Nico era eso, un gato nacido entre amor y mimos y criado con más amor y mimos todavía. Y así se convirtió en lo que se convirtió. Diez kilos de pequeño Buda, sentado en su trono de oro, mirando al mundo con desdén. Un elegido de los dioses. Un adorado por su dueña, yo, que le sigue echando de menos.
Pero Leo no ha sido así. Leo es un superviviente. Sobrevivió primero a su nacimiento que, por lo que sé, no fue precisamente fácil. Sobrevivió las primeras semanas con una madre mal alimentada y unos hermanillos que competían con él por la poca leche que la sufrida gata pudiera proporcionar. Y sobrevivió más tarde a una nave fría y solitaria y a una cuerda al cuello. Mi pequeño valiente es un campeón.
Un campeón, eso sí, que todavía está en proceso de adaptación y que tiene días de rebelde sin causa. Es como un adolescente gamberrete pero de buen corazón. Porque bueno es muy bueno, quizás más cariñoso incluso que Nico, pero muy trasto también. A ratos demasiado.
Tras mucho buscar por internet 'mi gato destroza la casa, socorro' y cosas parecidas, llegué a varias conclusiones. La primera ya la he dicho: la adaptación no tiene que ser fácil. Pasar de no tener nada a tenerlo todo. Y superar esos meses atado. Además también hay que tener en cuenta que convivió dos meses con Nico, al que quiso mucho enseguida. Eso sí, Nico pasaba bastante de él y mejor, porque cuando no pasaba era para arrear unas leches que dejaban al pobre Leo en modo Rambo tras el combate.
Pero Leo, inasequible a los bufidos de su hermano, no le dejaba en paz. Sólo quería que Nico le quisiese. Daba una penilla verle detrás, maullando... Pero mi Nico era mucho Nico y odiaba con todo su ser a ese hermano sobrevenido que le había quitado de repente parte del protagonismo que, por derecho divino, le correspondía. Mi pequeño Buda era muy suyo.
El caso es que Nico se marchó y Leo también le echa de menos, porque justo desde entonces redobló sus esfuerzos destructivos y aniquiladores que me han llevado a comprarle pastillas tranquilizadoras en iHerb (tan naturales e inocuas que no le hacen nada, pero yo sigo inténtandolo) y a rociar toda la casa con un spray educador para gatos y perros que encontré en el Mercadona (y que tampoco hace gran cosa, la verdad).
Sí, dado el éxito de los productos externos, ya sólo me queda rezar para que cuando cumpla el año se normalice y deje esta faceta de demonio de Tasmania. Para eso quedan aún tres mesecillos, así que tendré que echarle paciencia. Qué remedio.

Si es que no me digáis que no tienen un aire...
Mientras tanto, disfruto de tener un gatito, completamente diferente al anterior. Que no sustituye a Nico, porque nada ni nadie puede sustituir a una mascota que se va. Pero ayuda, ayuda mucho a superar la pena. Porque es muy mala gente, pero también muy divertido y juguetón.
¡Vivan los gatos!
