Revista Homo
Javier BrikBarcelonaSiempre me ha gustado especialmente esta expresión inglesa, que significa flor tardía o maduración tardía, para explicar mi relación con la homosexualidad. Técnicamente, los "late bloomer" (si se me permite usar el término en inglés ya que nunca he encontrado una traducción perfecta en castellano) son aquellas personas cuyos talentos o capacidades no son visibles a otros hasta más tarde de lo habitual. Eventualmente estas personas acaban madurando e incluso en algunos casos rebasando a sus compañeros. Y creo que estas palabras me definen perfectamente para explicar mi historia.
Mi primer beso con un chico fue a los 28 años. Ese beso, el primer beso de amor como se definiría en las películas Disney, fue el que me permitió encajar todas las piezas de ese puzzle emocional que llevaba arrastrando desde la adolescencia.
Hasta aquel momento en una fría tarde de Enero, el amor parecía que no era para mí y que el travieso Cupido había decidido tomarse unas largas vacaciones para mi expediente emocional. En el instituto podría decir que había algunas chicas que podían llamar mi atención por su belleza física o su personalidad. Sin embargo no estaba esa sensación de recibir una descarga como un rayo y quedarse atontado como bien define Marty McFly en Regreso al Futuro III
Rememorando el pasado, ha habido varias veces que tendrían que haberme hecho despertar a mi homosexualidad y sin embargo no dieron fruto. Una de ellas fue mi brevísima relación con una chica a los 19 años. Una relación escueta de dos semanas, sin un beso, sin una caricia. Más que una relación fue un intento de ser normal y apartar de mi mente la sensación de ser diferente a los demás chicos de mi edad. Aunque ya el corazón me decía claramente que no prosperaría, el peso de la sociedad es muy fuerte. Y así fue la cosa. Pero la homosexualidad seguía siendo un concepto esquivo para mi.
Dejamos atrás el instituto y mi primer intento de relación y normalidad en el mundo. Llega mi paso por la universidad y mis estudios en Humanidades, otra etapa sin sobresaltos emocionales. Una época donde me escudé bien tras mi armadura emocional, sin entender qué ocurría exactamente mientras mi grupo de amigos empezaban sus relaciones sentimentales con sus respectivas parejas y yo seguía como el soltero de oro. En esta época recuerdo que fui feliz por sentirme en un ambiente que me gustaba, el tema de la homosexualidad era algo que me daba curiosidad y no veía mal en absoluto. Incluso recuerdo que me fijaba bastante en algunos de mis compañeros de clase. Aún así, la relación entre ideas seguía sin producirse.
Cierto es también que tenía un buen amigo gay con otro grupo de amigos y podría haberme fijado en él, entendiendo que mi soltería era por algo tan simple como eso. Con este grupo de amigos se me había ofrecido varias veces la opción de ir a una discoteca de ambiente con ellos en Barcelona. Por miedo y pereza, la respuesta era siempre la misma y creo que podéis imaginar cuál era. Y como no hay peor ciego que el que no quiere ver, la vida fue aquello que iba pasando a mi alrededor mientras evitaba cualquier pensamiento acerca de este tema.
El primer aviso consciente de mi mente llegó con 25 años y la llegada a España del ADSL. Ahí llega el primer golpe serio a mi armadura emocional tan bien construida durante años. Con portátil propio, la privacidad que proporciona y velocidades de vértigo por la red, llegó el inevitable encuentro con una galería de porno gay. Me gustó lo que veía. Me sentía atraído sexualmente por aquellos chicos de ensueño. Era todo un claro aviso. Mi reacción: Negación del hecho. Otra vez.
Y así llegamos que en mi cuarto de siglo, vírgen y sin compromiso, seguía la vida pasando, enfadado conmigo mismo por no encontrar a una chica que me atrajera, ser el pez fuera del agua y evitar cualquier tema relacionado con el amor y la sexualidad.
Pero por experiencia propia, nadie escapa de Cupido y de la verdad sobre sí mismo. Usando otra metáfora para mi situación, mi vida era como un gran cocido al fuego. En la superfície el cocido está tranquilo e inmóvil. Pero sabes que en la base el cocido está hirviendo y tarde o temprano todo ese calor tiene que salir a la superfície.
Por suerte a los 26 o 27 años conocí por internet a aquél que sería mi primer chico y mi primera relación. Durante meses fue una bonita amistad con intercambios de largos correos electrónicos y más adelante, encuentros ocasionales para tomar café donde él vivía. En ese momento ya sabía que quería, aunque siguiera negando por defecto lo que era. Había algo en mí que me decía que no era el momento, el miedo a aceptar la diferencia con el resto, el saber que era gay y todo lo que ello implicaba.
El paso definitivo, la aceptación de los hechos y la prueba de fuego, tras una larga conversación por mensajería instantánea, vino a finales de Enero. Con mis 28 años cumplidos hacía pocos días, invité a este chico a casa para comer y ver Brokeback Mountain, película que elegí expresamente para la ocasión dada la naturaleza del encuentro. Mi invitación provenía de esa duda consciente que arrastraba desde los 25 años y saber qué él era gay, poder hablar el tema y buscar respuestas me animó a invitarle. Con casa libre y plan hecho llega el fin de la historia.
Tras la película y una larga sesión de caricias llegó el primer beso por su parte y el primer beso de ambos, los dos sin haber tenido antes una relación con otra persona. No hizo falta preguntar nada. La atracción mútua era palpable. La sensación sólo puede explicarse como pasar de las fotografías en blanco y negro a las televisiones de plasma en alta definición, sin pasos previos. O bien, la erupción de un volcán con toda su furia tras llevar varios siglos durmiendo.
Allí encajaron todas las piezas de mi desordenado puzzle emocional y comenzó una breve pero intensa relación con este chico que me llevaría a aceptar y asumir plenamente mi condición sexual. Dicen que los gays nacemos dos veces. La primera cuando salimos del vientre materno. La segunda, cuando aceptamos plenamente nuestra identidad. Gracias a este chico, nací por segunda vez al mundo y con todos sus colores, esta vez sí, con todas las piezas del puzzle claramente ordenadas. Como dice el refrán, más vale tarde que nunca.Y de ahí viene mis primeros pasos por nuestra cultura homosexual. Pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión, parafraseando al gran Michael Ende.