A principios de este mes estuve en Granada unos días para dar un concierto y una mañana subí al cementerio para llevarle flores a mi abuela. Situado en la Dehesa del Generalife, un lugar privilegiado de la Alhambra, este campo santo ha sido declarado Bien de Interés Cultural de la ciudad por parte de la Junta de Andalucía y actualmente está incluido en la Ruta Europea de los Cementerios. No es de extrañar. En el cementerio de San José se encuentran las tumbas de personajes importantes de la ciudad y, además, en él se pueden apreciar muestras de la arquitectura y la escultura funeraria romántica y de épocas posteriores. Dejando de banda lo apropiado que a uno le pueda resultar visitar un cementerio todavía en uso, concebir un campo santo como lugar de posible interés turístico implica que el concepto de muerte que representan sus tumbas ya no existe, al igual que los epitafios de época romana son simples frases que se estudian en las universidades.Antiguamente la muerte formaba parte de la vida de las personas de manera explícita. La mortalidad infantil era alta, los cadáveres se apilaban a causa de una guerra o una epidemia, las familias importantes se procuraban un panteón bien situado cuando se abría un nuevo cementerio, la gente amortajaba a sus muertos y los velaba en casa, entre otras costumbres. Con el mismo dolor que hoy sentimos, la gente se resignaba a que tarde o temprano se produciría la cita inevitable.
A pesar de que aún existen culturas en las que se la considera un estadio más de la vida, hoy en día la muerte se ha transformado en un eufemismo que nos condiciona de una forma de la que no somos conscientes del todo. Artilugios como internet nos permiten ser entes accesibles desde cualquier parte del mundo y dejar un rastro que, según gestionemos, permanecerá cuando desaparezcamos. Igualmente, gastamos mucho dinero en tratamientos anti-edad y nutrimos nuestro cuerpo con productos y alimentos que no lo desgasten. De este y otros modos intentamos arañar unos segundos más de vida. Por eso mismo, resulta bastante irónica la creación de un turismo de cementerio en una época en la que la tierra nos pesa antes de tiempo de una manera exagerada.Llegados a este punto, me vienen a la cabeza dos cuestiones. Primera, ¿no gestionaríamos mejor nuestra existencia combinando el cuidado de nuestros cuerpos con el hecho de que inevitablemente algún día faltaremos? Segunda cuestión, cuando dentro de un tiempo seamos Historia y se busquen nuevas opciones para incentivar el turismo ¿a alguien se le ocurrirá crear un museo dedicado al anti-aging? Seguro que sí.
