Revista Cultura y Ocio

Leer a Coelho

Por Calvodemora
Leer a Coelho
“Cuando deseas alguna cosa, todo el Universo conspira para que puedas realizarla”
Paulo Coelho
La credulidad es el armazón de la literatura. Uno cree en princesas que sufren encantamientos o en aguas que se abren para que un pueblo las cruce camino de tierras prometidas o en fantasmas a los que les fascina escandalizar a los ricos hacendados de las casas en las que sufren eternamente. Una vez has creído, en cuanto has sancionado la razón y te has convencido de que lo más conveniente es suspenderla de un modo transitorio, por el bien de la lectura, por el placer mismo de la experiencia estética e intelectual de la literatura, todo va sobre ruedas. Claro que no son válidas todas las ruedas. Algunas fuerzan en demasía la capacidad de incredulidad que todos, con más o menos firmeza, ejercemos de vez en cuando o, según lo bien informados que estemos de la vida, a tiempo completo. Luego está Paulo Coelho, el alquimista, el que tiene una cita moral para cada circunstancia existencial, el hombre capaz de arreglar cualquier desavenencia de uno consigo mismo o de uno contra la humanidad o de la misma humanidad enfrentada a sí misma, el que irradia paz y difunde la primordial y ancestral idea de que somos piezas de un engranaje universal y de que cada pieza es valiosa y el universo la considera y la mima y finalmente conspira (o maquina, no sé) para que nuestros sueños (ah los sueños, esa sí que es una buena literatura) se hagan realidad. Coelho es el que dice que todos nuestros corazones provienen de un solo corazón o es también el que dice que cada hombre sobre la faz de la tierra tiene un tesoro que le aguarda. Todo lo que Coelho cuenta es de una ambigüedad exquisita, cierto. Es el charlatán al que se acude cuando está uno con el agua al cuello o la tiene ya bien tragada y baja garganta abajo. En lo ambiguo, todo fluye mejor. Nada certero, nada que puedas desmontar, ni tampoco demostrar. Se consigue así (he aquí el mérito del pobrecito Coelho) camelar un rebaño masivo de almas hambrientas de consuelo espiritual, el que (imagino) no les da ninguna confesión, el que (de eso estoy seguro) les dará alivio express, esa especie de consuelo fastfood. La culpa la tienen estos tiempos de velocidad que vivimos. Queremos todo y lo queremos pronto y que no nos cueste mucho o sea (a ser posible) gratis. La receta es sencilla. Están los universos conchabados para tu exclusivo beneficio. Como si te miraran y tú fueses el motor. Están los tesoros, los que te aguardan. Porque tú eres el centro del cosmos y tu vida es trascendente en el orden cósmico. Es muy importante eso del orden cósmico. Las redes invisibles que se anudan para que tu camino sea idílico y los problemas, cuando acudan, no te impidan avanzar y encontrar tu lugar. Porque todos tenemos un lugar, un refugio. El error de los anticoehlistas es que lo escalafonan al parnaso de los escritores, cuando no lo es. Receta soflamas de autoayuda al modo en que en los zocos y en los rastros se venden sujetadores. Miran el tamaño de la señora que pasa delante y le dicen a qué mesa deben acudir y revolver el género. Lo que Coelho hace de maravilla es tocar la intimidad, la intimidad sensible, la parte interior en la que el alma batalla contra la realidad y trata de fajarse de todo lo malo que la rodea. Entones Paulo saca las frases antológicas y pone al universo entero a confabular para que usted salga victorioso del embrollo en que le han metido las circunstancias, la herencia genética o el azar, que es un bicho cabrón, como ya saben. No hay nada que no esté ahí, en el hambre que el alma tiene de asuntos capitales. Nada que no haya escrito Coelho en su lista de la compra. La vida, la muerte, el amor, la eutanasia, la felicidad, el miedo, la soledad. Y lo hace como si el alma fuese imbécil o fuese lerda o no tuviese de verdad interés alguno en que se la tratara con respeto. Todos los chistes que ocupan las redes sociales con Coelho de protagonistas le hacen un flaco favor (contando con el detalle de que yo mismo los he difundido alegremente, esperando la complicidad de todos a quienes se los mandaba) Se habla de él, se le hace visible, se le concede el bien de la ubicuidad. Un amigo me dijo que mejor que se lea, aunque se lea mal. Y no sé, yo creo que no, mejor no leer. Lo voy a decir otra vez: no leer cuando no hace falta. 

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