Juli, pasándose el toro por el punto kilométrico 343. CABRERA
Madrid. Plaza de toros de Las Ventas. Feria de San Isidro. Novena de feria. Día del patrón. Lleno. Toros de Garcigrande - Domingo Hernández para El Juli, Sebastien Castella y Daniel Luque.
Antiguamente era otra cosa, pero ahora, de tierras salmantinas vienen estos animales amodorrados, regordíos y tiernos que son los que le dan la fama al torero y la lana al ganadero. Sin trapío, con los pitones justitos, descastados, sin ningún interés para el aficionado, y lo que es casi peor, casi sin posibilidades para el torero. Definitivamente se les ha ido el asunto de la mano, una cosa es criar y sacar toros nobles, humilladores y toreables y otra cosa es que te empiecen a salir engendros boyares con los que no triunfaría ni Javier Conde en el Rocío.
El toreo está en ruinas, y Las Ventas es la mayor escombrera que existe. A fuerza de tanto terremoto y tanta sacudida, el aspecto de la tauromaquia es la viva imagen de Haití. Cualquier tarde es menester que Curro, Antoñete, Dámaso, Rincón y compañía vuelvan a echar un rato, y lidien un festival al beneficio de la reconstrucción de Las Ventas. De camino, les pueden explicar a sus coétaneos lo que es cargar la suerte, irse al pitón contrario o la dignidad del torero. Porque, éstos, los que se visten de luces y se hacen llamar toreros, no están ni para festivales. El uno, porque es un ladrón de carta blanca, sablista de circos; el francés, por tétrico imitador ojedista y Luque, por eso mismo, por luque, lo cual ya es bastante denigrante.
Abrió la corrida del día del patron Julián, que recibió al garcigrande con su verbigracia capotera: con capote no; capotón y a dar verónicas mecánicas, sin aire ni gracia ninguna. Supo poner orden en la lidia, lo cuál se agradece en estos tiempos de estampidas y anarquías en los primeros tercios. Pero en la muleta, volvió a aparecer el torero ruín de siempre, ése en el que sólo el primer muletazo de cada serie es auténtico, el segundo y los siguientes: la patita atrás, el compás abierto, el mentón al pecho, el gesto retorcido y el toro para afuera. Todo este conjunto de aspavientos, de composición del gesto y de contoneos pueriles son los que demandan ahora los públicos, tan iletrados, que son incapaces de ver y asimilar que si rascas debajo del maquillaje de la figura te encuentras a un triste y falso Cuasimodo. Faena basada en la mano derecha, que es la mano de los mediocres, dejando pasar al toro, sin llevarlo, al circular, cuatro y cinco y el de pecho, la gente rasgándose las vestiduras, como si en esta plaza no hubieran visto a El Cid, Rincón o Antoñete. Con la zurda, que es la de los dineros y los toreros, la cosa se diluyó, muchos enganchones, el toro, descaradamente, arrojado por la franela hacia la periferia, sin acople. Los entendidos, hablando del tornillazo, de la cara arriba, del genio, de las teclas del toro... pero a ninguno de éstos, que rebosan sabiduría taurómaca con sus amigos del Circulo de empresarios, o de periodistas, le ha dado por pensar que las teclas el que las toca es el torero y que la tauromaquia se inventó, o se descubrió, con el fin de dar soluciones a los problemas que tiene -tenía- el toro. Menos excusas para el torero y culpas para el toro. Afortunadamente, y me alegro, con el julipié no estuvo acertado y perdió una oreja que no se merecía de ninguna de las maneras. Con el cuarto, un toro feo y basto de hechuras, y a los que nos querían pintar como Belcebú, pero que no era más que otro popurrí de kilos, descaste y pitones romos, no se cortó y se puso en plan pegapasista, que es lo que era antes de rejuvencer diez años en este versión depurada que nos quieren vender muchos juntaletras. El caso es que Julián no tendrá otra oportunidad más fácil para salir por la Puerta de Madrid. Hoy era el dia, su dia.
Unos cuantos cascotes cayeron desdes los tendidos al ruedo después de acabar la faena de Castella al segundo. Forma parte del derrumbe de la plaza, que no terminó de cuajar porque el salmonete no sabe matar. Si lo hubiera hecho hubiera cortado la oreja más pequeña, más vergonzosa y más asquerosa de la historia del toreo. Qué temblores, y qué sudores, me entraron cuando después de dos desarmes consecutivos con la izquierda y tras machetear al toro y pegarle cuatro trapazos al- arrimón (que es como al alimón pero haciendo el ganso) la gente se rompía las manos a aplaudir. Quiero pensar que el abonado, el aficionado serio, ante la basura de feria programada se ha puesto a convidar a las amistades. Me niego a pensar que el nivel de afición ha caído tanto, en esta plaza, en tan pocos años. Con el quinto, manso y descastado como sus hermanos, se puso a dar pases, y fijate como serían, que no puedo hablar de ellos porque ya están olvidados. Como casi todo el toreo del gallipavo francés, ya se encuentra en la papelera de reciclaje de la mente de todos los aficionados.
Daniel Luque ha vuelto a cosechar dos silencios sepulcrales, y van, hablo de memoria, quince este año entre Madrid y Sevilla. ¡Si es que no tiene suerte con los sorteos el chaval! Su tarde, rotundamente mediocre, redondamente triste. Plano, inexpresivo, a ratos mecánico, más que mecánico daba la sensación de tener una tecla, que los toreros también las tienen, para torear en modo piloto automático. Lo mejor es que cada vez queda menos para quitarnoslo del medio, que vuelva a sus pueblos, a sus insultos y sus indultos y entre en competición con los suyos, que son los cordobeses, finitos, pinares y demás enjundiosos pegapasistas.