Francisco José Garzón
“Dios mío, qué he hecho”. La frase de Francisco José Garzón resume toda la intensidad de la tragedia. La apelación a Dios y el reconocimiento de la culpa son en sí mismos un acto de contricción sincera y brutal. De todas las pieles de la tragedia, si hay una de la que huiría como alma que lleva el diablo es de la suya, pero también por eso me produce una inmensa compasión. No le conozco de nada.
En realidad, no sé quién es. Probablemente no me cruce con él jamás en mi vida y, sin embargo, en medio de tantísimo dolor el suyo me produce una desazón añadida.
Del accidente de Santiago quedarán para siempre setenta y nueve familias rotas por el dolor y hundidas en la tristeza, pero cualquiera de nosotros que haya perdido a un ser querido, sean las circunstancias que sean, sabe que el tiempo irá transformando ese dolor, primero en melancolía y, después, en recuerdos de una vida truncada por un fatal accidente. Pero no será ése el caso de Francisco José Garzón, a quien acompañará el resto de su vida la cruda imagen de ese momento en el que un despiste suyo se llevó por delante las de otras 79 personas.
Un número que pesará sobre su alma como pesaría sobre un reo los 79 años de una condena. De hecho, no hay peor condena, no hay cárcel más horrible que la que encerrará el recuerdo de Francisco José Garzón hasta el último día de su vida. Por eso, para mí, él es la víctima 80 del accidente de la curva de A Grandeira y de todas ellas la viva imagen del dolor y el sufrimiento de saberse culpable de una tragedia que nunca buscó.
No hay peor condena, no hay cárcel más horrible que la que encerrará el recuerdo de Francisco José Garzón hasta el último día de su vida. Por eso, para mí, él es la víctima 80.
Estoy seguro de que si pudiera elegir hubiera preferido dar su vida a cambio de las otras 79, así lo ha dicho al menos y en tales circunstancias esa muestra de dolor tiene que ser sincera, consciente tal vez de que a partir de ahora su vida nunca será igual, de que cada vez que vea pasar un tren, cada vez que cruce una vía, cada vez que vea un accidente u oiga hablar de él, cada vez que le llame un compañero, cada 24 de julio, casi cada momento de su vida será un galopar de imágenes, de sentimientos, de recuerdos...
Y allá donde vaya será siempre el maquinista del Alvia de A Gandeira, y eso pesará como una losa de miles de toneladas sobre su maltrecha conciencia. Me da pena Francisco José Garzón, no puedo evitarlo. De todas las víctimas del accidente es la que con más intensidad necesita un hombro sobre el que derramar sus lágrimas.
Para todos los demás esto pasará. Para los pasajeros del Alvia que seguirán yendo a Santiago cada día. Para los vecinos de Compostela. Para los gallegos. Para el resto de los españoles. Para lo políticos que esta vez, con miserables excepciones, se han portado como deben. Para los medios de comunicación que se han volcado en contar todo lo que ha pasado, los que han actuado con profesionalidad y respeto hacia las víctimas y los que han acudido de inmediato al amarillismo sensacionalista para vender más periódicos o ganar más cuota de audiencia. Para las redes sociales que han hecho del accidente de Santiago un trending topic mundial.
Para todos habrá un antes y un después del accidente de la curva A Gandeira, aunque con el paso del tiempo no será más que un triste aniversario el 24 de julio de cada año. Pero para Francisco José Garzón, no. Para él será siempre el día en que dejó de existir, porque seguirá vivo, pero su alma habrá migrado con las almas de las otras 79 víctimas de la tragedia que él causó.
Fuente: Federico Quevedo. El Confidencial.
C. Marco