Ayer nos llegaba la mala noticia de la muerte de Marcos Mundstock, la voz potente y profunda de Les Luthiers, y medio planeta se unía a la congoja que nos producía su pérdida. No fue por el Coronavirus, que sería lo más común en estos tiempos, sino por una enfermedad detectada hace un año, lo que le obligó a retirarse de los escenarios, el tercero del conjunto en hacerlo luego del fallecido Rabinovich y de "Carlitos" Nuñez Cortés.
Han pasado casi cinco años desde la muerte de "Neneco", probablemente el más querido por la mayoría de los lutherianos. Por aquellos días pensé en hacer un post para evocar su figura, los episodios de mi vida relacionados con el grupo y, en particular, para recordar los momentos que había compartido con mi padre, teniendo como fondo la obra de Les Luthiers. Finalmente no lo escribí, aunque un par de años después publiqué una reseña sobre la biografía que Pablo Mendelevich hizo de Neneco. Sin embargo, es con esta entrada con la quiero cubrir la deuda que asumí por entonces, aunándolo al homenaje que el entrañable Marcos también se merece.
Todo comenzó con un par de casetes que me prestó un amigo del barrio a mediados de los ochenta. Uno fue el "Sonamos, pese a todo", la primera producción del grupo que recorría diversos géneros melódicos con la gruesa voz de Mundstock dando la introducción a cada tema y presentando los extraños instrumentos musicales, construidos por ellos mismos, con los que ejecutaban las canciones. Me parecieron memorables desde el principio la Cantata de la Planificación Familiar -con su alegre tonadita y magnifica armonía, destacando la aguda voz de Nuñez Cortés- y la genialidad del Teorema de Thales, un combo de jazz en tres tiempos tomando como letra el famoso teorema matemático.
La segunda cinta fue la que me convirtió en fanático. Las vueltas que le dí a "Muchas gracias de nada" fueron incontables y creo que es la mayor referencia que varios tenemos del grupo. Somos muchos los que recitamos de memoria el diálogo de El Rey Enamorado, La Gallina Dijo Eureka o el de Cartas de Color -con su singular protagonista Yogurtu N'Ge-. Pero el sketch que más me ha hecho reír en mi vida es La Tanda, tanto a nivel absoluto por tantas veces que la he escuchado, como a nivel relativo por la cantidad de carcajadas que he lanzado por minuto mientras oía los anuncios de Los Basureros de Los Ángeles, La Kermesse de los Sábados o Matapolillas Nopol. Además había algo mágico con el casete: al ser una grabación en directo, habían carcajadas que se escuchaban sin ningún chiste previo, lo que me hacía imaginar graciosos gestos o desternillantes ocurrencias de los artistas.
Esa fue la cinta que le presente a mi padre, un sábado al mediodía mientras preparábamos unos bloody mary. "¿Quiénes son estos?", empezó a interrogarme y lo le fui contando lo poco que sabía de ellos en esos momentos. "Me los tienes que grabar para llevármelo en el carro". Mi papá trabajaba fuera de Lima y muchas veces hacía el viaje en carretera, cruzando los Andes, en recorridos de más de seis horas. Se acompañaba de casetes de musicales que había visto, como Cats o el Fantasma de la Opera, algunos líricos con la voz de Pavarotti o Plácido Domingo, y varios grabados por cómicos nacionales como el Chato Barraza y Nestor Quinteros, éxitos de ventas en aquellos años. Una tarde nos vino a visitar mi padrino a casa: "Fernandito, tienes que escuchar esto" le dijo mi padre, con las mismas ansias de compartir a los Luthiers como cuando yo lo hice con él. "Estos estuvieron en el Teatro Municipal, en el 82" sentenció, conocedor y categórico, mi padrino. Desde entonces no habían vuelto a pisar suelo peruano y no lo volverían a hacer hasta mucho tiempo después. "Papá, si vienen ¿vamos a verlos, no?". "¡Claaaaaro que sí, hijo mío! ¡No nos lo perdemos por nada!".
A principios de los noventa, estando en la universidad, me hice del resto de las producciones de Les Luthiers gracias a un vendedor ambulante que nos abastecía de cintas pirata a pocos metros de la facultad. En el Perú maltrecho por el terrorismo y la hiperinflación, era la única manera de conseguir discos de las décadas pasadas y álbumes que nunca habían sido editados en el país. Mi padre, lutheriano ya convencido, era quien me financiaba esas compras con la única condición de copiárselos para que renovar su colección del cintas en el coche. Así me hice, por ejemplo, del otro gran clásico de su carrera, como es Mastropiero que Nunca, con las divertidísimas Visita a la Universidad de Wildstone, El asesino misterioso y la felizmente interminable Cantata del Adelantado Don Rodrigo Díaz de Carreras.
En el 2002 pudimos cumplir con mi padre la promesa que nos hicimos quince años atrás. Les Luthiers volvieron a Lima para presentar Bromato de Armonio bajo una gran carpa montada en medio del estacionamiento del Jockey Plaza, autodenominada como Centro de Convenciones. Para entonces ya había visto un par de VHS con sus funciones, pero guardaba la ilusión de verlos en vivo por primera vez. Y no desentonaron. A pesar que no hubo nada de sus obras más clásicas (creo que los consabidos "fuera de programa" de Mundsotck nunca los consideró), recuerdo disfrutar muchísimo con La Comisión, sketch atemporal en el que un par de políticos (Mundstock y Rabinovich) se reunen con un músico (Carlitos) para cambiar el himno de la nación. Mis tres Luthiers favoritos juntos en una misma escena.
Desde entonces tuve la suerte de verlos actuar en más ocasiones: el "Todo por que Rias" en el Teatre Musical de Barcelona en el 2004, al año siguiente en el Vértice del Museo de la Nación de Lima (otra vez con mi padre y con mi hermano) cuando presentaron "Las Obras de Ayer", en el 2008, en el Gran Rex de Buenos Aires cuando estrenaron "Lutherapia" y los personajes de Murena y Ramirez, "Chist" en el Palacio Euskalduna de Bilbao en el 2017, después de la muerte de Rabinovich, y alguno más que me cuesta trabajo recordar. Me hice de un par de libros sobre ellos en alguno de mis viajes a Argentina. Una es una completa biografía del grupo, "Les Luthiers, de la L a la S", firmado por el colombiano Daniel Samper Pizano. El otro es un cuaderno de actividades, "Los juegos de Mastropiero" del propio Carlos Nuñez Cortés, con puzzles y desafíos basados en las creaciones del conjunto; acertijos que se completan con sonrisas y mucho placer.
Marcos Mundstock se ha ido, como se fue también Daniel Rabinovich. Carlos Nuñez Cortés dejó el grupo hace tres años y de los fundadores solo quedan Jorge Maronna y Carlos López Puccio, quizás un paso por detrás de los otros tres, al menos frente al público. Nos estamos quedando sin referencias, se están muriendo nuestro ídolos. Y como ya lo he dicho otras veces, lo peor es que parece que no hay recambios a su altura. Lo mejor será recordarlos siempre y en su mejor momento, como cuando pasaba horas dando vuelta a una cinta de casete, escuchándolos junto a mi viejo, y bebiendo un bloody mary un sábado luminoso al mediodía.