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Leyendas del Cid Campeador, Rodrigo Díaz de Vivar

Por @asturiasvalenci Marian Ramos @asturiasvalenci
Cuenta la leyenda que Rodrigo Díaz nació en el año 1.043 en un pueblo pequeño de Burgos llamado Vivar. Su padre, que se llamaba Diego, era un noble de la corte de Castilla. Cuentan que era un caballero valiente conocido por su gran destreza con la espada y por ser un gran cabalgador. La madre de Rodrigo también pertenecía a la nobleza.

Leyendas del Cid Campeador, Rodrigo Díaz de Vivar

Estatua ecuestre en Valencia


Rodrigo amaba a su padre. Le encantaba ver como cuidaba sus espadas y sus caballos. En este ambiente nació y así se crió durante los primeros años de su vida. Pero un buen día, cuando Rodrigo tenía tan solo quince años, su padre murió.
Como tenía sangre noble fue llevado a la corte de Fernando I el Magno para que sirviera a su hijo Sancho. Y allí, junto a él, aprendió a manejar la espada y las artes de la guerra.
Fue tal su conocimiento que cuando tenía tan solo 16 años el Cid retó y mató al Alférez Real por haberse burlado de su difunto padre. Acabó con la vida de un caballero que tenía gran fama de ser muy diestro con la espada.Y cuentan que la hija del Alférez Real reclamó su derecho a casarse con Rodrigo ya que le había dejado sin padre. Se celebró el matrimonio entre Rodrigo Díaz de Vivar y Doña Jimena.
Durante las Navidades del año 1.065 murió Fernando I. Su hijo Sancho pasó a ser nombrado rey de Castilla. Junto a él su más fiel amigo, Rodrigo Díaz de Vivar.

Leyendas del Cid Campeador, Rodrigo Díaz de Vivar

Camino del Cid


Dos años más tarde moriría la madre de Sancho II rey de Castilla y de Alfonso VI, rey de León. A partir de aquel momento los dos hermanos entablaron una lucha constante por el poder de los dos reinos. Todo acabaría con el asesinato de Sancho II a manos de un gran traidor. Alfonso VI se apresuró a reclamar la corona de Castilla.
Algo rondaba en la cabeza del amigo fiel de Sancho II porque pensaba que había sido una conspiración de su hermano para proclamarse rey. Y sin esperar más, Rodrigo Díaz de Vivar hizo jurar a Alfonso VI en Santa Gadea que él no ha participado en la traición y muerte de su hermano. Así juró don Alfonso. Juramento de Santa Gadea que llevó a que Alfonso VI fuera nombrado rey de Castilla y León. 
Nada más entrar en el reinado Alfonso destituyó a Rodrigo Díaz de Vivar como Alférez Real.
Un buen día, Alfonso VI mandó a Rodrigo junto a cien lanceros a cobrar las parias que debía el rey musulmán de Sevilla. Consistían las parias en unos pagos anuales que se hacían a la corona protectora y que, ese año, el reino de Sevilla se había negado a tributar: diez quintales de plata, diez mulas y diez caballos.
Cuando llegó Rodrigo a Sevilla el rey Almonacid le recibió amistosamente. Procuró buen alimento y descanso. Incluso mandó organizar una gran fiesta en su honor. 

