Revista Arte

Lengua, cultura y texto

Por Lasnuevemusas @semanario9musas

Los textos son a la vez productos de la cultura y de la lengua. La lengua, por su parte, es productora de cultura, así como la cultura es siempre creadora de fenómenos lingüísticos.

En este artículo revisaremos la relación, muchas veces no tan clara, entre estos tres términos aparentemente inseparables.

    Lengua interna y lengua externa: ¿dos caras de la misma moneda?

En todo texto hay elementos encubiertos y manifiestos, es decir, propiedades fonológicas, sintácticas o semánticas que funcionan de modo automático e inconsciente y que, por lo tanto, los hablantes no pueden controlar y propiedades que los hablantes controlan con mayor o menor eficacia. En sociedades monolingües, ciertos grupos desarrollan un léxico y un uso de géneros apropiados a su actividad y al conocimiento que de esta se desprende. Por ejemplo, los grupos profesionales pueden desarrollar términos y tipos de texto, con su correspondiente registro, que muchos de los demás hablantes no conocen y, en consecuencia, no son capaces de entender ni de producir. Veámoslo en el siguiente ejemplo: "La abstracción nos permite analizar una función diádica como compuesta por dos funciones monádicas, que se calculan sucesivamente"[1]. En este fragmento, extraído de un libro de lingüística, la palabra abstracción no se refiere al proceso de pensamiento que prescinde de los detalles para llegar a ideas generales, sino al nombre que se da a una operación representada mediante la letra griega lambda, que consiste en que un predicado de dos argumentos (una función diádica) se convierte en uno compuesto por dos predicados de un solo argumento (funciones monádicas), permitiendo que se obtenga primero el valor de uno y luego el del otro. Asimismo, para comprender bien este fragmento, el lector deberá saber que el sustantivo operación no se refiere una intervención médica ni a una actividad relacionada con la prevención de accidentes o la conquista de un país, y que el sustantivo función nada tiene que ver en este caso con el mundo del teatro.

Veamos otro ejemplo un poco más literario: "Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes"[2]. Aquí hay que conocer el verbo amalar y los sustantivos noema, clémiso, hidromuria, ambonio, sustalo; solo que, en este caso, se trata de un léxico inventado llamado gíglico, al menos, según la novela Rayuela, de Julio Cortázar, que es de donde extrajimos la cita. Esta oración, por más anómala que parezca, mantiene la estructura morfológica del español, como lo demuestra el hecho de que los sustantivos del ejemplo pudieron transcribirse en singular, y el verbo pudo trascribirse en infinitivo.[3] El resto del ejemplo citado está constituido por léxico general, como agolpar, caer, las preposiciones a, en, los pronombres y artículos, él, ella, se, le, el, la conjunción y.

Ahora bien, eso que leemos en este segundo ejemplo no difiere de la sintaxis del español ni tampoco de su fonología ni de su representación ortográfica. La diferencia, en todo caso, está dada en su intención; en este tipo de texto (un texto literario) se busca con frecuencia destacar las propiedades menos centrales del léxico, tales como su sonido y sus relaciones con otros términos, y eso aquí se da a más no poder. Tanto los participantes (él y ella) como sus acciones y procesos -e incluso los adjetivos aplicados ( salvaje, exasperante)- permiten atisbar de qué se trata, al mismo tiempo que el obligado desconocimiento de ciertas palabras fuerza a prestar atención a su sonido y a su semejanza con otras que probablemente estén siendo evocadas. Así pues, aunque con frecuencia se califique al gíglico de "lenguaje inventado", debemos decir que solo su léxico lo es.

Tanto en el léxico como en el texto, el hablante puede darse el lujo de inventar, pero siempre dentro de parámetros que permitan que el invento funcione en tanto invento, esto es, o bien con acepciones y palabras nuevas, como ocurre en ciertos textos profesionales y académicos, o bien con un orden no convencional de lectura y un léxico creado deliberadamente para la ocasión, como ocurre en Rayuela. Estos inventos, no obstante, solo pueden darse en lo que se denomina lengua externa, es decir, en ese conjunto de propiedades manifiestas que los hablantes pueden controlar. Estas, a su vez, forman parte de un conjunto mayor en el que intervienen propiedades que los hablantes no pueden dominar de manera consciente y que, por esa misma razón, se mantienen ajenas a toda manipulación de orden textual o estético: este conjunto de propiedades encubiertas es lo que en lingüística se denomina lengua interna.

Naturalmente, ciertos aspectos de la sintaxis también pueden ser controlados de manera consciente, siguiendo los parámetros de un estilo o de un tipo de texto (o grupo de géneros), es decir, de un registro.[4] Comprobemos esto ahora en otro ejemplo: "Piramidal, funesta, de la tierra nacida sombra, al cielo encaminaba de vanos obeliscos punta altiva, escalar pretendiendo las estrellas". Con esta oración comienza el poema "Primero sueño", de sor Juana Inés de la Cruz, publicado en 1692. Si bien los críticos no han dejado de reconocer su "oscuridad inescrutable", es fácil percibir que el texto tiene una estructura rítmica y estrófica de silva, que por escrito se reproduce en versos y con una ortografía vacilante para la normativa actual, como lo prueban ciertos nombres comunes escritos en mayúscula:

Piramidal, funesta, de la tierra
nacida sombra, al Cielo encaminaba
de vanos obeliscos punta altiva,
    La cultura y los textos: expresiones de la lengua externa
escalar pretendiendo las Estrellas;[5]

