Last tango in Halifax es la última delicia que he disfrutado en el amplio mundo de las series. La ternura y la calidez que recorren los seis capítulos de esta pequeña joya me hicieron pasar un fin de semana de lo más británico. Y es que este manjar es, de nuevo, una serie salida de la BBC que últimamente me tiene absolutamente postrada a sus pies.
La serie habla de las segundas oportunidades que a veces aparecen ante nosotros y desarrolla de una manera muy dulce y también a veces un poco excéntrica ese refrán que proclama "nunca es tarde si la dicha es buena" . Uno de los pilares de la serie, sino el fundamental, es el tema universal de las relaciones familiares. De los nuevos tipos de familia que van apareciendo y de lo que siempre las ha unido a todas: ese lazo que les mueve a quererse y a cuidarse unos a otros. Sé que han anunciado una segunda temporada, que por lo que tengo entendido, a consecuencia de lo igualmente ocurrido con la primera, tampoco llegará a España. Y es que sigue siendo muy curioso lo que ocurre con la ficción española. Las series de aquí siguen a años luz de las americanas y las británicas, y no sólo por presupuesto, el principal defecto es a mi juicio la temática que repiten una y otra vez y que exactamente no sé a que quiere referirse.
El tema que reina en la televisión privada es la familia. Los problemas de pareja, las relaciones con los adolescentes, el sempiterno abuelo bonachón, el vecino amigo leal del bar... La realidad es que soy española, siempre he vivido en España y nunca he sentido el más mínimo atisbo de indentificación con ni un solo personaje de ninguna serie española.
El boom de la ficción patria comenzó cuando yo contaba con unos doce o trece años, quizás algunos menos. Las series como ya he dicho, abarcaban a la familia en todas sus franjas de edad: niños, adolescentes, padres, madres, tías y finalmente los abuelos. No existe un sólo adolescente de serie española que me parezca real. Ninguno de ellos tiene absolutamente nada que ver ni conmigo ni con nadie que yo conociese. No sé si se debía a que yo siempre he vivido en pueblos pequeños y la mayor parte de las series transcurren en ciudades, pero nada de lo que hacían ellos me parecía real. Luego estaban, claro, los padres, madres y tías de los niños en cuestión. Esas mujeres cuasiperfectas que trabajaban e iban siempre impecablemente vestidadas y peinadas y a las que les preocupaban absurdeces varias a los ojos de mi madre . Esas a las que yo tampoco conocí nunca; mi madre era ama de casa y vivía entregada a su familia y las madres de mis amigos que trabajaban, desde luego no creo que se sintiesen muy identificadas ni con Lidia Bosch ni con Belén Rueda.
No es cuestión de dinero, es cuestión de guión, de calidad en lo escrito. Los diálogos, los actores, las situaciones que reflejaban no sé de dónde las sacarían pero desde luego no de la sociedad española, de la que siempre intentaban ser espejo, forzando temas que quizás estuviesen de actualidad o fuesen noticia pero que parecían metidos con calzador: embarazos adolescentes, intentos de violaciones, inmigración, anorexia o bulimia... Es más, no quiero que una serie me refleje a mí o a mi país, que los guiones de uno y otro capítulo salgan de los titulares de la semana. Sólo espero que me enganche con un tema que al menos me parezca verosímil aunque diste mucho de mi día a día. Es una vergüenza los productos televisivos que triunfan, este hecho refleja también el nivel de exigencia de este país, que en la televisión, como con todo, parece muy muy bajo.
Sin duda yo también sería arrogante y altiva si fuese británica, tienen la BBC, motivo sobrado de orgullo nacional.
Revista Comunicación
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