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Le Fundi

Por Antoniodiaz
Le Fundi 
Se nos va Juan José Prados, el Fundi, arquetipo bizarro de matador de toros, firme antagonista del tomateo con el que tienen secuestrado los toros todas esas terelus que se pirran con los artistas y sus posturitas de nachos duatos. En otra época del toreo, más sana y cruel, hecha para hombres y no para metrosexuales, en los pergaminos este Fundi hubiera sido descrito como torero de culto, entre honores de figura y loas al héroe.   
Va a hacer el cuarto de siglo desde que Joselito le cediera la muerte de "Enviado", de Don Antonio Arribas, con Bote de testigo. Sería en Villaviciosa de Odón. Un cartel castizo que se repetiría en más ocasiones, como en su confirmación venteña. Los derroteros y los derrotistas de la profesión, el taurinismo, y el aficionado, que a veces puede ser tan conspicuo como ponzoñoso, lo empujaron, como a tantos otros, a buscarse la vida en Francia. A ese bendito país, pródigo para la tauromaquia, que parece un laberinto custodiado por minotauros de históricos encastes en cuya casilla central esconde, para el que sea capaz de triunfar en tan altas cotas de intrepidez y osadía, el más preciado tesoro que pueda ganar un torero: el respeto absoluto y sincero, casi sacramental, del aficionado.
Le Fundi fue capaz de llegar hasta esa casilla. El canguelo que ha pasado en esos hoteles, sesteando e intentando vencerle viendo en la tele los viñedos desde el helicóptero del tour de Francia, la cantidad de sangre derramada en el exilio y el sabor de la injusticia, que debe amargar la boca como la hiel, sólo él los conocerá. Bien está lo que bien acaba.
La lista, "su lista", de adversarios espeluzna y sobrecoge al más pintao. Victorino, Miura, Cura de Valverde, Adolfo, Yonnet, Guardiola, Dolores Aguirre, Isaías y Tulio Vázquez, Hernández Plá, los Gracilianos, José Escolar, Cuadri, Pablo Romero, Palha, Prieto de la Cal, Samuel Flores o Tardieu son algunos de los hierros con los que se las ha visto este gé uno de la gallardía. Semejante currículum hoy día no tiene parangón.
Cuando más reconocimientos ha cosechado en España ha sido en el último lustro, donde las terelus han pasado a llamarle maestro, como si el solo paso de no poner banderillas, como le ocurrió a Juli, fuera motivo suficiente para el ascenso de categoría profesional. Una evolución en su arte, decían. Por lo que sea, las anteojeras rayban del arte les impedía apreciar los valores y virtudes de los que siempre ha hecho gala el más castellano de los toreros. Maestro desde tiempo atrás, no de ahora.
Fundi es el valor espartano mezclado con una soberana preparición física y mental, con muchos inviernos en donde reclutaba para entrenamiento diez, quince, veinte toros de los más grandes, feos y cornalones del campo bravo; una buena capacidad de lidia, con el oficio sufiente para salir indemne y triunfador de las más comprometidas situaciones; eficaz con el capote, especialmente en eso que los modernos llaman ahora "torear para el toro" (!¡); su muleta más que seda ha sido látigo, y sus faenas han sido poco chenelistas, en nada parecidas al pronto y en la mano de otro castizo como Antoñete. Maduraba los garlopos, cocía el toreo, les daba su terreno, medía sus distancias, los consentía, les cambiaba la muleta de mano a cada serie, para quitarles manías, y al cabo de tres o cuatro tandas, el milagro del toreo se estaba dando. ¡Cuántas faenas habré visto así! ¡Y con qué toros! ¡Y de qué manera! Torear, imponerse al burí, dominar la furia de la bestia con la aleación de intelecto y valor que se le presupone al héroe, como siempre tuvo que ser. Las valoraciones artísticas aquí están de más, sobre todo en las circunstancias tan dificiles y admirables en las que ha nadado su carrera. José Pedro Prados ha sido un coleta más de ciencia, de conocimientos, que de pellizco, un diestro que quizás no haga soñar, pero que ha sido capaz de mandar el mensaje más auténtico que puede enviar un torero: aquí hay hombre valiente dispuesto a cruzar la raya sin mentiras, allá un toro con casta presto a defender cara su vida, así que sea lo que tenga que ser. 
Le Fundi
Pero lo que de verdad lo ha elevado a la cúspide ha sido su espada. De una sociedad tan resultadista y pragmática como la que sufrimos la tauromaquia no podía quedarse sin contaminar. Las estocadas buenas ahora son las efectivas, las que matan deprisa y eliminan pronto las huellas de mala conciencia animalista que empieza a calar en cierto sector de aficionados. Si poco importa la colocación del acero, menos aún la rectitud moral de la suerte. Y ahí es dónde el Fundi es maestro de Maestros, en el fragor del volapié, en esa pierna izquierda que nunca llega a apartarse del suelo, que no brinca, que no se escupe para afuera, que traza con la punta de la zapatilla en la arena un sendero en linea recta hacia el abismo negro. En el volapié del Fundi uno puede estar viendo a Rafael Ortega. 
Sólo espero que el aficionado, el compañero, el empresario, el ganadero y el crítico, sepan estar en el año del adiós a la altura. Que sea una temporada de reconocimientos y de parabienes que sirva como homenaje y pago a uno de los matadores y tios más cabales que ha dado el toreo en mucho tiempo. 
Y después, bienvenido sea el merecido descanso del guerrero le Fundi.


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