sección se habían quedado sin becario.
¿Había alguien dispuesto a trabajar sin cobrar? ¿Dispuesto a no ganar absolutamente nada, ni tan siquiera unos míseros créditos? ¿A poner dinero de su bolsillo para el transporte y las dietas? Levanté la mano sin pensarlo.Una semana más tarde, empecé de becaria en la sección de política de los informativos de la noche de la Televisión Autonómica Catalana.
Al terminar las clases, salía escopeteada de la facultad, comía cualquier cosa por el camino, y entraba en la tele dispuesta a todo. Hacer fotocopias, coger el teléfono, llevar cintas de un lado a otro… Muy de vez en cuando, me encargaban una pieza de un minuto. Siempre me daban el tema menos importante, el más cutre, por supuesto, pero algo es algo y por algún sitio hay que empezar. Era un regalo y yo lo recibía como tal.
La redacción de informativos ocupaba una sala amplia, acristalada, y repleta de humo—y es que los periodistas suelen fumar y beber mucho, ya sea café u otras cosas—. En el centro, ocupando el lugar más destacado, estaba la mesa que llamaban —cocina— porque ahí era donde se cocían las cosas importantes. Dónde se decidía la escaleta, qué saldría y en qué orden. Ahí estaba el editor, el realizador y el presentador, que en esa época era Carles Francino.
Las demás secciones: sociedad, internacional, economía, cultura, … se distribuían en distintas mesas colocadas alrededor. En la de política casi eran todo hombres. El jefe de sección, el sub jefe de sección, más un encargado para cada uno de los partidos. Había uno para los socialistas, otro para los populares, los verdes, los convergentes —éste era sin duda el más importante— y los republicanos. Después, estaba la única fémina del grupo. Carne de redacción. Delgada. De piel pálida. Soltera. Siempre malhumorada. Apenas me dirigió la palabra en los seis meses que compartimos mesa.
Como además de ir a clase por la mañana, tenía que ir a la tele todas las tardes, de lunes a viernes, de tres a nueve de la noche, durante seis meses, —sin contar que el fin de semana lo pasaba encerrada en la radio— convencí a mis padres para que me dejaran trasladarme a vivir a Barcelona, y ahorrarme así los desplazamientos desde Mataró, que era donde residía con ellos.
Accedieron a costearlo —porque al final todo se reduce a un tema económico, si puedes o no permitirte el lujo que trabajar te cueste dinero— y me mudé a una habitación en un piso compartido lo que quedaba de curso. Estaba en una vieja finca en la calle Travesera de Gracia de Barcelona, junto a uno de los Cuarteles de la Guardia Civil. Cada día, al irme por las mañanas, y al volver por las noches, veía a los chicos, vestidos de uniforme y haciendo guardia en la puerta .
Del piso este apenas recuerdo algo. No recuerdo limpiar. Ni cocinar. Ni ir a comprar. No recuerdo poner una lavadora. Ni tender. Ni planchar. No recuerdo ordenar. Ni barrer. Ni fregar. No recuerdo absolutamente nada. Sólo que mi habitación era la peor de la casa. Había llegado la última. Tere y Núria, que eran de Reus, llevaban viviendo en él tres años.Mi habitación daba a la calle y, cada noche, me despertaba el ruido del camión de la basura, pues los containers estaban justo debajo de mi balcón.
No sé exactamente cuanto tiempo viví en esta casa, calculo que unos seis meses. No creo que sucediera estando allí nada muy interesante y si lo hubo, lo he olvidado. Estudiaba por las mañanas. Trabajaba por las tardes. Fumaba por las noches. Y así fueron pasando los días hasta que, del mismo modo que llegué, me fui.
Regresaría al hogar familiar, pero no por mucho tiempo. Las practicas habían dado sus frutos y, apenas unos días después de mi regreso, recibí una llamada. Era de la tele. Me ofrecían un contrato para el verano y me pagaban una pasta indecente. Dije que sí e inmediatamente me puse a buscar pisos de alquiler en la capital.