Revista Salud y Bienestar

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Por David Ormeño @Arcanus_tco

Esto puede marcar un precedente legal muy interesante: la Director of Public Prosecutions del Reino Unido, Alison Saunders, anuncia en una pieza de opinión en The Guardian titulada "Hate is hate. Online abusers must be dealt with harshly" que los delitos de incitación al odio, acoso, racismo, abuso, odio religioso y otros similares serán perseguidos exactamente igual cuando ocurran a través de la red que cuando tengan lugar fuera de ella.

Un paso hacia la normalización del mundo online como una parte ya significativa del contexto en el que discurre nuestra vida, y una cuestión de lógica palmaria: que te insulten o te acosen a través de una red social no es menos grave que el que lo hagan mediante pintadas en la puerta de tu casa o en plena calle, y en muchos casos, tiene el mismo o incluso peores efectos.

La idea de que es necesario legislar de nuevo para incluir las situaciones derivadas de la llegada de internet se tambalea: los problemas son los mismos de siempre, y las leyes que aplican deben ser, con escasísimas excepciones, las mismas que aplicaban antes de que internet existiese, si es que alguien todavía recuerda cómo era el mundo antes de internet. Las leyes provienen del consenso social obtenido durante mucho tiempo, y tratar de crear nueva legislación para internet es algo que solo se asienta en la ignorancia del contexto online y que en la práctica totalidad de casos supone hiperlegislar, algo que nunca conduce a buen puerto. Los delitos son igual de delitos online que offline, con todo lo que ello debe conllevar: si te roban en la red, es un delito de robo, con el único atenuante de no incluir violencia, pero un robo al fin y al cabo, y ese debe ser el caso para todos los delitos. Las excepciones, en un contexto cada día más normalizado, tienen cada vez menos sentido.

En el caso de Alemania, este tipo de situaciones se dan desde hace ya bastante tiempo: muchas de las cuestiones que son delitos de odio fuera de la red, como la exhibición de simbología nazi, la exaltación de sus posturas ideológicas, la negación del holocausto o la incitación al odio o la violencia por razones raciales o religiosas ya son castigadas del mismo modo tengan lugar en la calle o en la red. Sin embargo, las leyes alemanas parecen excederse en la consideración de la responsabilidad al pretender imponer multas multimillonarias de más de cincuenta millones de euros a las plataformas sociales si no eliminan rápidamente este tipo de contenidos, algo que no sucede fuera de la red (no se multa a un ayuntamiento o al propietario de un edificio por no borrar una pintada rápidamente, por ejemplo) y que marcaría un tratamiento diferencial contra el mundo online que no parece tener demasiado sentido y confunde la responsabilidad de los usuarios, que son los que realmente cometen el delito y los que deben sufrir las consecuencias del mismo, con la de la plataforma, que no es más que el contexto en el que tienen lugar las acciones punibles.

Considerar la red como un entorno diferente ha traído numerosos problemas. La consideración del trolling como "travesuras" ha traído como consecuencia una falsa y peligrosa normalización del discurso del odio, del insulto y del acoso en la red, algo que nunca debería haber ocurrido y que es preciso corregir. Poner una barbaridad en Twitter como reacción a algo es ni más ni menos que eso, poner una barbaridad, y debe conllevar las mismas consecuencias que gritárselo a alguien a la cara en la vía pública o que pintarlo en su portal: si supone acoso, incitación al odio, difamación, abuso, etc. debe tener esa consideración a todos los efectos independientemente de que se haya hecho en la red o fuera de ella, y los usuarios tendrán que tener la madurez suficiente como para entenderlo así, o afrontar las consecuencias.

A medida que el pasar tiempo en la red se convierte en cada vez más normal, tenemos que empezar a considerar el contexto de la red como una parte más de nuestro contexto diario, sujeto a las mismas reglas y leyes, y los jueces tienen que acostumbrarse a pensar en el entorno online como una parte más en la que la justicia se imparte de la misma manera y con las mismas leyes que en un entorno offline con el que tienen, posiblemente, todavía más familiaridad. Con una internet que cuenta su edad ya en décadas y con más de la mitad de la población mundial conectada a la red, ideas como esta representan la única manera lógica de proceder y de avanzar.


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