Leyendas del Cid Campeador, Rodrigo Díaz de Vivar

Rincones del Camino del Cid: Puerta Baja de Daroca, Zaragoza

Esperando los pagos llegaron unos mensajeros diciendo que un ejército moro y cristiano se acercaba a la ciudad para asaltarla. Tropas musulmanas de Granada y Murcia junto a huestes cristianas de Navarra y Barcelona. Y el rey musulmán muy asustado por ver su ciudad masacrada corrió a recordar a Rodrigo que las parias se pagaban para ser defendidos de los ataques invasores. Cierto era. Así que no le quedó más remedio que organizar un pequeño ejército para que le acompañara a buscar las tropas enemigas.
Y cuenta la leyenda que cuando el conde de Barcelona vio a tan pocos hombres al lado de Rodrigo se rió de la amenaza que pretendía y decía ser…
-¡Ja, ja, ja! ¿Pero quién crees que eres tú para venir a darme órdenes, mocoso? ¿Todos éstos son sus hombres? Decid de mi parte a ese presuntuoso que cuando le crezca la barba, entonces, jugaremos a la guerra.
Cuando el mensajero regresó para comunicar las palabras de García Ordoñez no se atrevió en un primer momento a contar lo que le había dicho. Más tarde el joven habló. Sintió como le ardía la sangre por sus venas. La ira y el enfado se adueñaron de Rodrigo quién juró y perjuró que antes que le creciera la barba apresaría a ese conde engreído y se la cortaría de cuajo.
Y sin pensarlo más ordenó a sus mesnadas, a sus cien hombres que lucharan contra…cinco mil caballeros musulmanes y mil hombres cristianos. Cuenta la leyenda que Rodrigo gracias a su capacidad de mando y valentía supo vencer a los seis mil hombres que intentaban invadir Sevilla. Y para goce y disfrute de nuestro caballero, él mismo pudo apresar al conde de Barcelona, al de Aragón y al de Navarra.
Y sin esperar que le creciera la barba y con una gran sonrisa que se le escapaba por la comisuras de sus labios se acercó al engreído García Ordoñez y con un golpe certero de espada le arrancó el pelo de la barba. Más no terminó ahí su hazaña pues cogió una bolsita de seda donde guardó el pelo arrancado para colgárselo al cuello y allí llevarlo el resto de sus días. 

Leyendas del Cid Campeador, Rodrigo Díaz de Vivar

Rincones del Camino del Cid: laguna de Gallocanta, Zaragoza


Después de esta increíble victoria y con un gran número de presos moros y cristianos comenzó a dudar qué debía hacer. Sintiendo que él también tenía corazón cristiano decidió, tras los juramentos de todos los caballeros, dejar libres tan solo a los que seguían su religión.
Llegó la hora de regresar a Sevilla acompañado de sus cien hombres y de los prisioneros musulmanes. Los habitantes de la ciudad que ya conocían tal hazaña le esperaban repartidos por toda la villa para dar las gracias y mostrar su alegría.
Y desde el momento que Rodrigo entró por la puerta de la muralla grupos de musulmanes gritaban:
-¡Sidi Rodrigo!, ¡Sidi Rodrigo! (señor Rodrigo).
Otros cristianos también le llamaban:
-¡Campi doctor!, ¡campi doctor! (sabio en batalla campal).
Y de la unión de los dos gritos salió el nombre del Cid Campeador…
El Cid recibió numerosos obsequios y regalos del rey musulmán ya que estaba muy agradecido por haber salvado a la ciudad. A su vez, Rodrigo entregó un gran número de prisioneros moros como botín de guerra…
Cuando Alfonso VI se enteró de la proeza del Cid Campeador quedó impresionado. Aunque no lo hizo tanto cuando supo que había dejado libre a todos los cristianos prisioneros…De ellos hubiera podido obtener el reino una suculenta suma de dinero por sus rescates. 
Pero quizás lo que más le molestó a Alfonso VI fue que el Cid recibiera una gran cantidad de valiosos regalos del rey musulmán y que, sin su consentimiento, regalara parte del botín de guerra.

Leyendas del Cid Campeador, Rodrigo Díaz de Vivar

Rincones del Camino del Cid: castillo de Peracense, Teruel


Muy enfadado y herido en su orgullo real y convencido de que el Cid Campeador se había extralimitado en sus decisiones y tareas ordenó implacable el primer destierro de Rodrigo Díaz de Vivar. Le expulsó de las tierras castellanas…
La leyenda del Cristo de la Luz, Toledo
Cuenta la leyenda que en el siglo VIII las tropas musulmanas al mando de Tarik se aproximaban a las murallas de Toledo

