Revista Opinión

Libertad de expresión

Publicado el 26 febrero 2018 por Jcromero

A esto que llamamos democracia le ocurre lo que a las personas al llegar a cierta edad. Con los años se le aflojan los músculos; al pasar el peine, se queda enredado algún que otro pelo y algunas ideas se pierden con la memoria; los movimientos se hacen más lentos, cuesta oír y no digamos escuchar. Se puede negar la realidad, romper todos los espejos para no ver el deterioro del rostro reflejado, pero las ideas seguirán escapando por algún sumidero, el pelo cayendo y el cuerpo soportando el paso del tiempo.

Uno de los rasgos definitorios de las democracias consiste en la garantía y fortaleza de la libertad de expresión. Sin embargo, alzar la voz, incluso a través de las redes sociales, resulta cada vez más peligroso. Así lo denuncia Amnistía Internacional . Por éstas y otras razones, no parece democracia cuando cantar, hacer una función de títeres, escribir un tuit o exponer en una galería de arte se convierte en actividad de riesgo si lo cantado, narrado o expuesto no obedece a los cánones establecidos.

Esta democracia, con reparos, está siendo atacada por una especie de moralismo coercitivo contra las expresiones disidentes. Suele afirmarse que los límites a la los marcan las leyes, pero mejor que el Código Penal sería la reprobación social. En este sentido, ejemplar la primera enmienda de la Constitución de los Estados Unidos: " El Congreso no aprobará ley alguna que establezca una religión, ni prohibirá la libre práctica de la misma; ni limitará la libertad de expresión, ni de prensa; ni el derecho a la asamblea pacífica de las personas, ni el de solicitar al gobierno una compensación de agravios ".

Como la conquista de las libertades siempre ha sido complicada, inquieta la indiferencia con la que contemplamos a la ofensiva contra las mismas. Si alguien llegara a este país en estos días y tratara de conocer la actualidad, cor

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rupciones a parte, se encontraría con intentos de amordazar la creatividad como en cualquier dictadura. Aquí lo mismo se enchirona a unos titiriteros que a unos cantantes o se presiona para descolgar una fotografía de una exposición. Aquí, ¡cómo si fuera un Estado confesional!, se condena por blasfemia, a un joven que puso su cara en la imagen de un cristo y a un periodista se le secuestra un libro con personajes del narcotráfico. Aquí resulta peligroso expresar pensamientos o promover debates que no se ajusten a lo convenido. Aquí, seguimos sin exigir que la información sea veraz, la opinión libre y la democracia de los ciudadanos.

Y mientras tanto, actuamos como una sociedad sometida a una corrección política que estigmatiza o encarcela a quienes se salen de los límites marcados. Aquí somos tan ingenuos que mantenemos esa broma según la cual los políticos están para representarnos y buscar soluciones a los problemas sociales; somos tan simples que aún pensamos que el día que gane nuestra opción política, todos pasaremos a ser ciudadanos de primera, iguales y libres, con contratos y salarios suficientes y con todas las necesidades sociales cubiertas.

Esto que llamamos democracia, además de reducir la libertad de expresión, tiene algunas peculiaridades como: mantener a miles de cadáveres sepultados en cunetas y fosas comunes, tolerar la brecha salarial y, con recortes en la financiación de la Ley de Dependencia o la depreciación de las pensiones, descuidar a sus mayores. Esta es una democracia que, siendo joven ha envejecido prematuramente; sufre achaques que, sin tener que ver con el paso del tiempo, han despertado a los demonios del pasado.

Escucho a Ahmad Jamal, Yusef Lateef, Reginald Veal, Herlin Riley y Manolo Badrena:


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