Los Apaches de Paris. Memorias de Casque d´Or , de Amélie Élie. Lo compré en la Feria del Libro. Este breve librito recoge las memorias de su autora, célebre prostituta parisina de finales del siglo XIX que fue musa de los apaches, bandas de jóvenes parisinos con el pelo largo que aterrorizaban a la ciudad. Algo así como las bandas urbanas actuales porque, como siempre se aprende cuando se lee, no hemos inventado nada. Amélie hace una enumeración ligera y frívola de su vida, desde su niñez, pasando de chulo en chulo, hasta el momento en el que es amante sucesiva de los dos líderes de las dos bandas principales de apaches de la ciudad. Lo que más llama la atención es el tono ligero y despreocupado de la escritura de Élie. Todo lo que cuenta es terrorífico, sórdido, terrible y casi escandaloso pero ella lo narra en el mismo tono con que otra mujer de la época nos contaría cómo cuida su ganado, acude a los bailes del pueblo o recoge castañas. He leído que en 1952 se hizo una película y tengo curiosidad por verla. El retrato del París de principios de siglo con sus cafés, sus calles adoquinadas, sus esquinas populosas y sus noches de canalleo es perfecto. Ahora que lo pienso, me ha recordado mucho a otro libro que leí hace poco, Mis amigos , de Emmanuel Bove, que me gustó muchísimo.
Matadero 5 o La cruzada de los niños , de Kurt Vonnegut en versión de Ryan North y Albert Monteys llevaba esperando en la estantería desde mi último cumpleaños. Hace muchos años, diez concretamente, leí la novela porque me la dejó mi amigo Pablo que también me regaló esta versión en cómic. Entonces escribí esto: «Sí, más II Guerra Mundial, más muerte y más masacres. Vonnegut estaba como prisionero de guerra en Dresde la noche en que los americanos bombardearon la ciudad y mataron a cuarenta mil alemanes. Este libro es su intento por mostrar cómo toda la experiencia traumática, los recuerdos, el horror, marcaron su vida. Es un libro raro pero me ha gustado muchísimo. La historia es trágica y la manera de contarla introduciendo el elemento de ciencia ficción de la abducción extraterrestre es un intento, creo yo, de tomar distancia». Todo esto se mantiene en la versión cómic en la que, además, el dibujo de Monteys traslada de manera magistral el extrañamiento necesario para enfrentar el absurdo de la guerra, la enormidad de aquel bombardeo y el hecho de que vivir algo así te acompaña toda tu vida. La parte extraterrestre que en la novela funcionaba como un escape, en el tebeo me ha resultado más dolorosa; de una manera más visible he visto la inutilidad de ese intento de evasión de una realidad monstruosa que se acarrea toda la vida.
El almohadón de plumas y otros relatos, de Horacio Quiroga, me lo regaló Antonio, en primavera, tras escuchar un episodio de Deforme Semanal en que le Lucía Litjmaer hablaba de este autor y de su vida. Este breve volumen de la colección Maestros del terror de El País contiene una serie de relatos a cual más desasosegante y terrorífico. En todos la muerte es un protagonista más, no como algo que ocurre inevitablemente sino como algo en lo que se vive. Se vive en la muerte bien porque se camina inexorablemente hacia ella, bien porque es ella la que va en busca de los personajes o bien porque ya están muertos y descubren en ella una nueva dimensión de angustia, tragedia o dolor. La sensación permanente mientras estaba leyendo los cuentos, una rarísima tarde de lluvia en Madrid, era de desasosiego tranquilo. Relato tras relato la muerte llega. Llegué a pensar que estos cuentos de Quiroga más que de terror son un intento por aprender a convivir con la muerte, de dejar de ignorarla, de dejar de vivir como si fuera algo que no tuviera nada que ver con nosotros. El paisaje de los cuentos también es importante, calor asfixiante, sol abrasador, selva, un paisaje en el que no hay horizonte, no hay dónde mirar, los personajes están atrapados.
El primer cuento, El almohadón de plumas, empieza así:
«Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirara a la estatura de Jordan, mudo desde hacia una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer».
El vestido azul, de Michele Desbordes, fue otra compra en la Feria del Libro. Lo empecé con ganas pero a las cinco páginas sentí que no iba a funcionar, que aquello no era para mí. Perseveré porque hubo lectores que, cuando compartí en Instagram la lectura, me dijeron «me encantó», «maravilloso». Seguí intentándolo cada noche, unos días aburrida hasta quedarme dormida, otros días cabreada porque no podía más de tanta repetición, ni tanto cursilismo. Lo intenté hasta que decidí que no podía más, que no podía seguir sufriendo, y en la página 140 no pude más, tiré el libro al suelo y apagué la luz. Lo único que me reprocho es no haberlo dejado antes. Además, creo que es una historia maravillosa muy mal contada, con un exceso de lirismo y artificio que solo consigue aburrir. Es un poco Seda de Baricco.
El último fracaso del mes fue Provocación, de Stanislaw Lem. Otro que llevaba en mi estantería un año. No pasé de la página 30. Esta vez la culpa ha sido mía. No lo elegí bien, no era el momento. Decidí dejarlo pronto para no ensuciar nuestra relación por culpa de un mal comienzo. Volveré a él en otro momento y creo que funcionará. No hay prisa.
Un mal mes lector. Pasa en las mejores casas, entre los mejores lectores. Podría no haberlo contado, haber obviado el desastre pero, como le dije una vez a Lorena, cuando comentas libros y tus habichuelas no dependen de ello, creo que lo más honesto es decir: esto me aburrió, esto no me gustó, esto es una basura que no debería haberse publicado nunca o esto me venció.
En noviembre elegí mal, espero que los encadenados de diciembre vayan mejor.