Torero de finísimo estilo, Mario Cabré ha quedado en el recuerdo de los aficionados por su bello y templado toreo de capa.
En los años cuarenta, concretamente en 1943, surgen dos grandes artífices del toreo a la verónica: uno es el madrileño Manolo Escudero, el otro el catalán Mario Cabré, un hombre polifacético. Una especie de Leonardo da Vinci del mundo del arte y del espectáculo: torero, poeta y actor. Representó en muchas ocasiones “El Tenorio” e interpretó para el celuloide, entre otras películas, “Pandora y el holandés errante”, junto a James Mason y Ava Gardner, con la que que mantuvo un idilio.
Pero Mario Cabré fue, ante todo, torero; un torero al que sólo le faltaron para ser grande una mayor dedicación y el abandono de su carácter polifacético. Pero quizá sin ese conjunto de profesiones, más bien de vocaciones, Mario Cabré no habría sido Mario Cabré. Es decir, un conglomerado de actividades, en cada una de las cuales dejó estela.
LA ALTERNATIVA DE MARIO CABRÉ
Fue tal su cartel novilleril en Sevilla, aunque no cortara orejas en las novilladas que toreó, que tomó la alternativa en la misma Real Maestranza de manos del gran Domingo Ortega y con “El Estudiante” como testigo. Era el 1 de octubre de 1943. Siete días más tarde, el 8, el mismo Ortega le confirma el doctorado en Madrid, esta vez con Antonio Bienvenida como testigo. Los años en que más toreó fueron 1947 y 1948, en los que sumó 14 y 18 corridas respectivamente, pero siempre en plazas de importancia. Esta última temporada llegó a actuar hasta cuatro tardes en Madrid, donde dejó muy buen recuerdo.
Mario Cabré compartió el primer éxito de Carlos Arruza en la plaza de toros de Barcelona. Fue un torero de clase estilizada y uno de los más populares de entre los surgidos en Cataluña, superado posteriormente por Joaquín Bernadó.
Dejó de torear en los primeros años cincuenta y se retiró definitivamente en Barcelona, durante la feria de la Merced de 1960. Aunque a lo largo de su trayectoria no sumara muchas corridas, siempre ha quedado en el recuerdo de su finísimo estilo y su bellísima forma de torear con el capote.
SUS LANCES DE MANOS BAJAS
La cualidad más importante de Mario Cabré fue su toreo a la verónica. Un toreo de manos bajas, dormidas, caídas al suelo con un estilo de corte “lasernista”, pero que en Cabré toma un significado especial. Cada lance parece uno de esos versos que Mario bordaba, con una manera de detener el tiempo que habría que remontarse al hacer de los gitanos Cagancho y Curro Puya para encontrar precedentes.
Mario Cabré fue un gran estilista del toreo de capa. Ejecutaba la verónica lánguida y despaciosa a pies juntos y con las manos bajas.
El estilismo de Cabré no está reñido con la lucha. Cuando se olvidó de la escena y de los platós de televisión, en aquellos 1947 y 1948 de mayor actividad, se enfrentó a corridas duras de las que salió airoso. En una encastadísima corrida con toros de vizconde de Garci-Grande, en 1948, tuvo una actuación más que digna; esa tarde fracasaron sus compañeros Aguado de Castro y Edgar Puente, ante la pujanza de sus oponentes.
Mario Cabré, el torero de las muñecas dormidas, del toreo a pies juntos, ha sido un estupendo poeta; pero sobre todo, un gran versificador del capote, un autor preclaro de la verónica. Un catalán universal que engrandeció con su arte una fiesta que con él se hizo luminosa.