Revista Cultura y Ocio

Lecturas encadenadas. Mayo

Publicado el 07 junio 2019 por Molinos @molinos1282
Lecturas encadenadas. Mayo
Mayo de 2019 pasará la historia como el mes de Nueva York y de los Cazalet y por eso pretendo, y espero conseguirlo, que este post sea corto porque de los Cazalet ya lo dije todo en los encadenados de abril. (id a leerlo)
Dejé a los Cazalet al borde de la II Guerra Mundial en su casa familiar, Home Place, y durante el mes de mayo me he leído los tres siguientes: Tiempo de espera y  Confusión  que transcurren durante la II Guerra Mundial y el cuarto volumen, Un tiempo nuevo  que los deja en el año 1947. ¿Qué puedo decir que no haya dicho ya? Hay que leer Las crónicas de los Cazalet porque es una de esas lecturas que te atrapan y te llevan: una novela río. Ayer estuve en Los editores en la presentación de la nueva novela de Phil Camino y surgió esa expresión: novela río y también novela de sillón de orejas. Eso son los Cazalet, novelas para zambullirte y desconectarte de todo. Los personajes se convierten en familia. Cada uno de ellos, y son muchos, tiene una personalidad, una manera de pensar, de enfrentarse a la vida, a las relaciones pero no quiero contar más, no quiero destriparlos. Leedlas.
Además hay maravilloso sentido del humor inglés:
«La pobre tía Rach ha pasado una mañana espantosa cortándole las uñas de los pies a las tías abuelas. La oí decir que parecían garras de aves marinas prehistóricas, de retorcidas y duras que estaban. Por lo visto es una de las primeras cosas que dejas de poder hacer cuando te vuelves viejísima porque no llegas. Avisé a Polly al respecto, porque en ese caso más vale que no viva en su casa completamente sola. Dijo que entonces qué hacían los ermitaños, teniendo en cuenta que casi siempre era viejos y por fuerza tenía que estar solos. Me imagino que acabarán con garras como las de los loros».  (Tiempo de espera. Crónicas de los Cazalet (2)

Intercalados con los Cazalet he leído ensayos y no ficción.
Tras el éxito de Claus y Lucas quería leer algo más de Agota Kristof y cuando Elena Rius (a quien debéis seguir si queréis tener buenas recomendaciones de libros) me recomendó La analfabeta (traducción de Juri Peradejordi) lo compré sin dudarlo. La analfabeta es una especie de autobiografía de la autora a partir de artículos escritos cuando, con más de cincuenta años,  se convirtió en una autora famosa en Suiza. En los breves capítulos relacionados con su niñez en Hungría es inevitable establecer similitudes y comparaciones con Claus y Lucas.
«Leo. Es como una enfermedad. leo todo lo que caen en mis manos, bajo los ojos: diarios, libros escolares, carteles, pedazos de papel encontrados por la calle, recetas de cocina, libros infantiles. Cualquier cosa impresa. Tengo cuatro años. La guerra acaba de empezar».
Los capítulos posteriores se centran en la vida en el exilio, lo durísimo que es marcharte de tu país, perder tu identidad, tus referentes, tu idioma, volverte una analfabeta. En el capítulo titulado El desierto dice esto:
«Como explicarle, sin ofenderle, y con las pocas palabras que sé de francés, que su bello país no es más que un desierto para nosotros, los refugiados, un desierto que hemos atravesado para llegar a lo que se llama integración, asimilación. En ese momento, todavía no sé que algunos no lo lograrán».
Su retrato de la emigración, del exilio es desolador. Ella y sus hijos llegan a Suiza, consigue un trabajo, nadie quiere echarla pero ella es terriblemente infeliz, se siente en el desierto. Lo narra con amargura y con casi desesperación como diciendo: es imposible que vosotros, los que estáis aquí, entendáis que para nosotros esto es el horror, que no queremos dar las gracias, que no podemos ser felices porque nos hemos convertido en extraños, en extranjeros, en analfabetos.
«Hablo francés desde hace más de treinta años, lo escribo desde hace veinte años, pero aún no lo conozco. Lo hablo con incorrecciones y no puedo escribirlo sin ayudarme de diccionarios que consulto con frecuencia. Esa es la razón por la que digo que la lengua francesa, ella también, es una lengua enemiga. Pero hay otra razón, y es la más grave: esta lengua está matando a mi lengua materna».

