Portada del libro “Anticipación a la muerte”, de J. Rubén Romero.
El escritor michoacano José Rubén Romero (1890-1952), autor de “Apuntes de un Lugareño”, escribió también, entre otras obras, “Anticipación a la muerte” (1939), donde él mismo, desde ultratumba, narra las circunstancias de su propio deceso, su sepelio y entierro, aportando a la vez importantes datos autobiográficos.
Al final de su libro dedica unas líneas a los principales retos y peligros que amenazan al pueblo de México, y que por su asombrosa actualidad, no obstante los 75 años transcurridos, transcribo:
“Si yo fuera Dios, encendería una luz en el cerebro de mi raza, la limpiaría de toda podredumbre, daría a los indios el usufructo de su risa y la plena posesión de su llanto, que al reír se olvidarían de su pasado, y al llorar, lavarían su corazón de herencias odiosas.
“Si yo pudiera iluminar a mi pueblo, como un profeta, le diría:
“Trabaja. No permitas que nadie administre lo tuyo.
“Estudia. En el gran alfabeto de la experiencia hallarás el sentido de todas las cosas.
“Vuelve tus ojos a la tierra, fecúndala con el sudor de tu cuerpo, y la tierra te aceptará en matrimonio”.
José Rubén Romero advierte luego sobre los falsos líderes, “predicadores de mentiras, ´afanadores´ de lo ajeno, sacerdotes revestidos de oro, apóstoles que hablan de amor y esgrimen el látigo, legisladores que hacen la ley para violarla, demócratas que tratan a puntapiés a todos los pobres. Yo que descifro el pensamiento de los seres que viven, tiemblo horrorizado dentro de mi sepultura al descubrir lo que traman en contra de mi pueblo y de mi patria”.
“Mas si yo volviera a ser hombre y a comenzar de nuevo la vida –concluye el ilustre michoacano-, la aceptaría tal como ella fue para mí, con sus miserias y sus esplendores, con sus caídas y sus resurgimientos, con el espejismo de mis sueños y la amargura de mis desencantos. Le pediría tan sólo que me hiciera bueno de verdad, inteligente sin vanagloria, resignado en la adversidad, humilde en las alturas, para poder decir, al llegar al fin, lo que no puedo decir ahora: arrúllame muerte, que quiero dormirme en la paz de una limpia conciencia…”