Leyendas del Cid Campeador, Rodrigo Díaz de Vivar

Puente de San Martín, Toledo

Los cristianos que vivían en la ciudad se apresuraron a esconder la imagen del Cristo Crucificado para evitar que fuera profanada. Este crucifijo se encontraba en una iglesia cercana a la Puerta de Valmardón. 
Los fieles decidieron abrir un hueco profundo en un muro interior del templo para esconder al Cristo. Encendieron una lamparilla de aceite y la colocaron a los pies de la imagen. Luego tapiaron el agujero. Pasó el tiempo y este hecho quedó relegado al olvido.
El rey Alfonso VI y Don Rodrigo Díaz de Vivar consiguieron vencer a la corte visigoda de Toledo mediante un asedio muy cruento que había durado semanas. Y junto a las tropas reales entraban triunfantes en Toledo el 25 de mayo de 1085 por la Puerta Vieja de Bisagra. 
Cuando el séquito real estaba pasando por la mezquita ocurrió un hecho asombroso. Ambos caballos, tanto el del rey Alfonso VI como el del Cid, se arrodillaron ante la puerta de entrada.
Este suceso fue interpretado como un milagro y un mensaje divino. Así que el rey Alfonso VI mandó registrar minuciosamente la iglesia. Allí encontraron al Cristo Crucificado y la lamparilla de aceite que, milagrosamente, seguía encendida. ¡Después de haber pasado más de 300 años!
A esta mezquita se la llamó desde entonces “El Cristo de la Luz”. 
Actualmente, una losa blanca indica el lugar donde los dos caballos se arrodillaron…
La leyenda de la Virgen de la Almudena, Madrid
Existe también una leyenda muy similar a la anterior donde los protagonistas son el Cid Campeador y el rey Alfonso VI. 
Cuentan que cuando el apóstol Santiago llegó a Hispania con objeto de cristianizar estas tierras traía numerosos presentes para obsequiar a sus discípulos. Entre todos los objetos llevaba una bonita escultura de la Virgen María que regaló a una iglesia llamada Santa María que se encontraba en la cuesta de la vega. Los cristianos estuvieron adorándola hasta que se produjo la invasión de los musulmanes al derrotar a los visigodos.
Los cristianos sacaron de la iglesia la imagen de la virgen para evitar que fuera saqueada. La guardaron en un lugar desconocido. Con el tiempo aquella iglesia se convirtió en mezquita. Más tarde, el emir de Córdoba mandó construir una fortaleza en la colina que había al lado del río Manzanares para que su muralla defendiera a la villa de los posibles ataques cristianos.
Mientras se iba levantando el muro que cercaba la ciudad un artesano herrero forjó una hornacina para ocultar a la virgen dentro de la misma muralla que estaban construyendo. Y allí permaneció oculta durante largo tiempo sin que nadie supiera el lugar exacto donde se encontraba.
Nos cuenta la leyenda que el Cid Campeador descansaba junto a su ejército en la ciudad de Toledo ya conquistada. Uno de los objetivos del rey era volver a consagrar el templo de Santa María que los musulmanes habían convertido en mezquita. Pero para hacerlo debían encontrar la escultura de la virgen que tanto tiempo llevaba desaparecida.
Un día el Cid había acampado junto a algunos de sus hombres en un llano. Se dirigían hacia Madrid. Ya establecidos el Campeador salió a pasear un rato. Andando por el camino escuchó una petición de auxilio. Se acercó a un barranco donde pudo ver que había un leproso que intentaba salir de una zanja. El Cid le ayudó.
Y cuando ya estuvo fuera este hombre enfermo se convirtió en la imagen de una mujer que dijo ser la virgen que tanto buscaba su rey y que reveló al Cid Campeador alguna de sus victorias que estaban todavía por acontecer. Terminó señalando el sitio exacto de la muralla donde se encontraba la escultura escondida. Y la virgen desapareció. 
Cuando el Cid regresó a su campamento pudo ver a todos sus hombres que dormían un sueño excesivamente profundo por lo que ninguno había podido ver la aparición. Al día siguiente partió el Cid junto a sus mesnadas hacia la muralla madrileña. Cuando comenzaron a rodearla un trozo de muro se derrumbó dejando al descubierto la hornacina de hierro con la virgen en su interior. 
Milagrosamente dos velas al lado de la imagen le habían dado luz y calor durante cientos de años. La virgen fue llevada a la iglesia de Santa María. La llamaron de la Almudena al haber estado escondida en un almudín…
La leyenda de la afrenta de Corpes
Cuenta la leyenda que el Cid Campeador vivía en Valencia junto a su mujer Doña Jimena y sus dos hijas, Doña Elvira y Doña Sol. Estas dos muchachas estaban casadas por consejo de Alfonso VI con los infantes de Carrión: Don Diego y Don Fernando. 

