Revista Arte

Las vacas, internet y los refugiados

Por Lasnuevemusas @semanario9musas

Hace un par de meses y por casualidad, ojeando un periódico regional -esos jueves al medio día sin más compañía que una birra helada y una tapa de hígado encebollado- me doy de bruces, con mis bruces rayadas y desprovistas de la graduación necesaria para una confortable visión, con una noticia que, inicialmente, me pareció interesante pero nada sorprendente.

Un laboratorio agroalimentario había desarrollado y puesto en el mercado un dispositivo de avanzada tecnología que implantado en las vacas y acompañado en las cuadras de una serie de aparatos informáticos, lograba que el ganadero (a estas alturas de la lectura ya me imaginaba a un ganadero de corbata y traje de franela en una cuadra con a olor a " Ambipur" madera de caoba en las paredes y el "Xerxes" de Haendel saliendo de unos altavoces de última generación) estuviera informado en todo momento de si sus bóvidos estaban enfermos, de parto o en celo.

Y esto no era todo, se podía analizar la calidad de la leche, detectar la rumia del animal y cuando rompía aguas. Finalmente, y esto ya me pareció el summum de la modernidad, todos los resultados eran enviados en el momento -en streaming, como se dice ahora- al "smartphone" del pecuario.

Abrumado -y, en ese momento, ya sorprendido- por tales avances zootécnicos y productivos, cerré el diario, pedí otra "rubia", que me llegó acompañada de un glorioso pincho de tortilla, y me puse a mirar la televisión tratando de escuchar las noticias que. En aquel momento, un locutor con unos pinganillos colgados de las orejas se disponía a recordar unos acontecimientos del 2015.

Y el relato, dentro de la horrorosa actualidad, narraba la existencia de un cementerio en la isla de Lesbos, en la localidad de Mytilene, donde reposan los cuerpos de cientos de migrantes ahogados en la costa. El cementerio de la vergüenza; un camposanto atendido con la mayor dignidad posible por los vecinos, sin más ayuda que la del sepulturero Mavrajilis y con las tumbas orientadas hacia la Meca; muchas, demasiadas, de niños como Aylan Kurdi cuya fotografía dio la vuelta al mundo y removió conciencias durante unos días.

Ahora ha quedado pequeño y las autoridades se han visto obligadas a improvisar en una finca agrícola comunal, en Kato Tritos, un nuevo camposanto para los "muertos sin nombre"

No quise seguir escuchando porque uno se toma la cerveza, de caña y en vaso Sella lo que supone medio litro de tan delicioso líquido ambarino y suele provocar estados de cierta euforia sentimentaloide.

Era tarde y al salir a la calle, la solitaria plaza catedralicia presentaba un aspecto entre triste y mágico debido a la lluvia que, ajena a todo, caía con una intensidad impertinente.

Conseguí llegar a unos soportales y pude encender un cigarrillo; pensé qué hubiera sido de Aylan de haber tenido la oportunidad de llevar el mismo dispositivo que las vacas, un dispositivo que pudiera captar sus infantiles sueños, un dispositivo que hubiese sido capaz de avisar a los guardacostas de las embarcaciones en peligro, del estado de salud de las embarazadas amontonadas en las pateras como cerdos preparados para el matadero; un dispositivo que transmitiera una agudo e intenso pitido en los "smartphones" de última generación de los políticos europeos.

Muy cerca, desde el portal de un vetusto edificio y acompañado de una ronca guitarra, un callejero cantaba "Alfonsina y el mar"


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