La reciente eliminación de la Selección Española de Fútbol de la fase final de la Copa del Mundo deja, además de la inevitable sensación de fracaso, algunas reflexiones muy interesantes. El comportamiento y actitud de muchos de sus protagonistas ante las derrotas, humillantes por modo y forma, sufridas en Brasil reflejan a la perfección maneras y comportamientos extrapolables a otros muchos ámbitos laborales.
Tiempo habrá para que lo expertos planteen el necesario cambio de sistema que exige una debacle como la acaecida. Porque, sin duda, el modelo actual, que había proporcionado extraordinarios réditos en el pasado, ha dado muestras de estar casi agotado, habiendo sido superado por otros sistemas que han evolucionado más. La diferencia existente entre la España que derrotó con su sistema a Holanda en 2010 frente a la que ha sucumbido estrepitosamente ante el mismo rival en 2014 no demuestra más que el avance y superación del equipo holandés, que ha sabido aprender y cambiar lo necesario para revertir la derrota de Sudáfrica.
Sin embargo, dos actitudes, por lo contrapuestas y lo que tienen de significativas, llaman poderosamente la atención. Por un lado, la autocrítica de Xabi Alonso, uno de los pilares fundamentales de nuestra selección, realizada apenas unos minutos después de la humillante derrota ante Chile, y tras la negativa imagen ofrecida por España, evidencia una actitud valiente y comprometida que muchos desean obviar. La capacidad de reconocer los errores sin buscar falsas justificaciones, sin elevar la responsabilidad hacia los superiores o sin caer en la justificación fácil por acciones malintencionadas de terceros, es algo que, por su extraordinaria rareza en España, merece ser destacado. Y más aún cuando proviene de uno de los mejores y más brillantes jugadores de la historia del fútbol español, cuyo trabajo excelente siempre acompañado de una identificación absoluta hacia su equipo y de una capacidad de sacrificio encomiable, hacen de él un ejemplo para cualquier trabajador en cualquier profesión. Desgraciadamente, la autocrítica no es lo habitual en España y cuantas veces es más frecuente en España, en cualquier actividad diaria, esconderse en cualquier excusa antes que reconocer los propios fallos. Una sana autocrítica es imprescindible para poder sentar las bases para una futura renovación y volver a aspirar a los éxitos pasados. Y si eran pocas las virtudes que adornaban a Alonso como jugador, su decisión de retirarse, de reconocer que su tiempo ha pasado, de dejar paso a otros más jóvenes y que puedan aportar diferencias para seguir creciendo es, probablemente, su mayor y más sacrificada aportación a la Selección Española.
Frente a esta actitud contrasta la del máximo responsable, el seleccionador nacional Vicente del Bosque, tendiendo a relativizarlo todo pero sin reconocer una mínima responsabilidad. Alguien que ha disfrutado mucho, y con todo el derecho ganado, de las mieles del triunfo no esta sabiendo apurar, en la misma medida, las hieles de la derrota. Ni la más pequeña autocrítica ha salido de su boca en estos días, ni el menor reconocimiento de sus carencias o falta de previsión a alterado su imperturbable rostro. Y lo peor es que la razón fundamental del fracaso de la selección española no es otro que la complacencia y falta de estudio del seleccionador y su equipo directivo. Los triunfos de años pasados parecen haber anestesiado su capacidad de identificar y anticipar las carencias, de buscar nuevas fórmulas y alternativas, en definitiva, de evolucionar y crecer hacia mejor. Su falta de estudio de los rivales y su descarada apuesta por la gerontocracia y los derechos adquiridos antes que por la meritocracia están en la raíz de su fracaso. El resto de seleccionadores, como bien han demostrado Holanda y Chile, han dedicado muchas horas a estudiar hasta el mínimo detalle el juego de España, a identificar sus debilidades y buscar alternativas para derrotarlo, a conocer sus propias fortalezas y la mejor manera de emplearlas. Nada de eso ha hecho el seleccionador español. Si es porque no puede, no sabe o no quiere es algo que carece de importancia en este momento. Lo que se demostrado es que el empecinamiento en un modelo por brillante que haya sido, la negativa a introducir cualquier cambio y la ausencia total de autocrítica sólo conducen a un fracaso más estrepitosos cuanto mayor es el enroque en una postura inamovible. Vivir de las rentas de logros y avances pasados tiene este riesgo, que hay que ser muy valiente para ver y afrontar la necesidad de un cambio sean cuales sean sus repercusiones, y no todos los dirigentes están preparados para ello. Una vez más, y en contraposición a la decisión adoptada por Xabi Alonso, el empeño en no reconocer sus errores que se ha manifestado ante su falta de dignidad para presentar su irrevocable renuncia a seguir dirigiendo al equipo español inmediatamente después del último fracaso tan sólo evidencia el apego desmedido por un cargo aunque su proyecto fracase a su alrededor.
Y toda esta reflexión puede ser aplicada, con mínimas diferencias, a cualquier situación profesional, incluyendo nuestra maltratada Sanidad Pública. También en ella existen Alonsos y Del Bosques, y las diferencias y repercusiones de ambas posturas están claras. La cuestión es que modelo preferimos los médicos…
“Los cobardes agonizan muchas veces antes de morir… Los valientes ni se enteran de su muerte”
Cayo Julio Cesar, Dictador de la República de Roma (100 a.C.-44 a.C.)