La oración, por supuesto, no está acabada; sigue hasta un total de veinticuatro versos (endecasílabos y heptasílabos), encadenados entre sí por la rima y el ritmo.[6] El orden de las palabras permite que las construcciones presenten esta estructura rítmica y, al mismo tiempo, destaca elementos como los iniciales piramidal, funesta y nacida sombra en los primeros versos; el inicial vanos y el final altiva en el tercero, y el inicial escalar en el cuarto. Como vemos, además de la pertenencia a una elaborada y reelaborada tradición estética, estos versos evidencian un complejo conocimiento teológico, ya que la "de vanos obeliscos punta altiva" no es otra cosa que el alma humana que pretende subir al cielo escalando las estrellas. Huelga decir que era entonces una hazaña (como tal vez lo sea hoy) describir el ser humano como "sombra nacida de la tierra" o, tal como reza en la sintaxis del hipérbaton, "de la tierra / nacida sombra".

Observemos también en este ejemplo que las conexiones de información entre las palabras (paralelismos y contrastes: piramidal, funesta; tierra, sombra, por una parte; cielo, estrellas, escalar, por la otra, por ejemplo) no ofrecen sugerencias "débiles" que el lector o el oyente pueden o no recuperar, sino más bien un diseño que podríamos calificar de "férreo", pues obliga a construir una visión del alma y del paraíso que no se puede interpretar con éxito si no es mediante la conexión de los distintos elementos.[7] Ahora bien, puede ocurrir (y de hecho ocurre) que se rompa el traspaso de la tradición y que no haya entonces público capaz de entender textos semejantes. En ese caso, la lengua interna puede ser la misma, pero la externa -de unidades léxicas concretas y de géneros textuales históricos- cambia, haciendo menos accesibles los antiguos textos y palabras. Dicho de otro modo, siempre que una lengua externa cambia es porque la misma sociedad ya lo ha hecho y, por lo tanto, esta se ve obligada a utilizar otro léxico y otros géneros para dar cuenta de su nuevo horizonte cultural.[8]

De acuerdo con la tradición filológica en la que se inscribe la nuestra, todo texto es un documento de cultura. Desde luego, el estudio que la filología hace de la lengua no desconoce esta premisa, sino que se basa precisamente en el análisis e interpretación de textos, lo que equivale a decir que la lengua que se estudia es la lengua escrita en un determinado contexto cultural.

Sin embargo, como hemos intentado explicar al inicio de este artículo, la lengua que aparece en los textos no es otra que la lengua externa, es decir, aquella en la que interviene el conocimiento transmitido de generación a generación, conocimiento que por más que muchas veces proponga cambios en el léxico, en la sintaxis o en la misma presentación de los textos, no alterará nunca las estructuras más profundas. Así pues, algunos tipos de texto o palabras pueden desaparecer en una época determinada sin que resulte afectada la lengua interna, que, como ya hemos visto, es el conjunto de propiedades de construcción y variación lingüística de las que no somos conscientes.

En efecto, los textos escritos, es decir, aquellos que se escriben para ser leídos, son aprendidos, ya que la escritura misma es un fenómeno cultural. Hablar en público supone otro tipo de texto aprendido. Recitar e improvisar versos son tradiciones que, por cierto, se han ido perdiendo con la difusión de la escritura o, incluso, sustituido por géneros que se crearon a partir de la invención de los mass media, como los que nacieron con la radio, el cine, la televisión, la red, el teléfono móvil, etc.[9] Pero todos los géneros se aprenden, de hecho, el conocimiento y la capacidad de comunicación que caracterizan la cultura de la sociedad actual se conservan mediante el aprendizaje y el dominio de los tipos de texto hoy concebidos como universales. Y esto no debería sorprendernos, después de todo, cuidar la lengua, en el sentido de hablar y escribir bien, no es otra cosa que cuidar nuestra cultura.

[1] Joaquín Garrido. Manual de lengua española, Madrid, Editorial Castalia, 2009.

[2] Julio Cortázar. Rayuela, Madrid, Alfaguara, 2000.

[3] Vale aclarar que la palabra noema es también un término de la lingüística estructural, término equivalente a 'unidad conceptual en el significado léxico' y análogo a semema ('conjunto de rasgos semánticos de un lexema').

[4] Véase Mario Barra Jover. Propiedades léxicas y evolución sintáctica, Noia, Editorial Toxoutos, 2002.

[5] Sor Juana Inés de la Cruz. Primero sueño, Buenos Aires, Losada, 2004.

[6] La poesía, con sus instrumentos que facilitan la memorización (ritmo y rima) es un ejemplo de que, antes de existir la escritura, la conservación de textos completos se da ya en la oralidad, que se componen para ser recitados, es decir, repetidos en voz alta ante oyentes que sirven de público. La escritura vino a desarrollar indescriptiblemente esta actividad; y la imprenta, como hoy la comunicación electrónica en la red, multiplicó su efecto.

[7] Véase Stephen C. Levinson. Significados presumibles, Madrid, Gredos, 2005.

[8] Nos referimos, claro, a los cambios mayoritarios y espontáneos, esos que inciden en todos los hablantes, y no a los cambios particulares que solo se dan de manera deliberada en un plano formal, como los que vimos en el ejemplo de Cortázar.

[9] Véase Ruth Wodak y Michael Meyer. Método de análisis crítico del discurso. Barcelona, Gedisa, 2003.


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