Leyendas del Cid Campeador, Rodrigo Díaz de Vivar

Rincones del Camino del Cid en la sierra de Albarracín. 

Una noche cuando todos descansaban uno de los leones que tenían en el castillo logró escapar de su jaula. Estuvo el animal paseando libremente por las estancias que quedaron abiertas. Al entrar en el dormitorio del Cid Campeador el león rugió de tal forma que le despertó. Y muy lejos de tener temor se enfrentó al animal mirándolo fijamente a los ojos. La fiera se amansó y el Cid cogiéndole de la melena a su jaula devolvió.
Con el rugido del animal todos se despertaron y acudieron en su ayuda. Pero muy asombrados pudieron ver la hazaña que acababa de cometer. Preocupado estaba Don Rodrigo por su familia. 
-¿Están las mujeres bien? ¿Y los infantes de Carrión…?
Algunos de los hombres comenzaron a buscar a los yernos del Campeador. No sabían dónde podían estar. Encontraron muertos de miedo a los dos: Diego se había ocultado detrás de unas columnas y Fernando debajo de la misma cama del Cid.
Descubiertos los infantes de Carrión los hombres del Cid no podían parar de reír. Intentaban no burlarse de su cobardía pero su risa se escuchaba en todo el castillo. Y aunque el Campeador también reía se vio obligado a prohibir cualquier comentario más sobre la cobardía de los infantes. Y no lo hacía por ellos sino por el orgullo herido de sus dos hijas.
Callaron los más fieles del Cid públicamente aunque seguían manteniendo que los infantes de Carrión eran unos cobardes y además, unos impostores. Pasó el tiempo.

Leyendas del Cid Campeador, Rodrigo Díaz de Vivar

Rincones del Camino del Cid: acueducto de Segorbe, Castellón


Un buen día el rey musulmán Búcar cercó con su ejército Valencia. Los caballeros cristianos contaron hasta cincuenta mil soldados moros acampados frente a las murallas.
Absortos los dos infantes de Carrión ante aquella amenaza se escondieron para dialogar entre ellos sin saber que uno de los más fieles hombres del Cid les escuchaba porque el Campeador así lo había ordenado.
-Yo me casé con Elvira por tener grandes riquezas y una vida tranquila.
-¡Ya! Y yo me casé con Sol para ser yerno del propio Cid Campeador. Y ahora tengo nostalgia de nuestra tranquila Carrión.
-Miedo dan los miles de musulmanes que nos acechan… ¡Aterrorizado estoy!
Después de haber escuchado a los dos infantes de Carrión, Muño acudió al Campeador para contar, con tono irónico, los grandes deseos de los dos.
-¡Don Rodrigo! Menudos yernos tienes, ¡los dos! Valientes ellos que desean volver sin luchar a su Carrión… ¡Anda! Déjalos marchar para que no manchen más tu honor.
Sin sorprenderse lo más mínimo por lo que acababa de contar Muño, el Cid, en busca va de los dos. Con tono muy enfadado les reprocha que, mientras sus hombres están deseando luchar contra los musulmanes, ellos estén deseando volver a la paz de Carrión.
Pero el Cid, sabiendo muy bien lo que hace les libera de la obligación. 
-No saldréis a luchar. Dentro de las murallas quedaréis.
Mientras tanto el rey musulmán Búcar mandó un mensajero al Cid Campeador.
-Te estoy cercando Valencia y exijo tu rendición.
Muy seguro de sí mismo el Cid en persona contestó al mensajero del rey musulmán.
-Muy bien. Dame tres días para que organice la rendición.
El Cid comienzó a preparar su estrategia. Un gran ánimo reinaba en todos los caballeros del Campeador. Tal ambiente de optimismo se vivía que hasta a los infantes de Carrión llegó.Y fueron los dos a pedirle que les mandara a la vanguardia de sus mesnadas.
-¿Seguros estáis los dos? ¿En la vanguardia…?
Cuando el Cid ordenó el ataque el infante Fernando se fijó en un árabe llamado Aladrat. 
-Luchando con él mostraré mi valentía- pensó el infante de Carrión.
¡Ay! Pero cuando Fernando vio que el árabe también se había fijado en él y veía como llegaba al galope empuñando una gran espada en lo alto…lo pensó mejor. 
Don Fernando hizo girar su caballo y al galope salió huyendo del campo de batalla. Y el caballero Vermúdez que era el encargado de vigilar a Fernando se vio obligado a luchar y matar a aquel moro que tanto miedo había dado al de Carrión.
-¡Regresa Don Fernando! Muerto está ya el que se fijó en ti. Ven, toma el caballo y mi espada manchada de sangre y di a todos que fuiste tú. Yo te encubriré.
Musulmanes y cristianos se batían en el campo de batalla. Multitud de cuerpos yacían en la tierra manchada de sangre. Huían caballos sin dueños a ninguna parte. Entró el Cid en batalla junto a Minaya y Vermúdez. Los cristianos con valentía luchaban sin desfallecer. Sangre y metal cubrían los campos valencianos.
Pero todavía el Cid no había cumplido su plan. Buscó al rey árabe y hacia él se dirigió con ánimo de luchar. El rey Búcar vio al Cid que se le acercaba a gran velocidad. Salió huyendo el musulmán en dirección al mar.

