Revista Cultura y Ocio

'Le gusto a fulanita'

Publicado el 01 julio 2013 por Benjamín Recacha García @brecacha

Pagafantas

Para inaugurar el mejor mes del año os voy a regalar un artículo easy reading, sin crisis ni críticas político-económico-sociales. Los habituales sabéis que me he abierto una página en Facebook, fanpage le llaman, para dar a conocer mi perfil profesional como escritor y, por tanto, promocionar mi trabajo. En este caso, mi novela ‘El viaje de Pau’ (tranquilos, que no os voy a taladrar de nuevo con esta obra maestra de la literatura contemporánea… pero lo haré próximamente).

La reflexión que viene a continuación es bastante chorra, así que los que esperáis profundas disertaciones sobre el sentido de la vida podéis daros una vuelta por el blog de Eduard Punset o Paulo Coelho. No os lo tendré en cuenta.

Bien. Si estáis mínimamente familiarizados con Facebook sabréis que cuando visitáis una página pública tenéis la opción de clickar sobre la mano con el dedo pulgar hacia arriba, haciendo así patente vuestro agrado con lo que allí se publica. En mi página también podéis hacerlo. Y es a partir de este simple hecho que surge mi razonamiento, que como veréis enseguida parece propio de un adolescente con las hormonas en ebullición. Ahí va: cuando alguien pulsa el ‘me gusta’ a mí me llega un mensaje que dice: “A fulanito/a le gusta Benjamín Recacha García”. Y ahora es cuando me tenéis que imaginar con la risa tonta pensando: “Le gusto a fulanita”. Claro, cuando son 50 o 60 ‘fulanitas’ (quizás debería usar otra palabra, que ésta si no está en diminutivo tiene una connotación muy fea…) la risa tonta se multiplica exponencialmente… Os advertí que la reflexión era intelectualmente muy pobre.

Yo de adolescente era un ser bastante carente de atractivo. Era incapaz de mantener una conversación coherente con una chica porque temblaba como un flan y, por más que me esforzara, no se me ocurría nada mínimamente interesante, con lo que, inevitablemente, pasaba a ser sistemáticamente ignorado, invisible para ellas. Si la chica en cuestión me gustaba el asunto tomaba tintes dramáticos. Yo veía cómo su rostro iba borrando la sonrisa inicial para sustituirla por una expresión divertida al principio por mi nulo sex-appeal y desconcertada después por mis balbuceos incomprensibles. En resumen, que era un absoluto desastre.

Además, yo era físicamente bastante esmirriado: muy delgado, más bien bajito, con unas horribles gafas negras metálicas que me iban tres tallas grandes (no comprendo cómo podía elegirlas, porque las escogía yo) y peinado con la raya a un lado (no, no voy a colgar una foto).

Afortunadamente, a los 16 años me puse lentillas, cambié de peinado y di el estirón. Y entonces… seguí comiéndome un colín. Bueno, he de reconocer que en bachillerato empecé a relacionarme con chicas sin que pareciera un completo gilipollas. Era capaz de mantener conversaciones coherentes e incluso interesantes, y dejé de ser invisible para ellas. Hice amigas, que eran exclusivamente eso: amigas, sin derecho a roce ni nada por el estilo, aunque mi mente adolescente era tan fantasiosa y “sucia” como la de cualquier otro joven de sexo masculino. Pero mi capacidad “cortejadora” era tan nula como siempre.

En la facultad las mujeres me adoraban. Tenía un montón de amigas que se divertían mucho conmigo. Había dejado de ser un ‘pringao’ incapaz de articular palabra en presencia de una bella dama. Ahora incluso era ocurrente y las hacía reír. Me querían un montón. Era… el hermano que todas habían deseado tener. Es decir, un lamentable ‘pagafantas’. Ni una rosca.

Debo confesar, aunque vistos los precedentes no creo que sorprenda a nadie, que mi primer beso (con lengua) no llegó hasta los casi 20 años. Y no es cosa fácil de confesar. Imaginad a un tipo hecho y derecho nerviosillo porque sabía que aquella noche (la mágica verbena de San Juan) podía ser, por fin, LA NOCHE, pero no tenía ni puñetera idea de cómo besar a una chica sin que huyera despavorida… Afortunadamente tuve una excelente y paciente maestra… mi actual esposa, la única mujer a la que he besado. Y gracias a ello hoy puedo escribir este relato sin que se me caiga la cara de vergüenza ni peligro de sufrir una depresión (bueno, quizás exagero un pelín).

Así que ya sabéis, si a algún lector/a se le ocurre pulsar el ‘me gusta’ de mi página de Facebook estará contribuyendo a alimentar mi frustrada líbido adolescente. Leeré encantado cualquier historia de amores que queráis compartir en esta taberna/bar/tasca/cantina virtual. Eso sí, sólo servimos comprensión.


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