Cuando nuestros peques cumplen 2 años, todo el mundo nos vaticina un año terrible de rabietas. Pero con un poco de paciencia, podemos pasar esta etapa sin muchos conflictos.
No es que sean “malos” o que intenten “manipularnos”, es que empiezan a tener conciencia de sí mismos y a saber el lugar que ocupan en el mundo. Es algo normal y necesario en su desarrollo. Han dejado de ser bebés para empezar a ser niños pequeños, empiezan a saber hablar, conocen el poder del no, a saber que son personas independientes de nosotros, a tener sus gustos y preferencias. Y tenemos que acompañarles en esta etapa de su desarrollo.
Hay momento difíciles, las famosas rabietas.
Y en general, se puede pasar esta etapa sin mucho conflicto. En mi caso, hay unas cosas que casi siempre me han funcionado.
- Saber en qué momentos Sara es más propensa a tener rabietas – Cuando no ha dormido bien, cuando está cansada, cuando está nerviosa, es más fácil que se enfade por algo.
- Conocer motivos desencadenantes y evitarlos antes de que ocurran.
- Tener alternativas a mano para cuando no se puede evitar la rabieta – Si se enfada porque quiere hacer algo que no puede, le ofrezco otras cosas que le gustan, para cambiar su atención.
- Paciencia, cariño y comprensión – Saber que los niños no quieren manipularnos, que muchas veces ellos mismos se sienten confundidos, darles nuestro amor incondicional y ofrecerle muchos besos y abrazos en momentos conflictivos son herramientas que funcionan mucho mejor que un castigo.
Evidentemente, no estoy diciendo que para evitar las rabietas haya que darles a los niños todo lo que piden. No es eso, que la gente siempre malinterpreta las palabras. Yo suelo ser permisiva dentro de unos límites, es decir, si me pide algo que veo lógico y puede tener, ¿por qué negárselo? (por ejemplo, una chuche o algo de ropa que ve y les enamora…) pero todo en su justa medida (una chuche al día está bien, si me pide más, pues ya no se la doy). Aun así, a pesar de las buenas intenciones, a veces la situación no conseguimos controlarla del todo y tenemos que llenarnos de calma si no podemos evitar la rabieta.
Más o menos, en nuestro caso, hemos pasado los famosos dos años sin demasiados conflictos, algún enfado pero nada de rabietas escandalosas…hasta justo dos días antes de cumplir los 3 años.
En vísperas de su cumpleaños, bajé con Sara a comprar unas cosas al supermercado. Como la peque es una artista en potencia, tenemos la casa llena de material de dibujo y todo lo que tenga que ver con pintar la vuelve loca. Estábamos haciendo la compra cuando vio unos rotuladores negros permanentes y decidió que los quería, a lo que yo dije que no, pues bastante se mancha con los rotuladores que tenemos en casa (no me importa mucho, luego a la bañera y la ropa a la lavadora y listo) como para cogerle unos permanentes. Y en ese momento se desencadenó la tormenta. Ella empeñada en que los quería, yo explicándole que ya tenía muchos rotuladores, que los de casa de colores eran más bonitos, que en cuanto subiéramos se ponía a pintar, muchas palabras tiernas y dulces…pero en esta ocasión, ninguna de las cosas que siempre pongo en práctica me sirvieron. Fue una rabieta épica, en las que todo el mundo en el supermercado nos miraba y veía a una niña chillando, tirada en el suelo pataleando, a una madre intentando abrazarla y siendo rechazada, a una madre hablando con palabras cariñosas y no siendo escuchada… Vaya ratito. Al final, viendo que nada de lo que intentaba servía, y después de ser casi atropellada por la cesta de la compra que Sara lanzó contra mí, decidí pasar a la táctica de no hacerle ningún caso y dejarla llorando, a lo que la gente me miraba más todavía porque no hacía nada para callar a mi hija. ¿Pero que querían que hiciera? Seguro que más de uno pensaba que mi hija se merecía una torta por caprichosa, torta que yo habría dado gustosa al que me lo hubiese propuesto por imbécil (me estaban poniendo nerviosa todas las miraditas que me echaban los “entendidos” en la materia). Bueno, al final, después de pagar la compra y con Sara aun gritando en el suelo, me marché a casa y en cuanto vio que me iba vino corriendo a darme la mano para volver a casa, eso sí, sin dejar de llorar en ningún momento ni de seguir pidiendo los rotuladores. Llegamos a casa con la cara roja de tanto llorar y menos mal que en el patio vimos a sus amiguitos y ya se le fue pasando el berrinche.
Esta no es Sara, pero bien podría haberlo sido
Y yo que me enorgullecía de haber llegado a los 3 años sin ninguna rabieta escandalosa y justos dos días antes.
¿Os ha pasado tener una rabieta de este estilo, de las grandes? ¿Cómo habéis manejado la situación? ¿Cómo creéis que debería haberla manejado yo?