Leyendas del Cid Campeador, Rodrigo Díaz de Vivar

Rincones del Camino del Cid: Jérica, Castellón

Se fueron los dos caballeros que desaparecieron entre el polvo levantado del camino. Babieca acortó distancias sobre su enemigo. Y a punto de darle alcance el Cid levantó su pesada espada. Con un golpe certero arrancó el yelmo de Búcar. Y con otro hundió el frío metal en el corazón del musulmán. Cayó el cuerpo del rey muerto junto a su bella espada que todavía empuñaba. La recogió del suelo el Cid maravillado por tal obra de orfebrería. Empuñadura de oro y piedras preciosas que ya le pertenecían.
-Eres Tizona, amiga fiel de batallas y duelos.
Terminado el enfrentamiento el Cid Campeador agradeció a todos su valentía y tesón. Andaban bien orgullosos los infantes de Carrión…Tan seguros estaban de sí mismos que no paraban de alabar su intervención.
-¡Hemos vencido al rey Búcar, a los moros que están en contra de nuestro Campeador!- gritan los dos infantes de Carrión.
Y los caballeros cristianos se miraban y reían. 
-¿Habéis visto luchar a alguno de los dos?
Las burlas se hicieron tan dolorosas e incisivas que los dos decidieron regresar junto a sus mujeres a Carrión. Querían llevarse a las dos muchachas decían, para enseñarlas las tierras de las que herederas serían…
Y el Cid ante esta petición accedió a que los infantes se llevaran a sus hijas a Carrión. Pero Rodrigo los conocía bien y temía lo peor…Algo perturbaba su alma y su estado de ánimo sin bien saber el por qué. Después de otorgarles grandes obsequios como caballos para la guerra, mulas para la carga, ropajes bordados con oro y tres mil marcos en monedas el Cid les quiso mostrar su aprecio donando lo que más quería. Y cambiaron de mano sus dos espadas, Tizona y Colada…
Pero Rodrigo Díaz de Vivar no se fiaba de los infantes, eso ya era sabido. Mandó a su sobrino Félez Muño a que viajara junto a sus hijas para que no las perdiera de vista y las protegiera. 
Entraban en tierras de Corpes cruzando un denso robledal. Encontraron un llano con un hermoso y fresco manantial. 
-Aquí acamparemos. Mañana…más.
Amaneció en tierras de Corpes. Todos casi preparados estaban. Los infantes mandaron que se adelantaran y no volvieran la mirada atrás. Marchaban todos los vasallos y el sobrino del Cid. Ya habían planeado alguna maldad… Solos se quedaron con sus esposas en aquél claro del robledal.
-¡No heredaréis nada de nuestras posesiones ni tierras! ¡Esto lo tenéis que saber las dos!
Despojaron a las mujeres de sus ropas y las dejaron con tan solo un fino blusón. Se calzaron las espuelas los traidores de Carrión. Doña Elvira y Doña Sol pedían clemencia entre lloros y gritos de piedad. Creían adivinar las intenciones de los infantes de Carrión.
-¡Hacednos el favor! Nuestro padre os dio dos buenas espadas con un filo tajador…Cortarnos la cabeza y evitarnos el sufrimiento y el dolor.
Pero los infantes ciegos de venganza y rencor preparaban también los cintos que provocarían mucho dolor.
-¡Don Diego, Don Fernando! ¡Os lo rogamos por Dios! Seremos mártires sin cabeza…Evitad el sufrimiento y el terror. Nuestro padre os buscará para vengarse de vos. No queremos ni pensar…la furia que puede desatar en vosotros dos.
Pero por muchas peticiones y ruegos, y entre gritos de dolor, los infantes comenzaron a azotarlas sin piedad y con mucho rencor. Odio hacia el Cid, el que fue su señor. Odio por aquel león y la batalla que tanto les acobardó.
