Las rabietas, a menudo, someten la paciencia de los padres a
una prueba de fuego... ¿Cómo afrontar estos ataques de furia del niño? La
psicóloga Isabelle Filliozat nos responde: «Enseñándole a expresar, a través de
las palabras, sus emociones negativas».
Coger una rabieta no es sinónimo de ser un niño maleducado o
problemático: todos los niños pillan una rabieta alguna vez. Surgen cuando los
desborda una emoción negativa y no logran expresarla o no se les entiende. Un
ejemplo: estás ocupándote de tu hijo pequeño, y el mayor quiere jugar contigo a
las cartas. Entonces, se siente frustrado, se enfada y empieza a lloriquear.
Como no puedes dejar al bebé para jugar con él, su
frustración y su descontento se desbocan: grita, solloza y hasta patalea... A
ti te corresponde enseñarle, poco a poco, a «parar la máquina» antes de llegar
a este extremo de irritación y hacerle comprender que el problema no es
sentirse enfadado o herido, sino dejarse llevar por la propia violencia
interior.
Cómo calmar una rabieta infantil
De nada sirve ordenarle que se tranquilice cuando está en
plena crisis: el niño no domina la cólera que le desborda. Gritar tampoco
funciona. ¡Y ni pensar en darle un azote! Entonces, ¿qué hacer? Pues intentar
explicarle con sencillez lo que le está ocurriendo (que es algo que no
comprende): «Te has enfadado porque estoy con tu hermanito y tú quieres que
juegue contigo. Tienes razón, es normal que te enfades».
Además, conviene contenerlo físicamente: abrazarlo con
ternura, pero con firmeza: «No puedo dejar que te hagas daño, ni que me lo
hagas a mí». Con el tiempo, aprenderá a reconocer su enfado cuando surja y a
explicarlo con palabras en lugar de dejarse invadir. Y asimilará el hecho de
que dejarse llevar por la violencia no es bueno ni tolerable.
Leer cuentos al niño para superar rabietas en los niños
El objetivo es que llegue cada vez con menos frecuencia a la
fase de la crisis. Los padres deberán estar atentos a lo que el niño vive y
siente en el día a día: sólo así podrán entender mejor sus emociones,
transmitirle el vocabulario preciso para verbalizarlas y animarlo a explicar lo
que no va bien: «Ya veo que estás de mal humor. En vez de llorar, dime por
qué».
Un recurso útil para enseñarle a comprenderse mejor y a
familiarizarse con sus emociones es leerle cuentos: la ficción le permite vivir
pataletas a través de ciertos personajes con los que se identifica fácilmente,
así como desahogarse en el contexto de la fantasía sin necesidad de «pasar a la
acción».
Antídotos contra las pataletas infantiles
Los mejors antídotos: aire libre y relajación. Cuantas más
oportunidades tiene un niño de moverse a sus anchas y de liberar las tensiones
acumuladas a lo largo del día, menor es el riesgo de que cualquier pequeña
contrariedad pueda desembocar en una rabieta. Por lo tanto, antes de volver a
casa, hay que procurar pasar por el parque media horita para que corra, grite y
salte. También un buen baño tiene efectos relajantes. ¿Y por qué no enseñarle a
relajarse mediante el control de la respiración? Túmbate con él en el suelo y
respirad dilatando y contrayendo el vientre mientras oís una música suave. O
haz con él los ejercicios que se proponen cada mes en esta sección de la
revista.
Los arrebatos de furia no son sólo cosa de niños
También los padres perdemos los nervios. Presenciar la
pérdida de control del adulto impresiona al niño: un referente fundamental para
él se tambalea. Si ya ha pasado, no podemos actuar como si nada. ¿Hay que
disculparse? Pues contrariamente a lo que se pueda creer, no es lo primordial.
Es más útil preguntar al niño qué ha sentido: «¿Qué has pensado cuando me has
visto tan enfadado?». Si el niño nos responde: «Creía que ya no me querías»,
podremos tranquilizarle rápidamente. De no ser así, corremos el riesgo de que
se guarde este temor, que no desaparecerá por mucho que nos disculpemos.