Leo Valadez, de la escuela de Aguascalientes, justo triunfador de la becerrada, paseando el trofeo cortado en La Malagueta
De nuevo la mala presentación, y la flojedad y falta de casta de los añojos, deslució la segunda becerrada del III Certamen Internacional de becerradas “Doctor Juan Pedro de Luna”. No es de recibo que para estas becerradas, que se celebran en una plaza de primera categoría, no se cuide la presentación de las mismas y de eso es responsable la empresa del coso del paseo de Reding. Tampoco la presencia del ídolo de la Axarquía, José Antonio Lavado, congregó más público que en la tarde anterior. Público que demostró su supina ignorancia ante lo que se desarrolla en un ruedo de una plaza de toros.
Destacó el mexicano Leo Valadez ante un flojo y descastado ejemplar de Esteban Isidro (ganadería de la que es propietaria la casa Chopera), realizando la labor más meritoria de la tarde. Bien manejando el capote con temple en unas buenas verónicas y muy vistoso en un quite por lopecinas. Con los garapullos estuvo voluntarioso, siendo el fácil par al violín el más ovacionado por el público. Inició la faena de muleta con el pase cambiado por la espalda para, en redondo, instrumentar pases templados y llevando largo al burel, que embestía rebrincado por la falta de fuerzas y de casta. Con la izquierda instrumentó naturales estimables, con gusto, temple, dejando la muleta puesta y rematando en la cadera. Se tiró a matar logrando una buena estocada algo trasera. Su labor fue premiada con una justa oreja. El manito demostró saber de que va esto.
Luis Manuel Terrón de la escuela de Badajoz se las vio con un impresentable animal, tullido, enfermo, una auténtica defecación. Con el capote compuso la figura pero sin sacar las manos. Con la franela anduvo descolocado, fuera de cacho, abusando de pico, en el esteticismo imperante, que más que torear acompaña la embestida. Mató mal.
El madrileño Juan Antonio Romero, ante otro becerro muy flojo y descastado, jugó bien los brazos con la capa. Con la muleta se mostró muy soso, frío, sin la actitud y ganas que es de esperar de un becerrista. Con los aceros un desastre.
El malagueño José Antonio Lavado va de mal en peor. Ya le hemos visto en muchas ocasiones y en lugar de progresar como era de esperar, va para atrás como los cangrejos. De entrada un feo detalle el hacer el paseíllo sin el capote como el resto de compañeros y subalternos. También el no pedir permiso a la presidencia para iniciar la faena de muleta. Si la razón fue el olvido por los justificables nervios, para recordárselo están su profesor y los responsables de la escuela que estaban en el callejón. Lavado, incomprensiblemente, desaprovechó el mejor añojo del encierro, con más fuerzas y encastadito que le presentó algunas dificultades que no supo ni pudo superar. Vulgar con el capote y con la pañosa anduvo sin sitio, encorvado, metiendo pico sin mesura, sin ligazón, aliviándose desplazando las embestidas hacia afuera. Muy acelerado, atropellado y superado por el becerro y ayuno de temple, con muchas coladas por quedarse en mitad de los medios pases. Mal con los aceros. Sigo pensando que Lavado tiene aptitudes para el toreo pero, como les ha ocurrido a otros muchos becerristas y novillero malagueños, los que le rodean le han hecho creer que ya todo está hecho, que es una figura, un Manolete resucitado, mintiendo al chaval en beneficio propio, como están haciendo algunos de sus aduladores a los que los politiquillos de turno han erigido en próceres de la tauromaquia de la Axarquía. Pues sigan así que de esta forma se cargarán al chaval. Y, si no, al tiempo. En la labor de Fernando Cámara y de los responsables de la escuela taurina de Málaga, está el saber reconducir a esta chaval, porque creo se lo merece por las aptitudes que posee para hacer el buen toreo. Y esa labor empieza por hacerle caer de la falsa nube en la que se encuentra flotando.
Otro al que hemos visto en otras ocasiones y que va de peor a pésimo es el jerezano Miguel Andrades, todo figura, muy aflamencado, pero de lo que es torear ni un mínimo atisbo. Vistoso pero muy vulgar con las frías. Anduvo más tiempo en el albero por los innumerables revolcones que le propino su flojo añojo y de los que, tras reponerse, era ovacionado con fuerza. No dio ni un pase ortodoxo y de calidad, basándose su tauromaquia en el arrimón y en propinar infinitos y tediosos mantazos por doquier. Eso sí llega mucho a los tendidos, se vende muy bien el chaval, que tras una estocada trasera y tendida, y un aviso, el público, más propio de plaza de pueblo, solicitó la oreja. Como una señora que tenía en mi cercanía que argumentaba: “es que le han revolcado tanto…Es tan valiente” Pues eso, con tal de pedir orejas ahora ya tenemos una nueva razón para ello: oreja al revolcón. Bien por la presidencia del festejo, que no concedió el inmerecido trofeo, por su firmeza y aguante ante los improperios de algunos “ilustres” espectadores. Desde el palco, y en este tipo de festejos, hay que realizar una labor docente muy necesaria en estos tiempos, para hacer ver al público que no se pueden pedir ni otorgar trofeos por destorear. Vaya mi enhorabuena y reconocimiento a los alumnos del Curso de Presidentes de La UNED, que han participado en la presidencia de las dos becerradas, con el asesoramiento de José Luis Fernández Torres.
Finalmente, Alberto Escudero, representante de la escuela de Salamanca, ante otro flojeras de becerrito, se mostró muy inseguro y con muy escaso bagaje técnico. Sufrió muchas coladas y revolcones por el pitón derecho por donde se ceñía mucho el animal. Hubo un ligero atisbo de toreo al natural pero dejó sin aprovechar el pitón más potable del becerro.
Y con más pena que gloria finalizó este certamen, caracterizado por la mala presentación y juego de las reses lidiadas, y por la preocupante falta de aptitudes, y lo que es más preocupante, de actitud de la mayoría de los participantes.
Paz y salud