Fueron azotadas una y otra vez con las correas. Una y otra vez golpeadas con las espuelas. Se desgarró a cuajos la blanca piel de las dos doncellas.
Se rompieron las dos camisas que ya no protegían más aquellos dos cuerpos abatidos por la maldad. Manchado el blanco puro del rojo más doloroso e intenso. Se mezcló el rosa con las lágrimas y el barro del robledal.
Doña Elvira y Doña Sol sintieron su vista nublar. Pidieron a Dios que acabara con este sufrimiento porque ya no podían soportar tanto dolor.
-¡Padre, padre, que en Valencia estás…! ¡Cid, Cid, si nos oyeras llamarte tu corazón se rompería en dos!
La vista se les nubló ya no veían casi la luz del sol. Comenzaron a perder el sentido, ya no sentían casi el dolor. Los golpes de los infantes resonaban más allá de Carrión. Ecos de venganza y muerte, sonidos de odio y sed de ambición. Durante mucho tiempo sus fuerzas utilizaron en golpearlas con gran tesón. Ya no podían casi ni ellos. Agotados se sintieron los dos.
Cayeron los cuerpos en el robledal de Corpes. Y los infantes de Carrión descansaron agotados por tal afrenta dirigida hacia el Campeador. Cuando se repusieron del esfuerzo los dos infantes recogieron todas sus pertenencias y allí abandonaron a las dos. Volaban buitres acechando...
-¡Qué suerte si se alimentaran de ellas!- Pensaron los dos.
Ya han vengado su deshonra. Tranquilos y sonrientes marchan los dos. Pero el sobrino del Cid, a medio camino hacia Carrión, no dejaba de pensar en los dos infantes, en Doña Elvira y Doña Sol. Sospechosa situación que lo angustiaba y en su interior se iba acrecentando la sospecha, su malestar y su furor. Y decidió regresar sobre sus pasos sin seguir el camino, no. Mejor pasar desapercibido ante tal sospecha, si, mejor. Y se escondió entre los matorrales esperando verles pasar…Tiempo que se hace eterno sin parar de dudar.
-Pero… ¡oh Dios! ¡No esperaba escuchar lo que tuvo que oír! Creyó que a sus primas las habían matado…
Cuando desaparecieron los infantes en el camino Félez Muño hizo galopar su caballo. Fue en busca de las muchachas esperando encontrarlas en algún sitio. Y allí parecieron inertes en la hierba, manchadas de sangre y barro. Medio desnudas, en carne viva y con los ojos cerrados. Limpió sus rostros con agua fresca. Les dio de beber ese líquido esperando que renacieran las dos.
-¡Primas, primas! ¡Doña Elvira y Doña Sol! Volver a este mundo aunque sea cruel…Os vengaremos os lo prometo yo. Que esos dos infantes tienen que morir… ¡Se lo prometo al Campeador!
Comenzó Doña Sol a tartamudear. Se incorporaron poco a poco las dos. Comenzaron a recordar algo. Contaron lo que pasó. Y su primo muy asustado animaba a las dos. Desconocía de donde salían estas palabras ahora; quizás fuera de su cariño y amor.
Buscó ropaje para cubrirlas. Montó en la grupa de su caballo a las dos. Tortuoso se hizo el camino hasta Torres de Doña Urraca donde descansaron Doña Elvira y Doña Sol. 
Algo tramaba Félez Muño que se dirigía hacia Gormaz…
Pero lo que ha sucedido en aquellas tierras enseguida lo supo “todo Dios”. Y mientras los infantes se rían de su afrenta el Cid creía morirse de dolor. Mandó el Campeador que las llevaran a Valencia. Envió un mensajero a su señor. A Alfonso VI pidió justicia para poder vengarse de los infantes de Carrión.

