¿Qué mejor día para hablar de lecturas encadenadas que un domingo en medio del puente más largo del año? Ninguno. Es precisamente esa circunstancia, un domingo en medio de un puente, lo que me permite escribir con calma, tener tiempo para aposentarme en el sofá en pijama y dedicar un rato a este post. Ya es oficial, estoy leyendo poco y esto, me causa una gran zozofra. Si leo poco me parece que soy menos yo. Si leo menos se me ocurren menos libros para recomendar, menos cosas sobre las que escribir y evito las librerías porque no puedo comprar más libros mientras en mis estanterías se me acumulan los que compré pensando «volveré a coger ritmo y lo leeré todo». Por otro lado, que sea oficial que estoy leyendo menos, esto no quiere decir que vaya a ser irreversible, es una cuestión de organización en mi nueva vida. Todo llegará. Para empezar ya he conseguido reducir en un mes el retraso que llevo con los New Yorkers, ya estoy con el número final de septiembre, así que voy mejorando.
Al lío.
En una de mis últimas incursiones a comprar libros, en La cuesta Moyano, compré Antes de conocernos de Julian Barnes. De Barnes lo compró todo, lo empiezo todo con emoción, me engancho al principio y pienso «que bueno es», empiezo a aburrirme hacia la mitad, me desinflo y para cuando llego a la última página ya me he olvidado del libro. Creo que, además, a Barnes le pasa lo mismo. Sospecho que el bueno de Julian es como toda esa gente entusiasta y con ideas que uno conoce a lo largo de su vida. Tienen una idea, tienen energía, se ponen a trabajar en ella y, poco a poco pero bastante rápido, empiezan a perder interés, se desinflan y, si por ellos fuera, la dejarían a medias. Es sensación me transmiten casi todos los libros de Barnes.
En esta breve novela se cuenta la historia de Graham, rutinariamente casado con Bárbara, con quien tiene una hija. En una fiesta conoce a Ann, se enamoran, se convierten en amantes y acaban casándose. Hasta aquí todo bien pero cuando Barnes aparece con el "conflicto", la novela empieza a hacer aguas por todas partes porque no te la crees. El conflicto consiste en que Bárbara engaña a Graham para que lleve a su hija al cine a ver una película que supuestamente tiene que ver por una tarea del colegio. En la película sale Ann que, antes de ser lo que sea que es ahora era actriz de segunda. A partir de aquí a Graham le surgen unos celos restrospectivos completamente absurdos y ridículos. Todo es ya un ir y venir entre los celos, lo que piensa Graham, lo que le aguanta Ann y las sospechas que terminan en un final que hubiera podido firmar Tarantino y que, sospecho, Barnes escribió con furia porque hasta él, le había cogido manía a la novela.
Todas las esquinas que doblé están antes de la página treinta.
«Lo que hacía a Graham sentirse casado era que no ocurría nada, nada que provocara miedo o desconfianza en la forma en que le trataba la vida. Así, sus sentimientos se hincharon gradualmente como un paracaídas; tras el alarmante descenso inicial, todo empezó a suceder más despacio y él colgaba allí, con el sol en la cara y el suelo acercándose muy lentamente. Pensaba no ya que Ann representaba la última oportunidad, sino que siempre había representado su primera y única oportunidad.»
La siguiente lectura fue una novedad que compré en Panta Rhei llevada por ese impulso que comentaba antes. Compré la nueva novela de Sigrid Nunez, Cual es tu tormento, porque la anterior El amigo me encantó. Este no me ha gustado.
Una amiga, la narradora, acompaña en sus últimos días a una amiga que se está muriendo de cáncer. Ju con este acompañamiento final nos encontramos con historias de la vida de la narradora, reflexiones sobre la vida, sobre la amistad, sobre envejecer, sobre la pareja. Todo esto, que podría ser interesantísimo y que es lo que hacía en El amigo, aquí está deslavazado y resulta frío, destartalado. Es como cuando entras en un puesto del rastro y hay muchas cosas chulas, algunos objetos que brillan y podrían interesarte pero, en conjunto, el puesto no te atrae y acabas marchándote rápido.
Doblé la primera página con la cita de Simone Weil.
«La plenitud del amor al prójimo
estriba simplemente en ser capaz de preguntar ¿Cual es tu tormento?»
¿Lo recomiendo? Pues no. Mejor empezar por El amigo.
No soy buena lectora de poesía. Me sobrepasa, me cuesta concentrarme en ella y donde todo el mundo encuentra consuelo, belleza y sentimiento yo me encuentro batallando con las palabras, los renglones y las estrofas intentando encontrar un sentido, un sentimiento. Para mí, leer poesía es enfrentarme a un idioma del que conozco las palabras pero con el que no consigo comunicarme.
Memoria de la nieve de Julio Llamazares pululaba por las mesas de una sala que tenemos en mi trabajo en la que hay muchísimos más libros. Es un ejemplar precioso, en una edición maravillosa de Nórdica, y tras meses viéndolo ahí decidí traérmelo a casa y leerlo. La memoria de la nieve es un poemario publicado originalmente en 1982 que en 2019 Nórdica sacó en esta edición, con ilustraciones de Adolfo Serra, por empeño del fundador de la editorial. Lo he leído poco a poco, un par de poemas cada noche, antes de quedarme dormida. ¿Los he entendido todos? No lo sé. Lo que a mí me han contado estos poemas es el paso del tiempo, como lo que creemos que estará siempre desaparecerá casi sin que nos demos cuenta. El tiempo pasa y borra lo que había, lo que somos nosotros, lo que imaginábamos. Además, todo en este poemario huele a invierno, a viento frío, a nieve y crujir de pisadas, a briznas asomando bajo la capa de hielo y a ramas desnudas. Quizás me ha gustado porque el invierno es mi estación. Las ilustraciones de Serra merecen comentario aparte porque son maravillosas y encajan perfectamente con los poemas y con el tono. Un libro precioso.
«Todo lo que aprendí de quien nunca fue amado: la nieve y el silencio
y el grito de los bosques cuando muere el verano.
O aquella canción celta que Kerstin me cantaba:
¿Quién puede navegar sin velas? ¿Quién puede remar sin remos? ¿Quién puede despedirse de su amor sin llorar?
Pero ahora ya la nieve sustenta mi memoria. Y el silencio se espesa
tras los bosques doloridod y profundos del invierno.
Por eso puedo navegar sin velas. Por eso puedo remar sin remos.
Por eso puedo despedirme de mi amor sin llorar.»
Y con este final triste o, mejor dicho, muy otoñal hasta los encadenados de diciembre.