Algunos años después de publicar Las venas abiertas de América Latina, Galeano vuelve a asomarse a su texto y constata que todo lo que escribió sigue vigente y en algunos casos multiplicado, como en Chile, donde Pinochet se había instalado cómodamente en el poder con el apoyo de los Estados Unidos. Y se pregunta a sí mismo para qué escribió el libro y sobre la repercusión que ha tenido entre sus principales destinatarios: los habitantes de Sudámerica:
"Uno escribe para tratar de responder a las preguntas que le zumban en la cabeza, moscas tenaces que perturban el sueño, y lo que uno escribe puede cobrar sentido colectivo cuando de alguna manera coincide con la necesidad social de respuesta. Escribí Las venas para difundir ideas ajenas y experiencias propias que quizás ayuden un poquito, en su realista medida, a despejar las interrogantes que nos persiguen desde siempre: ¿Es América Latina una región del mundo condenada a la humillación y a la pobreza? ¿Condenada por quién? ¿Culpa de Dios, culpa de la naturaleza? ¿El clima agobiante, las razas inferiores? ¿La religión, las costumbres? ¿No será la desgracia un producto de la historia, hecha por los hombres y que por los hombres puede, por lo tanto, ser deshecha?"
Lo cierto es que, leído hoy día, el libro de Galeano sigue siendo uno de los grandes pilares de las injusticias históricas que los países del Norte, encabezados por Estados Unidos, siguen ejerciendo sobre los del Sur. La conquista de América fue un proceso muy diferente en ambos hemisferios. En el Sur se trató de la explotación brutal de la mano de obra indígena con el fin de saquear los inmensos recursos naturales de esas tierras. El Imperio Español dilapidó esta fortuna en guerras, en lujos de la clase dirigente y en la construcción de templos cada vez más suntuosos. La independiencia de estos países solo significó la consolidación del poder de los dueños de la tierra. En el Norte el procedimiento fue distinto, quizá porque la población indígena no era tan numerosa. Los mismos emigrantes fueron los que se pusieron a trabajar en la creación de una tierra próspera que se convertiría en el futuro en el autodenominado faro de la libertad. Pero esta prosperidad acabaría asentándose en la pobreza perpetua de otros muchos.
Porque, una vez que España se replegó del continente fueron otras dos potencias, primero Gran Bretaña y después Estados Unidos, las que empezaron a aprovechar las inmesas posibilidades que ofrecían los flamantes países recién independizados y lo hicieron de una manera mucho más inteligente: practicando un colonialismo económico que les aseguraría unos beneficios mucho más elevados y permantentes en una relación de eterna dependencia. Con unas instituciones internacionales doblegadas a sus intereses y unas multinacionales con hambre insaciable de beneficios, la tarea se emprendió de modo implacable. Los recursos naturales son vendidos a los países del norte a precios irrisorios, o explotados directamente por estas mismas multinacionales y estos países proveen de bienes materiales, esta vez sí, a precios de mercado, con lo que los beneficios son descomunales, ya que la mano de obra en América Latina tiene salarios de hambre. Lo importante es que ni la industria ni la innovación se desarrollen en estos países, ni siquiera el pensamiento independiente. Cuando esto sucede, se organiza un golpe de Estado o incluso una guerra para derrocar al régimen rebelde. Hijos de esta situación fueron la dictadura de Pinochet en Chile, la de Videla en Argentina o, en sentido contrario, la revolución cubana.
Libro de permanente actualidad, Las venas abiertas de América Latina fue de nuevo noticia a nivel mundial cuando el fallecido Hugo Chávez regaló públicamente un ejemplar a Barack Obama. El de Eduardo Galeano es uno de esos ensayos sometidos a permanente controversia. Quizá tienen razón los que postulan que poner toda la responsabilidad de la situación de América Latina sobre los hombros de Estados Unidos es francamente exagerado, pero es indudable que esta nación ha intervenido en múltiples ocasiones en lo que debieran ser asuntos internos de la soberanía de cada país, sobre todo en el contexto de la Guerra Fría, con la excusa de parar los pies a la expansión del enemigo comunista.
Gran parte de la prosperidad de los países del hemisferio norte se asienta sobre la explotación de un ejército de trabajadores oprimidos. Y hoy en día no sucede solo en América Latina, una región que ha realizado enormes progresos de democratización en los últimos años, pero cuyas enormes desigualdades sociales siguen siendo un cáncer para dicho progreso. Los múltiples ejemplos de injusticias que expone Galeano - algo desordenados, sin ser sistemático, pero expuestos de manera impecable - nos dan la medida del esfuerzo que queda por realizar para que sean compensados y algún día estos países puedan gozar de una libertad económica en condiciones de igualdad, tal y como postulan (solo en teoría) los defensores del libre mercado.