Hace unos días tuve la suerte de poder asistir, en el festival de teatro clásico de Almagro a El encuentro de Descartes con Pascal joven, escrita por Jean-Claude Brisville. En el magnífico recinto del teatro municipal, especialmente idóneo para la ocasión, Josep Maria Flotáts y Albert Triola daban vida a los dos sabios, Descartes (1596-1650) http://es.wikipedia.org/wiki/Ren%C3%A9_Descartes y Pascal (1623-1662)http://es.wikipedia.org/wiki/Blaise_Pascal, reunidos en la única entrevista que al parecer tuvieron en vida. Ambos eran talentos extraordinarios pero divergentes en su visión del mundo y fueron marcados por la enfermedad de distinta manera. Descartes fue un niño débil y pálido del que nadie suponía que iba a llegar a adulto. Aunque se convirtió en un joven vigoroso quizá esa experiencia le hizo interesarse toda su vida por la medicina. Pascal padeció desde muy jóven una enfermedad nerviosa que le producía fuertes dolores y que lo dejó paralítico, lo que quizá tuvo mucho que ver con su posicionamiento místico ante la vida.
Descartes es conocido por sus grandes contribuciones a la geometría, como el creador de método crítico que permitió el nacimiento del pensamiento moderno, sin embargo lo es menos por sus aportaciones a la medicina, al conocimiento del cuerpo de una forma natural. Al final de su Discurso del método afirma que pretende "emplear el tiempo que me queda de vida en procurar adquirir algún conocimiento de la naturaleza, que sea tal, que se puedan derivar para la medicina reglas más seguras que las hasta hoy usadas." En una época se interesó por las disecciones y, al parecer, llegó a tener un conocimiento anatómico bastante completo.
En tiempos de Descartes la medicina era todavía heredera directa de Galeno y su teoría de los humores. También se consideraba que lo sobrenatural intervenía y estaba presente en el entramado del mundo y las estrellas, incluido el funcionamiento del cuerpo humano. El sistema humoral era práctico y utilizaba la observación pero su inconsistencia teórica lo hacía especulativo en los diagnósticos y peligroso en los tratamientos, de los cuales el más conocido y aplicado indiscriminadamente era la sangría, acompañada, muchas veces, de todo tipo de parafernalia mágica y religiosa. Se consideraba que la oración era esencial para que operaran los remedios. El enfoque estrictamente mecánico o natural de la medicina se podía considerar peligrosamente ateo.
Descartes posibilitó la separación operativa de lo espiritual y lo material y permitió el desarrollo de la medicina moderna al concebir al cuerpo como una máquina regida por causas naturales susceptibles de ser investigadas con la observación y la razón. La enfermedad sería así solo producto de un mal funcionamiento susceptible de ser corregido por procedimientos físicos. Eso abría la posibilidad de vivir más y mejor, lo que constituyó una gran expectativa en una época en el que la esperanza de vida apenas sobrepasaba los treinta años y la mortalidad infantil era altísima (el gran dolor de descartes fue ver morir a su propia hija, a los 5 años, de una erisipela). En aquellos años Willians Harvey, o Reinier de Graff comenzaron a abrir, entre otros, camino en este sentido.
Como era de esperar estas ideas le generaron poderosos enemigos de los que a duras penas pudo guarecerse en la tolerante Holanda. Aún allí, en Utrech, Voecio, teologo y rector de la universidad, lideró potentes campañas de desprestigio donde incluso lo acusaron de perversión sexual. Aunque tendía a evitar la confrontación directa también podía ser susceptible y combativo. Se defendió en las Meditaciones http://www.philosophia.cl/biblioteca/descartes/Descartes%20-%20Meditaciones%20metaf%EDsicas.pdfy también en la Carta a Voecio, donde defendió su sistema filosófico y lo acusó de demagogo e, invirtiendo la situación, de ateo.
Por eso en 1650, en el crudo invierno de Estocolmo, Descartes además de enfermo estaba lleno de rabia. A estas alturas ya sabía que no debía estar allí, que estaba fuera de su medio. La reina Cristina, que había perdido interés en él, lo había hecho darle lecciones de madrugada, después de atravesar las calles heladas de la ciudad en un coche de caballos. Encima le había mandado a su médico personal, el holandés Wullens, que le había propuesto hacerle una sangría. "Caballeros, no permitáis el derramamiento de sangre francesa", bramó Descartes antes de expulsarlo de su casa. El filósofo ya lo conocía de Leyden cuando se alineó con los que combatían su filosofía. Y aún tenía energía para defender sus ideas, aunque al final claudicara y se dejara sangrar inútilmente.
Pero no fue fácil enterrarlo. Cristina quería hacerlo en la iglesia de Riddarholm pero Descartes era católico y eso hubiera sido malinterpretado diplomáticamente. Chanut, el embajador francés y amigo del filósofo en cuya casa murió, terminó acordando que lo enterraran casi clandestinamente en un pequeño cementerio de huérfanos, ya que al no haber alcanzado éstos la edad de la razón no podía considerarse que fuera un terreno del todo impío. Pero luego los huesos fueron robados y han hecho un extraño periplo en estos últimos 350 años. Sus avatares están relacionados con los del del pensamiento moderno, con los de la propia idea de progreso (el dominio de la naturaleza que conduce libertad del individuo, porque debería ser capaz de liberarlo del trabajo pesado y monótono, de los prejuicios y del error, del dolor y las enfermedades) y sus paradojas históricas. Una batalla que no está necesariamente ganada, ahora mismo, para el pensamiento libre y naturalista.
En estos momentos, en la piscina, sigo leyendo, fascinado, "Los Huesos de Descartes" de Russell Shorto (Duomo SL,2009) mientras los niños chapotean el agua y algunas mujeres toman el sol en la hierba. Descubrí el libro a través de un artículo de Felix de Azua http://www.elboomeran.com/blog-post/1/7289/felix-de-azua/un-monton-de-huesos/ y creo que me acompañará a la playa, donde espero llegar mañana. Buen verano.