Tristeza de la tierra. La otra historia de Bufallo Bill de Eric Vuillard (Traducción de Regina López Muñoz) fue mi siguiente ensayo. A principios de año leí El orden del día y no acabó de convencerme así que aconsejada por Guillermo Altares decidí darle una nueva oportunidad a Vuillard con este libro que me regalaron mis hijas por mi cumpleaños. Tampoco me ha convencido. La historia que cuenta Tristeza de la tierra es interesante igual que lo era la de El orden del día pero el estilo de Vuillard me saca totalmente de la historia, del ritmo y de la narración. Me saca y en ocasiones me encabrona. Leo, me voy atascando y digo en voz alta: Eric, coño, deja de lucirte, deja de intentar impresionar con tus frasecitas en plan "Eh, chavales, mirad lo que sé hacer".
Todos sabemos quién es Búfalo Bill pero ninguno sabemos quién fue Búfalo Bill. En su época fue tal fenómeno de masas que ha llegado hasta nuestros días, recorrió el mundo entero con su espectáculo del salvaje oeste y creo el anecdotario y la imagen que todos tenemos al pensar en "indios y vaqueros". Según Vuillard hasta inventó el grito sioux que todos hemos hecho de niños poniéndonos la mano delante de la boca.
«Y eso que él (Búfalo Bill) no es de los que no dejaron huella, pero tanta lastra el exceso como el defecto, y y, si la arqueología es la ciencia de los vestigios, aún no existen investigaciones sobre aquello que hemos visto demasiado»

Búfalo Bill montó una ciudad desde cero, una ciudad que bautizó Cody (como su verdadero apellido) en un lugar inhóspito y absurdo que en su día tuvo miles de habitantes y en la que invirtió millones de dólares y que aún existe.  Tuvo muchas amantes para al final, arruinado y vencido, volver con su mujer con la que estuvo casado cuarenta y cinco años. Se enamoró de una joven inglesa y gastó una fortuna para montarle una obra de teatro, falsificó la historia de la masacre de Wounded Knee y compró y vendió a una niña india superviviente de esa masacre. Inventó el merchandising y murió arruinado y olvidado.
Todas estas historias son interesantes, increíblemente interesantes, pero Vuillard las cuenta a medias, las enseña, hace un cucú-tras tras y las deja ahí, colgadas de una frase, a medio camino. Me saca de quicio su estilo. Esto no quiere decir que no recomiende el libro, es un buen libro y me ha gustado más que El orden del día, quizá porque lo que contaba en aquel ya lo conocía y esto me ha resultado nuevo y sorprendente, pero Vuillard no es para mí. No pasa nada, no me puede gustar todo.
El último ensayo del mes fue Cuatro príncipes: Enrique VIII, Francisco I, Carlos V, Solimán el Magnífico y las obsesiones que forjaron la Europa Moderna de John Julius Norwich (Traducción de  Joan Eloi Roca). Es un libro muy entretenido sobre el comienzo de la Edad Moderna en Europa. Su autor, un historiador inglés de más noventa años, cuenta las historietas (porque las cuenta como si fueran cotilleos de patio) con un vista de vista muy inglés, muy centrado en Enrique VIII. No sé cuánto de riguroso es en los detalles, sospecho que bastante en la parte inglesa y bastante poco en la parte española y sobre todo otomana pero es un buen libro para conocer la historia del siglo XVI. Sin más.
Y para cerrar el mes otra cita de los Cazalet.
«No tengo ninguna intención de tener hijos pero, si por casualidad los tengo, me haré varios propósitos. Nada de comentarios de abuela del tipo ya veremos, depende o cada cosa a su debido tiempo. Nada de temas de conversación prohibidos. Y los animaré a que vivan aventuras».
Me parecen unos propósitos fantabulosos. El primero no lo he cumplido porque el ya veremos salva muchas situaciones pero los otros dos los sigo siempre.
Y con esto y el propósito de decir ya veremos solo como último recurso, hasta los encadenados de junio.

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