Revista América Latina

Leyendas y Mitos Patagónicos

Por Hugo Rep @HugoRep

Leyendas y Mitos Patagónicos.

Leyendas y Mitos patagónicos: "Kospi", cómo nacieron las flores.

Kospi, de suaves cabellos y dulces ojos negros. Una tarde de tormenta, cuando el fulgor del relámpago iluminaba todos los rincones de la tierra, Karut (el trueno), la contempló asomada a la entrada del Kau (toldo) de sus padres.

La vio tan hermosa, que a pesar de que él era rústico, hosco y bruto, se enamoró locamente de ella. Ante el temor de que la linda niña lo rechazara, la raptó y huyó lejos, retumbando sobre el cielo, hasta desaparecer de la vista de los aterrados padres de la chica. Al llegar a la alta y nevada cordillera, la escondió en el fondo de un glaciar. Encerrada allí, fue tanto el dolor y la pena que sintió que de a poco fue enfriándose hasta que se convirtió en un témpano de hielo, fundiéndose con el resto del glaciar.

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Tiempo después, Karut quiso visitarla y al comprobar su desaparición, se enfureció terriblemente lanzando bramidos de desesperación. Tanto ruido rodó hasta el océano y atrajo muchas nubes que empezaron a llover y llover sobre el glaciar hasta derretirlo completamente.

Así, Kospi se transformó en agua y corrió de prisa montaña abajo en torrente impetuoso. Luego se deslizó por los verdes valles y empapó la tierra.
Al llegar la primavera, su corazón sintió ansias de ver la luz, de sentir la cálida caricia del viento y de extasiarse contemplando el cielo estrellado por las noches.

Trepó despacio por la raíz y tallo de las plantas y asomó su preciosa cabecita en las puntas de las ramas, bajo la forma de coloridos pétalos. Habían nacido las flores. Entonces todo fue más alegre y bello en el mundo. Por ese motivo es que los tehuelches llamaron Kospi a los pétalos de las flores.

En lengua Tsoneka o tehuelche se le denomina Kospi a los pétalos de las flores.

Leyendas y mitos patagónicos: el Chaltén, la montaña azulada, es considerada sagrada.

El escudo de la Provincia de Santa Cruz no sólo es el emblema de lo más representativo de su suelo, sino que simboliza lo más preciado de las tradiciones aónikenk del pueblo Chónek.

Una de las pocas montañas a la que le conocemos el nombre impuesto por los primitivos habitantes, es el Chaltén, llamado Fitz Roy por el hombre blanco. Este nombre significa “Azulado” ya que es el tono de color con que se lo ve permanentemente.

Cuando Elal ( nombre propio del héroe de los Tsonekas) transportado por el cisne, llegó a la cúspide del Chaltén, pudo admirar desde allí la grandeza y hermosura de la tierra que sería en el futuro, su tierra.

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Mientras Elal descendía por las empinadas barrancas, salieron a su encuentro dos terribles enemigos, Kokesne y Shie (Frío y Nieve) a los que derrotó el héroe golpeando dos pedernales que originaron el fuego. Tanto fue el estupor, que temiendo que Elal les enseñase la forma de hacer fuego a las aves y animales, se alejaron dejándolo descender del cerro.

El Chaltén, por haber sido el primer punto de contacto entre Elal y la Patagonia, es considerado sagrado.

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Leyendas y mitos patagónicos: el origen de los lagos.

 mapuches llaman Nguenechén, había observado que el sol, Antú, y Cuyén, la luna, estaban enamorados, y dándose cuenta de que hacían una linda parejita, decidió casarlos.

También les encomendó que le ayudaran en su antigua tarea de gobernar la tierra y sus habitantes. Cuyén, de carácter suave y corazón dulce y tierno, atendería las necesidades de mujeres y niños. Y Antú se preocuparía por los hombres. Todo iba bien al principio y ambos esposos recorrían juntos el cielo, prodigándose mucho afecto y cuidado. Pero... como suele suceder en los matrimonios, con el paso del tiempo comenzaron a surgir inconvenientes y discusiones entre ellos.

leyendas el origen de los lagos

Un día Cuyén se quejó a Antú porque ya no era tan cariñoso y solícito con ella y con los mapuches. –“¡Ten cuidado con los hombres! ¿No ves que vas a quemarlos?”. Y efectivamente, cuando Antú andaba nervioso, se enojaba calentando con tanta fuerza que los manantiales se secaban y morían las plantas, animales y hasta los hombres. Antú en vez de calmarse y ver si su esposa tenía algo de razón, se enfureció más todavía y le dio una bofetada en la cara a Cuyén, tan fuerte que por poco la hace caer a la tierra. –“¡No te metas con mis asuntos, que yo sé muy bien lo que tengo que hacer!” - y calentó más todavía, dejando a los mapuches bien tostaditos.

