Revista Deportes
Con diez pases diez, rodilla en tierra, saliendo de las tablas hacia la república independiente de la segunda raya, dándole dirección al trapo de abajo a arriba, la inversa al toreo, y rematando con uno de esos obligados de pecho, que ni se dan obligados por el ahogo provocado por la fiereza del Toro ni cruzan por la pechera del coletudo, empezó el bueno de César Jiménez una de sus dos faenas de Puerta Grande. Sería normal si estuviésemos hablando de la de Benidorm o Marbella, templos taurinos para guiris que se cuecen como gambas en los tendidos de sol y que son incapaces de distinguir un negro bragao de un piano de cola. Hace tiempo que los cánones del toreo de pueblo, el mezquino en arte y oficio, han acampado en la plaza de las Ventas. Ya no existen esos lemas que otrora se repetían hasta la saciedad: aquello de "pronto y en la mano", lo de "en Madrid es el toreo por abajo", o eso de "aquí con quince o veinte muletazos buenos sobra." Nada de esto pervive en la realidad si nos atenemos a las consecuencias de las inconsecuentes triunfos de Talavante, Manzanares, Castella, Juli, Cid o Jiménez. Con que un toro se te mueva y tu tengas las capacidad de estar por allí, de aquella manera, con algo de temple -tampoco se pide mucho-, apostura y un poco de picardía, te llevas a la gente de calle. Los terrenos, las distancias y la lidia nada importan, en primer lugar porque nadie las exige, y en segundo porque no son tan necesarios con este toro domecqsticado que copa la mayoría de carteles de la feria y cuyo comportamiento, ordenado y civil, no pone en dificultades la labor de los de a pié, y tristemente ni siquiera a los bueyes de Florito.
Tampoco es una cuestión de ortodoxia frente a heterodoxia, ni siquiera caben las perturbadoras discusiones carne de tertulia sobre el cargar la suerte, el cite, la colocación de la muleta o la ligazón, porque en Madrid ya todo vale. Y al que no le valga, puerta. Por talibán, chulo y fantasma. Que estos son los nuevos tiempos, en los que si te metes con los de oro es porque no tienes pizca de sensibilidad, y si gustas del toro encastado y fiero te mandarán a Atapuerca, con el Profesor Arsuaga, que lleva sus años buscando el animal prehistórico, como tú, abonado del siete, del seis o de aquel lugar en el que te estafan año tras año.
La Puerta Grande de César Jiménez es justísima, si la comparamos con la de Manzanares, por ejemplo. También es justa, porque atiende al Reglamento, si el público pide las orejas el palco tiene obligación de condederlas. Pero es de una pobreza argumental casi tercermundista. Ni un sólo natural aceptable, dos espadazos caídos y nada que dos horas después sea recordable ni por una mente como la de Einstein. La segunda oreja perpetrada gracias a un ataque de cuernos del resto de la plaza contra el Siete, por llevar la contraria y protestar el hacer del matador. Entiéndase después de esto quién son los auténticos talibanes, los que van a la plaza con clichés y encorsetamientos, y quiénes mantienen una linea de juicio similar, aunque a veces tengan sus desvaríos -quien esté libre de pecado que tire la primera piedra-. En estos días de hiel y espinas para la plaza con más Historia del mundo, mis respetos para todos aquellos que forman la resistencia.
Eugenio de Mora, que no tuvo oponentes dignos, tampoco se dignó a estar con ellos como marcan sus catorce años de alternativa. Y del joven Cortés, que tiene su aceptación en este plaza, se sigue esperando que demuestre como matador todas las virtudes que le llevaron a triunfar como novillero en Madrid.