Leyendas del Cid Campeador, Rodrigo Díaz de Vivar

Rincones del Camino del Cid: torres de Quart, Valencia


Alfonso VI escuchó al mensajero lleno de intenso dolor. No quería creer en lo sucedido. Tal afrenta de Corpes debía ser juzgada. Fueron las cortes de Toledo las elegidas para tal fin. Dio de plazo siete semanas. Y ordenó pena grave por no acudir.
Fueron citados: Enrique de Borgoña; los condes de Portugal, Galicia, Astorga y León. Fueron convocados García Ordoñez, don Birbón, el hermano de Doña Jimena y los padres de los infantes de Carrión. 
El Cid antes de entrar en Toledo decidió descansar en el Monasterio de San Servando. El obispo nombró a cien hombres como sus vasallos. Vistió el Cid unas preciosas calzas, camisa blanca de fino hilo, una túnica con remates dorados y una capa rojo sangre. Se recogió su largo pelo y trenzó su luenga barba. Y ya terminado su aseo se dirigió hacia las cortes de Toledo.
Miraban todos expectantes al Cid Campeador cuando entró en el interior. El rey Alfonso VI se levantó y le ofreció un sitio a su lado. El Cid Campeador lo rechazó.
-Desde que fui nombrado rey solo he necesitado ordenar dos cortes: la primera en Burgos, la otra en Carrión. Pero ésta es muy especial y por vergüenza ajena la he convocado por la afrenta a las hijas del Cid Campeador. Quiero que se haga justicia. Deseo que se devuelva al Cid su honor. Ordeno que seáis jueces todos los condes a los que he citado yo. Sois sabios y sois justos en vos confío yo. Solo me queda deciros que siempre estaré con el que demuestre su razón. Hable primero el Cid y luego contesten los infantes de Carrión.
Habló el Cid pidiendo justicia y sin olvidar sus dos espadas las reclamó a los infantes de Carrión. 
Asombrados se hallaban los dos infantes que en secreto dialogaban los dos: el Cid no les había pedido cuenta por sus hijas y esto lo entienden como un gran favor. Ilusos ellos que pensaban que aquí se acababa la demanda del Campeador. Sacaron a Tizona y Colada. Se las entregaron al rey que al Cid devolvió. Tomó las dos Don Rodrigo y mirándolas, la empuñadura besó. Tanto costó ganarlas, tanta sangre y sudor. Bien quería ese metal que muy sinceramente a los dos infantes donó. 
Pero de pronto su rostro se iluminó; sonrieron sus ojos y el corazón. Juró con voz en grito que había de vengar a Doña Elvira y Doña Sol. A su sobrino Pedro le entregó Tizona y a Martín Antolínez, Colada le dio.
-Sois mi mejor caballero y a Colada os la entrego yo. Se la arranqué a un gran enemigo. Al conde de Barcelona se la gané yo.
El Cid se dirigió  hacia el rey reclamando una segunda petición: reclamó el ajuar de sus hijas, a los infantes de Carrión.
-¡Devolvedme mi dinero ya que mis yernos no sois!
-Ya le hemos dado sus espadas… ¿qué más quiere este señor? No nos queda ningún dinero ni presentes… Solo podemos pagar con tierras de Carrión. 
Comentaban los jueces entre ellos y se escuchaba una voz:
-Eso lo tiene que contestar el Cid Campeador. Nuestro pensamiento es otro. El dinero debéis devolver con especies hasta que se cumpla lo que Rodrigo os otorgó.
Comenzaron a entregar caballos, palafrenes, mulas, espadas y tierras de Carrión. Los jueces los tasaron y dieron un valor. El Cid lo aceptó.
-Otra petición tengo. Ésta es la más dolorosa, la mayor afrenta sufrida, el mayor dolor que mata…Y quiero que se me escuche bien lejos para que se pueda sentir mi sufrimiento que deseo retar a los dos infantes que no osaron vengarse sobre mí si no sobre mis dos vidas: Doña Sol y Doña Elvira.