Tan fuerte fue la cachetada que le dio, que la bella carita de Cuyén quedó marcada con los toscos dedos de Antú. Fíjate sino en una noche de luna llena y lo verás. ¡Pobre Cuyén!

Avergonzada y dolorida se alejó del iracundo Antú y emprendió sola su recorrido por el firmamento tratando de no mostrar las cicatrices de su rostro. Así es como solamente salía a hacer su tarea cuando Antú se acostaba. Pero aún triste y solitaria siguió cuidando de los mapuches con sus tenues rayos para alumbrarlos en la noche oscura. Recorría los cerros y valles acariciando tiernamente los dorados pétalos del amancay y la mutisia, y las altas copas de los árboles del bosque. Así, noche tras noche hasta que la aurora anunciaba la llegada de Antú y ella se escondía.

Algunas veces, al ver los primeros rayos del sol sentía nostalgia de la compañía y caricias de su esposo y acunaba en su corazón el deseo de la reconciliación. Mientras tanto, ¿qué sucedió con Antú?. Después que se le pasó el enojo, se arrepintió de lo que había hecho, pero su orgullo no le permitió acercarse a su esposa y pedirle perdón. Así siguieron por muchos siglos: Antú salía a recorrer el cielo de día, y Cuyén de noche. Un espléndido día de primavera, cuando los rayos de Antú comenzaron a calentar la tierra y hacían abrirse las flores, fijó su mirada en una grácil doncella pehuenche de hermosura sin igual y quedó hechizado por sus encantos. La raptó y se la llevó al firmamento para hacerla su compañera. Le puso por nombre "Collipal" (astro dorado). "Lucero" la llaman los blancos.

Desde entonces se los ve juntitos a la madrugada y al atardecer de los días despejados. Así pasaron varios siglos más hasta que una fresca tarde de otoño, cuando los bosques cordilleranos se tiñen de rojo, Cuyén se decidió a intentar la reconciliación. Antes que Antú se ocultara en su alcoba asomó su cara de luna llena por el horizonte adornada con los rayos más suaves y cariñosos que pudo. Una terrible desilusión le aguardaba.

Allá en el otro extremo del firmamento vio claramente a Antú y a Collipal besándose enamorados sobre las nubes rosadas. Una honda tristeza se apoderó de Cuyén y la amargura y el dolor hicieron que sus ojos se llenaran de lágrimas. No pudo contener el llanto y lloró, lloró y lloró... Las lágrimas de largas noches de sufrimiento solitario fueron cayendo sobre la mapu (tierra) y formaron los lagos y ríos del sur. Aún sigue llorando inconsolable y nuestros cristalinos lagos y ríos cordilleranos tienen la pureza clara y profunda de la "Ñuque Cuyén" (madre luna).

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Leyendas y mitos patagónicos: leyenda del flamenco.

Estos animalitos rosados bien lindos forman parte del relato del nacimiento de la Patagonia, como hemos visto en relatos previos, cuando Elal se ve amenazado por Nóshtex, por lo cual los animales deciden hacerlo cruzar por un lago hasta otras tierras: La Patagonia.

Annon, el piche, fue el encargado de citar al flamenco para participar de la reunión de la laguna, pero mientras se dirigía hacia allá, vio a un gigante escondido detrás de unas rocas y tuvo miedo.

Para que éste no se diera cuenta de lo que estaba ocurriendo y temeroso de que le hiciese preguntas, comenzó a husmear la tierra buscando raíces y poco a poco se fue alejando entre los coirones, hasta llegar a la morada del flamenco que en ese entonces no lucía los hermosos colores con que hoy lo vemos.

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Apenas enterado de la noticia, el flamenco, alzó presuroso el vuelo y llegó a la hora del amanecer donde ya el cisne había ocupado su lugar, teniendo a Elal niño sobre su espalda.

