La ermita y el pico del Altorey son muy ricos en leyendas. Y ahora que se acerca la romería (3 de septiembre), conviene adjudicar a cada uno las suyas. Sean estas algunas referidas a la montaña:
Dicen que hace mucho, mucho tiempo, había una familia con tres hijos que estaban siempre de trifulca. Cualquier motivo era bueno para que se estuvieran pegando y gritando entre ellos. El padre, cansado de aguantar sus broncas y de regañarles, decidió darles un castigo ejemplar y los separó para siempre. Así surgieron los picos Ocejón, Moncayo y Altorey. Desde entonces se pueden ver y gritar, pero no se pueden tocar.
Algunos dicen que las tres caras grabadas en la clave del arco triunfal de la ermita, guardan entre sí la misma proporción de distancia y posición que las cimas de los picos de la leyenda. Lo cierto es que en días claros, desde una cumbre se ven las otras dos.
Muy cerca de la cumbre está la cueva del aceite donde antaño manaba agua: Cuentan que, antiguamente manaba aceite del techo de la cueva. En cantidad suficiente para que la lámpara situada al lado del Cristo en la ermita siempre estuviera encendida. Un día un cabrero pasó a recoger el aceite, pero en realidad buscaba agua porque estaba sediento y así se lo pidió al Cristo. Desde entonces, del techo de la cueva mana agua en vez de aceite. Una variante de esta leyenda, cambia cabrero por ermitaño y sed por hambre, ya que cogió un mendrugo de pan duro y lo mojó en el aceite para saciar su apetito.Un serrano de pro, Pedro Vacas, las ha recogido y publicado todas, incluso romanceadas y comentadas a nivel antropológico.
Lar-ami
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