Revista Viajes

Lava no arde – 1ª edición. Buenos Aires

Por Marikaheiki

Antes de salir de Humauaca consulté por última vez el I-Ching. Las varillas de cardón dibujaron el número máximo de mutaciones. El hexagrama resultante fue el 3: el principio del cambio. La imagen es una brizna de hierba que supera todos los obstáculos y por fin emerge de la tierra al cielo. La unión de lo receptivo, la tierra, y lo creativo, el cielo. Entendí que era el momento de marcharme, armé la mochila, llené la funda de la guitarra con los 25 ejemplares de la primera edición de un librito recién nacido y salí a la ruta 9 con el dedo levantado. Al toque Leo me recogió y compartimos veinticuatro horas de viaje hasta Rafaela. Me excitó la imaginación su historia. A oscuras la transcribí en mi cuaderno. Otros tres conductores me levantaron hasta la ciudad de Buenos Aires. De algún modo sabía que tenía que llegar aquí ahora.

Los días en la comuna transitoria anarquista de Humauaca y la brutalidad de la gigántica Buenos Aires fueron fuerzas de valor contrario. Me sumergí en días de pura ambivalencia: haber caminado descalza por la quebrada para descubrirme treinta horas más tarde corriendo otra vez, como solía hacer en la otra gigante Madrid, sobre el asfalto ardiendo. Los escaparates y vidrieras en contraposición a las vistas largas de cardones sobre los cerros rojos. La música sobre todo, el rock, el indie, todas las canciones que había compartido con Sol a la distancia haciéndose presente entre los cuerpos en una casa llena de luz. La brizna de hierba significa esto: regresar a lo luminoso. O descubrirlo por primera vez. La primera noche trasnochamos a base de café con leche en la mesa del patio hablando por horas en una conversación que habíamos empezado mucho tiempo atrás virtualmente.

Días-latido.

Entonces ¿uno elige o es llevado?

Porque llegué a Buenos Aires porque el destino o más bien porque la ruta 9 seguía extendiéndose hasta el agua y estaba sedienta.

Todas las cosas que traía en la cabeza las hicieron las manos.

Hicimos libros (pero eso ocurrió en el pueblo neolítico de Huacapunco, mientras hacíamos el amor en una imprenta pirata, el calor de la impresora soplando nuevas hojas de poemas, la tinta aún fresca, los interruptores -llaman a la puerta-, cortar rectas las portadas, agujerear cada hoja y después coserlas y unir todo eso -también el amor- en cuadernillos de sesenta y ocho páginas).

Hicimos cuadernos para anotar poemas y abandonarlos por la ciudad, por ejemplo a orillas del punto intermedio entre agua salada y agua dulce o en el barcito donde fuimos a oír jazz y no pudimos hablar durante horas. Hubo poemas del revés. Los espejos.

Hicimos cuenta de los mapas traducidos y dijimos: “soltémoslos”. Comparamos nuestras ciudades y decidimos habitar adentro de los recuerdos que nos regalamos unos a otros. Las atravesamos y esta vez acompañadas. Eso ha sido lindo: regalarse las calles y los balcones y las memorias de infancia.

Este es un libro recién nacido. Se llama Lava no arde en honor a un texto que formó parte de este viaje-vida y que cambió la voz. Tener entre las manos las palabras también responde a una transformación que viene. Me parece que quedaron lindos: están hecho a mano cien por cien, con recursos muy limitados y gracias a la ayuda de la comunidad Huayra Huasi de Humauaca. Fueron cosidos con las manos doloridas y las portadas testadas una y otra vez para paliar las desventajas de imprimirlas en un ciber internet de pueblo. El papel es reciclado y hermoso. La edición fue veloz y aprendida y comprendida en una tarde. Es un libro de conocimiento porque aprendimos muchas cosas: no sólo a editar, sino a entender qué es lo que estamos buscando. La gigante Buenos Aires, también con sus durezas, me hizo entender algunas cosas. Me he sentido limitada porque es una ciudad construida a la escala de dioses y no de hombres y no quiero comenzar otra vez una guerra contra el tiempo. Pero al mismo tiempo entiendo que la limitación no es de la ciudad, sino mía, de un cuerpo que se mueve a ritmos estables aunque frenéticos, de unos ojos que no atraviesan muros pero sí intuyen, esas cosas locas que se le pasan a uno por la cabeza en el colectivo. El pacto con Buenos Aires es tácito y estamos escribiendo aún las condiciones y propósitos. Pero me da música por las noches, me da velocidad y eso me nutre. No sé qué pasará. Hemos prendido una fecha X en el calendario para crear y crear y crear pero sin neurosis ni culpa, al revés: sinergia. De ningún lugar me ha costado tanto marcharme como de Buenos Aires.

La brizna de hierba: la imagen de la elevación, de la comunión entre cielo y tierra. La creación nació de esta unión. Los bosques. El agua. Las aves.

Por dentro la excitación es natural y fluye en todas direcciones.

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