Esto llenó de tristeza y fue tal su pena, que el niño tuvo compasión y en premio a su nobleza le dio el color de la aurora que ya comenzaba a despuntar.

Aún así, Kapenke parece vivir siempre apenado y permanece en actitud solitaria y melancólica en las lagunas patagónicas.

Leyendas y mitos patagónicos: el volcán Domuyo.

En la cima del Domuyo vivía una hermosísima joven encantada, custodiada por un toro colorado y por un caballo de lustroso pelo negro. Nadie podía llegar hasta ella pues el bravísimo toro escarbaba con sus poderosas patas arrojando enormes piedras monte abajo, y el potro salvaje resoplaba desatando tormentas de viento y nieve, truenos y rayos.

Más arriba había un tronco enorme de oro purísimo y reluciente, guardado por espíritus celosos y vengativos. Sucedió que un valiente cacique, ansioso por conocer personalmente lo que había escuchado, comenzó a escalar las sagradas laderas del Domuyo. Durante la ascensión comenzaron a caer piedras por la pendiente, que rodaban hasta el abismo. De repente vio con sus propios ojos al negro potro salvaje pasar a su lado dando furiosos resoplidos y desatando un remolino de nubes negras y una tremenda tormenta.

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El caballo negro pasó varias veces a su lado envuelto en torbellinos de nieve. Ante tan grande peligro rezó a Futa Chau (Dios) para que le diera coraje y lo ayudara. Dios escuchó su ruego, y de pronto cesó el viento y la nieve. Siguió entonces subiendo con sumo cuidado, pues el blanco manto de nieve había tapado las huellas. Finalmente llegó a una explanada donde descubrió una laguna cuyas aguas relucientes exhalaban un suave perfume; sus orillas estaban adornadas con totoras de oro, y vio, asombrado, a la joven de la leyenda de hermosura celestial que peinaba sus cabellos con un peine de oro.

El cacique quedó hechizado al contemplar sus ojos negros, sus rojos labios, su elegante talle y sus pequeñas y graciosas manos. Quiso acercarse para preguntarle por qué estaba allí y saber su historia, pero de entre las totoras salió un toro colorado dando un bramido que estremeció la montaña, sacudiendo furioso la cabeza y la cola como para embestirlo. Huyó el cacique rápidamente subiendo más arriba, logrando escapar del furor del toro. Llegó finalmente a la cumbre, donde con inmensa alegría encontró un gran tronco de oro, tan brillante a la luz del sol, que no podía mirarlo de frente. Lo tocó tembloroso e intentó con su cuchillo romperle un pedazo para llevarlo consigo. Vano fue su intento: era macizo y durísimo. Escarbó, entonces, con su cuchillo junto al tronco y pudo sacar algunos pedazos que guardó entre sus ropas, emprendiendo el regreso.

Ya empezaba a oscurecer y corrió pendiente abajo para que no lo sorprendiera la oscuridad en plena montaña. De pronto sintió que le arrojaban piedras desde atrás y escuchó gritos y maldiciones. Una piedra le dio en la espalda y le hizo caer al suelo. Pensó entonces que quizás sucedía esto por los troncos de oro que llevaba y los tiró lejos de sí con gran pena. Inmediatamente cesaron las piedras y los gritos. Corrió entonces desesperadamente pendiente abajo, llegando exhausto al pie del cerro, donde se tiró a descansar y se durmió. En sueños vio a un anciano que severamente le amonestaba: - “Has sido muy temerario y dale gracias a Dios porque aún estás vivo. Pero para que no enseñes a otros el camino y corran peligro de muerte, despertarás en otro lugar”. Sintió que lo llevaban por el aire y cuando despertó, se halló en un lugar desconocido totalmente y no pudo encontrar sus huellas por ninguna parte. Volvió a su tribu por otro camino contando lo que había sucedido. Poco tiempo después murió a consecuencia de las pedradas recibidas, aconsejando a todos que no intentaran nunca subir a la encantada cima del Domuyo.

[1]DOMUYO: Este cerro es un volcán apagado, que se halla en la Cordillera del Viento en el norte de la provincia de Neuquén. Tiene 4.709 metros de altura sobre el nivel del mar, y es la mayor altura del sur argentino.


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