-Quisiera saber que mal os hice yo. Siempre os traté con respeto y hasta con cierta admiración. Os entregué a mis dos hijas, las dueñas de mi corazón. ¿Por qué me heristeis en lo más profundo? ¡Decidme! ¿Qué os hice yo? Fuisteis capaces de golpearlas con cintas y espolón. Yo no osaré juzgaros en público ya lo hice en mi interior. Solo pido a esta corte que haga justicia a vuestra acción.
Raudo el gran enemigo del Campeador, García Ordoñez se levantó. 
-Mi señor rey y resto de la corte. Las largas barbas del Cid a unos espantan y a otros hace huir. Los infantes de Carrión pertenecen a la gran nobleza, de alta alcurnia son. ¿Y las hijas del Campeador? Los que os cuenta el Cid no tiene ningún valor. 
Don Rodrigo Díaz de Vivar se acarició su barba. Se levantó y declaró:
-No sé que tenéis contra mi barba. Nadie nunca se atrevió a tocarla. Nadie pudo arrancarla como yo hice con la vuestra en el castillo de Cabra. ¿Recordáis que os la arranqué? ¡Así se nota todavía vuestra calva! ¿Queréis verla? La guardo todavía en esta bolsita colgada al cuello…
Siguen mientras tanto discutiendo los condes y sabios. Uno de los infantes de Carrión sigue manteniendo que él es de alta alcurnia. No debiera haberse casado con una de las hijas de un infante. 
Y Pere por fin declaró. Contó lo que él sabía: el león, el moro.... Calló un momento antes de retar a Fernando en duelo.
Debatiendo aún estaban cuando entraron presurosos los mensajeros de los reyes de Navarra y de Aragón. Hablaron y dejaron a todos callados con su petición. 
-Quieren nuestros reyes casarse con Doña Elvira y Doña Sol. 
El rey Alfonso VI accedió y recordó a los infantes de Carrión que tendrían que besar las manos de sus reinas aquellas que habían golpeado hasta creerlas muertas.
Se ordenó un plazo de tres semanas para los duelos bajo pena de ser considerado traidor aquel que no dignara a aparecer.
El Cid Campeador regresó a Valencia. 
Los representantes del Cid iban a utilizar a Colada y Tizona. Se preparó el campo de batalla en un llano. Acudieron los seis combatientes con los escudos, las lanzas y sus espadas. El infante Fernando y Pere se batieron con mucha violencia. Fernando atravesó el escudo de Pere y rompió su lanza al intentar clavarla en su cuerpo.
Por el contrario, Pere si logró atravesar el escudo de Fernando y clavar el hierro cerca de su corazón. Cayó el infante de Carrión envuelto en una mancha de roja sangre y para evitar su muerte declaró ante la amenaza de Tizona que su oponente decía toda la verdad. Cierto era lo de la batalla, el león y la afrenta.
Tocó el turno al infante Diego que se batió en duelo contra Martín Antolínez. Ambos mostraron una gran fuerza en sus golpes. Sacó Martín a Colada amenazando al infante. Y el de Carrión salió huyendo del campo de batalla. Tuvo que reconocer que también había sido vencido.
Y el osado Muñoz Gustioz fue atravesado al primer golpe. Asomó la punta de la lanza por la otra parte del escudo, tiñendo de sangre su ropaje. Se le dio por muerto al momento cuando su padre reclamó su cuerpo. 

Y volvieron los caballeros a Valencia a rencontrarse con el Cid Campeador. Les esperaban con toda clase de honores por haber vencido en los tres duelos. Ya han sido vengadas sus dos hijas. Ahora pensaba el Cid en sus matrimonios…

Leyendas del Cid Campeador, Rodrigo Díaz de Vivar

Rincones del Camino del Cid: catedral de Valencia

Muchos años después, una de las nietas del Cid, Blanca de Navarra se casó con Sancho. De este matrimonio nació el rey Alfonso VIII. Más tarde el mismo emperador Carlos V reconoció que el Cid Campeador era de su linaje…el primer progenitor.
Esta es mi versión libre de varios capítulos del Cantar del Mio Cid. Espero que os haya gustado. Supongo que, a algunos más, que la propia historia de la vida del Cid Campeador.
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