Revista Opinión

Las rotondas son democracia

Publicado el 07 septiembre 2014 por Franky
Cada vez que un alumno me pregunta que es la democracia y me veo obligado a exponer un ejemplo claro y didáctico de lo que es ese sistema, le presento la "Rotonda" como muestra de lo que es realmente la democracia: un sistema gestionado por ciudadanos con capacidad de autogobierno y sin necesidad de un Estado poderoso e intervencionista como el que tenemos. Con ciudadanos responsables y vigilantes y con unas leyes que se cumplan, toda la parafernalia actual del Estado español, el mas costoso y grueso de toda Europa, sobrería, incluyendo las gobiernos autonómicos, los parlamentos, las diputaciones y las miles de instituciones y empresas públicas que solo sirven para que los políticos puedan colocar, con sueldos y privilegios, a los suyos. La rotonda representa la autogestión responsable y el predominio del ciudadano, que es el soberano en democracia, mientras que el actual Estado español anula al ciudadano y lo sustituya por una casta con demasiados poderes, excesivo protagonismo y con una incapacidad brutal para solucionar los problemas, mas orientada a servirse del poder que a servir a la ciudadanía. --- Las rotondas son democracia Nada hay más democrático que una rotonda de carretera. En ellas, cada ciudadano sabe las reglas y las cumple sin que sean necesarios los guardias ni los semáforos, ni autoridad alguna. Las carreteras y ciudades españolas se han llenado de rotondas, pero los políticos se niegan a instalarlas en la democracia porque quedaría demostrado que el mundo, sin ellos, funcionaría mejor.

Las rotondas han proliferado imparables en las carreteras y ciudades porque su eficacia es indiscutible, porque ahorra dinero al contribuyente y porque de ese modo los políticos pueden dedicar el grueso de las fuerzas policiales a asuntos que les interesan mas, como es la propia custodia y seguridad de la casta poderosa.

Las rotondas han sustituido con eficacia a los guardias y a los semáforos, ahorrando dinero público y permitiendo al ciudadano esa libertad que el poder siempre le escamotea porque necesita demostrar que es necesario. Pero la proliferación de las rotondas demuestra que el poder es menos necesario de lo que dice y que el mundo, si está bien organizado, funciona mil veces mejor sin políticos ni autoridades tan superfluas como costosas y opresivas.

El Estado moderno nació para intervenir sólo cuando fuese imprescindible, no para ordenar cada instante la vida ciudadana y para intervenir e inmiscuirse en los asuntos del hombre libre. La misión del Estado era poco mas que actuar como árbitro en conflictos complejos y para complementar a la sociedad y al mercado en las escasas ocasiones necesarias. Pero, en manos de los políticos, el Estado se ha multiplicado y pretende hacerse imprescindible en cada espacio, en cada rincón, agobiando a los ciudadanos y reduciendo su responsabilidad y sus márgenes de libertad. El Estado, gestionado por los partidos políticos, es hoy un monstruo costoso y opresor, transformado en el peor enemigo de la libertad, de la Justicia y del bien común. La experiencia histórica ha demostrado con creces que cuanto mas Estado, existen mas impuestos, mas opresión, mas abuso de poder, mas pobreza, mas intervencionismo agobiante y menos libertad.

Los políticos dicen que es imposible saber lo que piensan los ciudadanos en cada momento, lo que justifica que ellos hagan lo que crean oportuno, pero es mentira porque la sociología moderna permite saber en tiempo real lo que piensan los ciudadanos en cada instante, sobre cada problema u opción. No consultan a los ciudadanos porque no les interesa, lo que demuestra que la política moderna se sostiene sobre tres falsas columnas, el dominio, el fraude y el engaño.

Traslademos el concepto de “rotonda” a la política y veremos como todo funciona mejor, sin tantos políticos inútiles, sin tantos asesores, sin tantos privilegios que sólo alimentan la vanidad y el dominio de los “nuevos amos”. Con una sociedad llena de rotondas, la corrupción casi desaparecería, la opresión no tendría sentido y los sinvergüenzas y canallas, vigilados por la ciudadanía, se verían obligados a cumplir las reglas y a respetar la convivencia.

Los jurados populares pueden administrar justicia mejor que los jueces corruptos y sometidos al poder; los periodistas libres de Internet pueden vigilar al poder y defender la verdad mejor que los profesionales sometidos o comprados por los grandes poderes; los ciudadanos pueden organizar su autodefensa mejor que una policía que hoy es incapaz de defender a la población frente a la invasión de mafias, criminales y ladrones; una rebaja de impuestos generalizada genera más riqueza y actividad económica que el torpe gobierno convertido en empresario, eterno fracasado en la Historia cada vez que ha querido dominar la economía; ni siquiera a la hora de repartir los recursos el gobierno es fiable porque los entrega a sus amigos y margina a sus enemigos.

El mismo Estado moderno, cuya historia ha demostrado su capacidad para convertirse en el peor asesino (más de 100 millones de ciudadanos asesinados por el Estado en el siglo XX), en el peor manirroto y en el mayor enemigo de la libertad, debería ser sustituido por una gran Rotonda en la que cada ciudadano sepa lo que debe hacer sin tener que padecer la interferencia absurda, ineficaz y opresiva de la gente poderosa, arrogante e inútil que está obsesionada por el poder, nunca por el bien común.


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