Revista Cultura y Ocio
En la Inglaterra victoriana de principios del siglo XX el río Támesis, como tenía por costumbre, sufrió una crecida y desbordó su cauce.
En la ribera del río, ahora con medio metro de agua, dos flemáticos ingleses se encaminan hacia un encuentro accidentado. El uno montado en un vehículo impulsado a motor, uno de los primeros. El otro, feliz en su pequeño bote de remos.
En cualquier lugar del mundo cualquiera de los dos protagonistas se hubiese apartado; pero hablamos de ingleses. La ley del mar obliga a circular por la derecha, y la ley de circulación terrestre establece que se circula por la izquierda. Y los ingleses obedecen la ley.
Resultado: chocaron.
El asunto llegó hasta las más altas magistraturas, que debieron dilucidar si aquél espacio era marítimo o terrestre.
Todos los países conservamos leyes antiguas absurdas; pero el Reino Unido es un crisol de ejemplos (algunos) desternillantes.
Por ejemplo: si en España la ley nos obliga a llevar triángulos de señalización o chalecos en el vehículo, en Londres el conductor debe llevar un fardo de heno. Por si tiene que alimentar al caballo. Hay empresas que fabrican minúsculas balas de heno que los taxistas llevan colgadas, para así obedecer la ley.
Conviene que lo sepa: está prohibido pintar garabatos en los billetes, coser el escudo de armas de la realeza sobre una cama, pegar un sello con la imagen de la reina al revés, afeitarse o cortar el césped en domingo, golpear a tu esposa a partir de las 9 de la noche (todo un detalle), comer pastel de carne en navidad, agitar una alfombra en la calle (los felpudos se pueden limpiar antes de las 8 de la mañana), comer chocolate en un transporte público si eres mujer, volar una cometa en un parque público (¿y el final de Mary Poppins?), permitir que tu asistenta esté de pie en el alféizar de una ventana, tender la ropa en la calle, sacar a tu perro del coche si se te avería en el arcén de una autopista… tú puedes volver a casa, pero el perro debe permanecer en el interior del vehículo.
Ojo: si tiene previsto llevar un rebaño de ovejas por el centro de Londres, conviene que sepa que tiene prohibido hacerlo de 10 de la mañana a 7 de la tarde.
Si aparece una ballena o un esturión varados en la costa, pertenecen a la realeza. La Ley señalaba expresamente que la reina podría necesitar cartílagos y huesos para su corsé. Los ciervos, cisnes y osos son propiedad de la casa real. Y el que tu perro “monte y mancille” por un descuido a la perra de la reina podría suponer la pena de muerte.
Para el perro y para ti.
En la (preciosa) ciudad de York es perfectamente legal asesinar a un escocés dentro de las antiguas murallas si porta una ballesta. A no ser que sea domingo. En (la no menos bonita) Chester se puede disparar a un galés a partir de las 12 de la noche. En realidad, los galeses no pueden entrar a la ciudad antes de la salida del sol, y no pueden permanecer en ella una vez se ha puesto.
Se toman muy en serio los asuntos que atañen al miccionar. Un hombre que se siente compelido a orinar en público y no dispone de mingitorio, puede hacerlo siempre y cuando apunte hacia la rueda de su vehículo y mantenga su mano derecha apoyada en él. La ley dice que una embarazada puede orinar donde quiera, incluso (literalmente) en un casco de policía. Si estás en Escocia, todo es mucho más sencillo: si no te aguantas las ganas y llamas a la puerta de un extraño, la ley le obliga a cederte su baño.
Los hombres menores de 14 deben practicar el tiro con arco todos los días, es ilegal pasear bebido con una vaca en Escocia y se penaliza saltarte la cola del ticket de metro de Londres.
Pero hay dos leyes británicas que me llaman poderosamente la atención: está terminantemente prohibida la importación de patatas si se sospecha que proceden de Polonia.
Y si eres mujer y vives en Liverpool, debes saber que es ilegal la práctica del toples salvo en un caso: si trabajas en una tienda que se dedica a la venta de peces tropicales.
Esta última ley me tiene fascinado. ¿En qué habrá estado pensando el legislador?
Antonio Carrillo.