Luz delicada del sol sobre el corazón del mundo, ideal para espantar tinieblas. Decido irme a conocer LAS SALINERAS DE MARAS y LOS RESTOS ARQUEOLOGICOS DE MORAY. Para conocer estos lugares no se necesita más de medio día. El hecho de leer por allí que eran sitios en los cuales uno no se cruzaba con grupos de turistas me hacía pensar que podía ser ideal para pensar, relajarme un poco.Para llegar a Maras y Moray, hay que tomar el bus que va desde Cusco a Urubamba (ojo: por la vía que va a Chincheros). El paradero se encuentra en la primera cuadra de la avenida GRAU, cerca al puente, a tres cuadras del CORICANCHA. Los coasters o minibuses salen cada 5 a 10 minutos y el pasaje cuesta 3.50 soles para un viaje de 1 hora y 30 minutos. Es mejor ir temprano porque los buses van atestados de gente y también tratar de sentarse en la ventanilla para que disfrutes durante el viaje de la belleza del valle de Urubamba. LA SALINERAS DE MARAS Pequeño villorrio que vivió prósperamente durante la Colonia debido a la explotación de sal: esto se puede notar en las lápidas de piedra que adornan las fachadas de varias de las casas en la calle Jerusalén. También se pueden ver blasones y otras figuras de la parafernalia a la que era adicta la nobleza de entonces. En el colectivo tuve la oportunidad de conocer a Ariel y a Paola, una pareja de argentinos muy gentiles con quienes pasé un gran día. Pablo
Desde el café Ayllu la plaza de Cuzco se veía mucho más animada de lo acostumbrado. El “Taytacha Temblores” había salido a recorrer la ciudad y el ambiente estaba perfumado de incienso. Detrás de las casonas, al otro lado de la plaza, al otro lado del mundo, un incendio se extendía en todo el horizonte; la luz ensangrentada del sol iluminaba apasionadamente esas calles repletas de historia. Corté en dos el “lengua de suegra” que reposaba en mi platillo mientras que en todo el ambiente del café se oía una delicada pieza de música clásica. *
Tenía empozada en el alma ciertos resabios de nostalgia o melancolía, cosa bastante rara de sentir en una ciudad donde todos los días parece ser sábado; así que a modo de despercudirme un poco de esos sentimientos decidí aprovechar el día libre que tenía mientras estaba con un grupo de turistas en la capital imperial y me fui a buscar dos de sus maravillas menos conocidas...
SALIR AL SOL
Hay 2 opciones para llegar a LAS SALINERAS. Una es contratar en el mismo RAMAL DE MARAS uno de esos “colectivos” que por 15 a 20 soles te llevan hasta allí y te esperan hasta que termines la visita para luego llevarte hasta el pueblo de MARAS. Otra es hacer lo que hicimos nosotros que es buscar el camino de herradura que sale directamente desde MARAS hasta LAS SALINERAS adonde puedes arribar después de 5 kilómetros o 50 minutos de caminata en medio de un paisaje de fantasía.Es necesario pedir que te indiquen la dirección constantemente puesto que no hay señalización alguna. La senda va asida a las faldas de unos cerros en cuyas superficies se nota el color blanquecino de la sal lo cual es un buen aviso de que estás yendo por el sitio indicado. De pronto LAS SALINERAS aparecen sorpresivamente y el estupor es inevitable. Escalones blanquísimos contrastando contra las verdes faldas de los cerros que la rodean y al fondo el mítico río Urubamba que serpentea en uno de los más hermosos valles del Perú. Llegamos hasta la entrada y pagamos el ticket (5 soles). El lugar cuenta con todos los servicios y “afortunadamente” no había más que una decena de turistas por lo que se puede pasear sin apuro.
En las laderas de estos cerros, que descienden abruptos hacia el valle del Urubamba, los antiguos hombres del ande transformaron una vez más la naturaleza: aguas calientes y saladas fueron conducidas hasta miles de pozos donde la luz del sol las evaporaba dejando algunas capas de sal. Estas “salinas” siguen siendo trabajadas por una cooperativa de 260 trabajadores de los poblados cercanos. Hoy hay 5,740 pozos cada una de las cuales provee 150 kilos de sal no refinada por mes. Los visitantes pueden explorar el sitio a través de estrechos caminos que se abren paso entre los pozos o participar en las faenas de recolección del mineral ya que ahora hay un programa de turismo comunitario que permite al visitante pasar un gran día con la gente del lugar.
En la tienda que está en “el mirador” conocí a una chica cuya familia es propietaria de algunos pozos y me recomendó llegar por allí en la temporada seca (Junio – Agosto) debido a que es la época en que empiezan a recolectar toda la sal mientras que en la época de lluvias (Diciembre – Marzo) solo se dedican a refinarla y a venderla. El INC (Instituto Nacional de Cultura) puso en uno de los cerros adyacentes un puesto de control para cobrar la entrada pero los pobladores, a quienes pertenecen estas salineras desde tiempos antiguos, no le permitieron al Estado cobrar por visitar sus tierras por lo que la misma comunidad ha formado una empresa cooperativa MARASAL S.A. Recomendación: ir en semana santa, hay un ritual de pago a la Pachamama y limpia de canales que se celebra a lo grande y todos son invitados.
Se puede regresar al pueblo de MARAS desandando el mismo camino que se tomó para llegar a LAS SALINERAS y desde ese pueblo seguir rumbo a la fascinante andenería de MORAY. Paola y Ariel no estaban muy a gusto con la idea de volver a caminar, esta vez subiendo por una pendiente algo pronunciada, por lo que nos animamos a pedirle una “jalada” a un camionero que estaba por cargar sacos de sal y que iba a irse a YUCAY a dejar la mercadería. Nos ofrecimos a ayudarle a subir el cargamento a cambio de que nos llevara hasta la carretera que va desde el desvío hasta MARAS. El señor aceptó no sin incredulidad.
Una vez llegados al punto acordado bajamos y le agradecimos al chofer su gentileza cuando de pronto pasó raudamente un carro de la policía. Levantamos el dedo pulgar. Se abrió una puerta. El oficial nos ahorró la caminata hasta el pueblo y así en 7 minutos estuvimos de nuevo en Maras. Ahora a buscar un transporte que nos llevara hasta nuestro siguiente destino las inigualables ruinas de MORAY…
* "lengua de suegra": célebre invento de los pasteleros del Ayllu y que consiste en una maza dulce y crocante que se come sin empalagos y produce adicción.