Elefante "Baby" de Lluís Martí Codolar, en el jardín de "La Granja Vella"
su residencia de la Vall d'Hebron
El taxidermista Lluís Soler, en el parque de la Ciutadella,
con una cabra disecada
Iglesia de la Victoria, antiguamente capilla del Palacio Real Menor
El palacio, construido sobre una fortaleza romana que ocupaba el espacio de las actuales calles Ataülf y Comtessa de Sobradiel hasta llegar a Avinyó, inicialmente era la residencia templaria. Fue construida gracias a Jaume I como agradecimiento por haberlo ayudado en las conquistas de Mallorca y Valencia. Luego, tras la desaparición de los templarios, el edificio fue adquirido por Pere el Cerimoniós para transformarlo en el domicilio privado de su mujer. Exactamente, según palabras de Víctor Balaguer en “Las calles de Barcelona”, el inmueble fue adquirido por el rey “a ruego de su madre política y brindado de su amenidad, con ánimo de habilitarlo para residencia de verano”.Pere el Cerimoniós (Pedro IV de Aragón)
Desde entonces, el palacio siempre fue residencia de reinas. Fuera cual fuera su ocupante. Desde Leonor de Sicília hasta Violant (viuda de Joan II), pasando por Margarita de Prades, esposa de Martí l’Humà. Y así siguió la cosa, pasando de señora en señora, hasta que en 1857 la Condesa de Sobradiel lo mandara destruir dejando, únicamente, la capilla que todavía se conserva aunque muy modificada.Leonor de Sicília, tercera esposa de Pere el Cerimoniós
Esta frase de Theros tan bien puesta en el libro “…el va condicionar com a residencia de la seva muller i hi va instal·lar la primera col·lecció d’animals exòtics que va tenir la ciutat”, me llevó a indagar en el tema hasta que di, en la red, con un estudio exhaustivo realizado por Anna María Adoer i Tasis. Ella, tras recorrer los archivos de esta ciudad, ha llegado a la conclusión que, en Barcelona, había leones (y otros animales exóticos) desde el siglo XIII. Residían en los jardines del Palacio Real Mayor (el de la Plaza del Rey) hasta que fueron trasladados al jardín del Palacio Real Menor un siglo después. Allí convivían plantas exóticas con ciervos (traídos desde Mallorca a petición de Pere el Cerimoniós), leones, guepardos, avestruces, escorpiones, faisanes, falcones y peces. Todo esto lo sabemos por la documentación conservada en el Archivo de la Corona de Aragón y un libro de viajes, de un señor de Alemania, que estuvo en Barcelona allá en el año 1500 y lo vio. Vio un montón de animales exóticos (incluso osos) propiedad de Martí l’Humà, que vivían en su palacio ubicado en los terrenos de la actual plaza Medinacelli y, debería impactarle tanto, que hasta dejó constancia escrita de ello.Aún así, por mucho que ese alemán se sorprendiera por ver tanto animal salvaje junto, en esa época era normal que la gente rica coleccionara animales (y cualquier cosa difícil de conseguir) por ser un símbolo de poder. Solo por la dificultad de hacerse con ellos y mantenerlos sanos y bien alimentados. Eran animales caros de mantener y de traer hasta la ciudad. Habitualmente venían en barco y, a menudo, morían durante el trayecto si no se daba el caso que atacaran a sus vigilantes y cuidadores en plena alta mar. De hecho, eso mismo le ocurrió al famoso rinoceronte de Durero, que pereció (en 1515) ahogado en el naufragio del navío que lo transportaba de Lisboa a Roma, cuando viajaba como regalo del Rey de Portugal al Papa León X.
Rinoceronte (grabado de Durero, realizado en 1515)
Sobre lo complejo de su manutención, en su artículo, Anna Maria Adroer comenta que no es extraño que las urbes con más animales salvajes fueran las que tenían un barrio judío importante, como Barcelona. Y eso se debía a que su alimentación procedía de un impuesto pagado por los judíos de la ciudad.Por lo que se desprende de la documentación conservada, Pere el Cerimoniós estaba muy al tanto de la salud de sus animales y, una vez que murieron unos cuantos leones (en 1385), estuvo muy preocupado por el motivo de la defunción. Quería saber si fue por hambre, enfermedad o por estar mal atendidos. Y la cosa aún fue a peor tras la destrucción del barrio judío en 1391 ya que, sin judíos en la ciudad, no había a quien cobrar el gasto de los animales… Hasta que, al cabo de un año, al Rey Joan (hijo de Pere el Cerimoniós) se le ocurrió descontar una parte del sueldo de los altos funcionarios y destinarlo a la manutención de las fieras. Incluso, para dar ejemplo, él mismo hizo lo propio con sus honorarios. Aunque, en principio, el dinero era solo para la comida, acabó por incluir el sueldo del cuidador de las bestias (el “leonero”). Motivo por el cual, con el tiempo, los funcionarios aun tuvieron que dar más hasta que, en el siglo XVI, el Consejo Municipal decidió pagar el sueldo al leonero y encargarse de todo lo concerniente a los animales del palacio.
Resulta que en Barcelona hubo leones hasta el siglo XVIII y “La casa de los leones” fue una parte del Palacio Real Menor, que desapareció en 1860, cuando su última propietaria (la Condesa de Sobradiel) lo mandó derribar. Poco después, en 1865, el excéntrico burgués Martí Codolar se hizo con un zoo particular en casa gracias a la ayuda de Francesc Darder y aún, un poco más tarde (en 1889), el taxidermista Lluís Soler abría su primer establecimiento de animales disecados en la calle Raurich, 16-18.
Primer local del Taxidermista, en C/ Raurich, 16-18